Víctor Sampedro: “Sin el golpe estaríamos en un estado federal”

Víctor Sampedro: “Sin el golpe estaríamos en un estado federal”

El catedrático de Opinión Pública y Comunicación Política considera que con el 23 F se acabó con una transición “que podría haber llevado esta democracia muchísimo más lejos de donde está ahora”

Julia Gas / Javier Pérez Martínez

Público

22/02/2011

¿Cómo están tratando los medios convencionales este 30 aniversario del 23 F?

El segundo periódico de tirada nacional tituló: “En Bahrein piden un rey como Juan Carlos”; algo que desapareció inmediatamente de la versión online. Una información no contrastada volvía a colocar al rey como el piloto ideal de cualquier transición democrática. Por una parte, un alarde de figura política que no se corresponde con la realidad. Y por otra, una banalidad absoluta. Parecida a los recopilatorios sobre ‘qué hacías la noche del 23-F’, los líderes actuales cuentan qué hacían en sus vidas privadas y cómo, al igual que el resto de la población, no se implicaron en el curso de los hechos.

¿Cree que entonces se acabó la transición y comenzó la democracia?

Lo que acabó fue una transición que podría haber llevado esta democracia muchísimo más lejos de donde está ahora. El 23-F abortó la potencia regenerativa de esta sociedad, con dos discursos oficiales muy contradictorios. No se puede sostener al mismo tiempo que Tejero era un payaso sin ningún tipo de apoyo y que el monarca abortó un golpe de estado de consecuencias trágicas. Una cosa u otra. Estas historias son verdades, pero verdades a medias. Son verdades que ocultan una verdad todavía más profunda. Tejero no era el hombre clave de los golpistas. Y el rey se enfrentó al verdadero golpe (un gobierno de coalición en torno a Armada) cuando vio que fracasaba, precisamente por la astracanada de Tejero.

¿Cuál fue el verdadero papel del rey?

Está escrito y firmado por activa y pasiva. El rey participó en una representación. Como todo acto político, su intervención tuvo mucho de teatro. Viendo que los tiros y exabruptos de Tejero en el Congreso invalidaban la ‘operación De Gaulle’ en torno a Armada, se escenificó que el rey ponía la Constitución por delante de la Corona. Algo falso en los meses previos y en el 23-F. Las muchas horas que pasan antes de su intervención son horas de consulta. Para saber si los capitanes generales se suman al tejerazo, si Armada logra reconducir las cosas… Cuando hay constancia de que nada de eso ocurrirá, entonces toma una postura pública a favor de la democracia, recordando cómo los Borbones pagaron con el exilio su apoyo a la dictadura de Primo de Rivera . Lógico en un monarca: primero mira por su linaje y luego ve en qué régimen sale adelante.

¿Nadie cuestionó la figura del rey en ese momento?

Sí. Según el teniente coronel Amadeo Martínez Inglés -conocido por sus ideas republicanas- la cuestionan sobre todo los militares fascistas porque el rey traicionó a sus compañeros de armas. También le cuestiona una izquierda republicana que, a partir de entonces, pasa a ser extra-parlamentaria. Cuestionan al rey quienes, según Javier Cercas en su libro Anotomía de un instante, no fueron capaces de traicionar sus ideales. Habla de que éste es un país de héroes de la traición. Así es como retrata (y alaba) a Suárez, a Gutiérrez Mellado y a Carrillo, pero no al rey. ¿Insinúa Cercas que el rey no tenía ideales?

¿Cuál fue el objetivo del golpe?

Existen dos golpes en marcha que son barajados por la Corona y la clase política. El primero lo encabeza Tejero y una trama civil muy ligada a los restos del Movimiento Nacional franquista. Al mismo tiempo existe una búsqueda, por parte de la clase política y del monarca, de un gobierno de concentración nacional, que no era constitucional. Se deja que ambos planes continúen paralelamente, e incluso se mantiene la ambigüedad de que se puedan fundir en un momento dado. Es la precipitación de Tejero la que desbarata absolutamente todo. Los servicios secretos (el CSID, actualmente CNI) dejan que los dos golpes salgan adelante y el rey opta por asumir el protagonismo cuando ya no había forma de encauzar las cosas.

¿Cuáles son las consecuencias de ese 23-F?

Lo que ocurre es muy significativo para la marcha posterior de este país. La definición del modelo territorial sufre una regresión considerable. Si en 1981 las cosas hubieran continuado como iban estaríamos, casi seguro, en un estado federal. Además, el golpe fue utilizado por el PSOE como razón de permanencia en la OTAN, porque esto “democratizaría” a un ejército como el de Franco, socializado en el autoritarismo, la represión y el control de la población. Hay un alineamiento total con EEUU tras el referéndum de la OTAN, en el que González amenazó con dimitir (con el miedo a otro 23-F) si la población no aceptaba unas condiciones de permanencia que han sido desde entonces siempre incumplidas. El 23-F y el viaje posterior del rey a EEUU suponen una restauración borbónica. Todo eso frente a un ideal de socialdemocracia no alienada, al estilo escandinavo, que era el sueño de la población y que es abandonado por un PSOE entregado al posibilismo.

¿A qué se debe la desmovilización de entonces?

El principal legado de la dictadura es el miedo. Miedo a una represión que no tiene parangón con otro gobierno autoritario, tanto en extensión de años como en ensañamiento con los vencidos [de la guerra civil]. La destrucción de organizaciones ciudadanas que se produce tras cuarenta años es tal que hay un pavor tremendo a la involución. Asimismo, una democracia estable, según los padres de nuestra constitución y la clase política española, está reñida con la movilización. Y esto es un error de cultura política tan grave… No existe ninguna democracia viva merecedora de ese adjetivo sin una ciudadanía movilizada.

¿Cómo vivió aquel día la opinión pública?

Mientras en Madrid y Valencia salieron los fascistas a la calle, la oposición parlamentaria se escondía en el suelo de los tiroteos o preparaba su exilio. El contraste no puede ser mayor con otro momento de crisis. El 13 de marzo de 2004 [tras los atentados del 11-M] las nuevas generaciones hicieron uso de las nuevas tecnologías y defendieron la democracia como no lo habían hecho ni el monarca ni el país en 1981. Lo cual implica que el 13-M acabó con la cultura impuesta el 23-F. Un cambio generacional muy importante, que está teniendo consecuencias.

A los jóvenes, a veces, se les echa en cara quejarse de esta democracia…

Los jóvenes ya no están dispuestos a aceptar una democracia regalada y a que no se les reconozca ningún papel (ni previo ni actual) en profundizar en un modelo que se da como cerrado y perfecto. Cuando mis alumnos vuelven de la beca Erasmus, se dan cuenta de que aquí no ven reconocidas ni su valía laboral ni la dignidad ciudadana. Se saben en una sociedad imperfecta y en una democracia donde la implicación activa, al margen de los partidos (y, además, mayoritarios) está penalizada. Siendo como es la savia de una democracia viva, digna de tal adjetivo.

¿Cómo se podría abrir el debate para que avance la democracia?

Hagamos un reajuste generacional, empezando en nuestras casas. No hablemos tanto de la guerra y centrémonos en los cuarenta años más cercanos. En la dictadura sólo derramaron sangre el dictador y sus matarifes. ¿Por qué son tan difíciles de asumir dos cosas que parecen evidentes? Que ciertos consensos fueron útiles y, en su tiempo, sirvieron para evitar mayores conflictos. Y que aunque, hubiese que traicionar entonces muchos ideales ahora necesitamos recuperar al menos uno. O consideramos el antifascismo, la implicación democrática frente al autoritarismo, como semillas de democracia o no existe democracia posfranquista.

El silencio sobre el 23-F

El silencio sobre el 23-F

Andrés Aberasturi

Europa Press

22/02/2011

Treinta años ya y sigo sin poder ver las imágenes de la entrada de Tejero en el Congreso sin que me escueza el alma. Treinta años y ni se sabe cuántos libros leídos sobre aquella noche trágica y a la vez esperpéntica -vergonzosa en todo caso- sin que hasta hoy tenga ninguna certeza de cómo, cuántos, quiénes estuvieron detrás de aquel disparate que nos pudo costar la libertad. Y es curioso como las editoriales titulan o subtitulan sus publicaciones: “23-F, la historia no contada” de José Oneto, “23-F, el Rey y su secreto” de Jesús Palacios o “Adolfo Suárez, la historia que no se contó” de Juan Francisco Fuentes. Y pese a que tantos compañeros -habría que hablar también de Jáuregui y Cernuda con su “23-F: la conjura de los necios” o de Cercas y su “Anatomía de un instante”) a pesar, digo, de tanto compañero contando lo que nadie contó, todo o mucho de lo ocurrido aquella fecha y en los días anteriores, sigue siendo un misterio.

Pero hay dos frases especialmente graves y que le ponen a uno los pelos como escarpias. La primera me la dijo el propio ex presidente Calvo-Sotelo en una entrevista para RNE muchos años después del intento de golpe. Al preguntarle yo por qué la investigación de la trama civil se quedo sólo en aquel histriónico García Carrés, don Leopoldo me vino a decir que fue una decisión casi personal suya por el bien de la democracia. Y no le pude sacar de ahí. La otra frase inquietante la relata Jesús Palacios en su libro antes reseñado y viene a cuento de la cantidad de cintas que se grabaron aquella noche y que a día de hoy la inmensa mayoría siguen sin conocerse; pues bien, según Palacios, Juan José Rosón, entonces ministro de Interior, llegó a decir que su contenido era dinamita y que lo mejor para la estabilidad de la democracia era que jamás se conocieran.

Naturalmente es imposible estar de acuerdo ni con el ex presidente ni con el ex ministro y aunque se pudiera entender en aquellas fechas, después de tres décadas uno cree que existe la obligación moral de hacer publicas esa cintas y lo que se investigara -y luego se callara- de una trama civil más amplia que sin duda existió. ¿Por qué nadie en el Congreso pide al Gobierno que se desclasifiquen o se hagan públicos todos los datos del intento de golpe? ¿Quién tiene miedo y de qué? ¿Qué presiones existen aun para que sigan apareciendo libros y recreaciones de unos días de los que tan poco sabemos? Han cambiado muchas cosas desde entonces pero algunas permanecen inalterables: los partidos políticos, la Corona y el CESID que sólo ha variado el nombre. ¿Habrá que buscar en lo que aun perdura las razones para el silencio?

http://www.europapress.es/opinion/andresaberasturi/andres-aberasturi-silencio-23-20110222120034.html

Palacios: «El 23-F fue una operación del Estado con la aquiescencia del rey»

Palacios: «El 23-F fue una operación del Estado con la aquiescencia del rey»

El periodista dice que fue un golpe del sistema contra el sistema, para corregir la deriva negativa de la Transición

F. Franco

La Opinión de Zamora

19/02/2011

«El 23-F fue una operación institucional del Estado con la aquiescencia del rey. Dicho de otro modo, fue un golpe del sistema contra el sistema, para corregir el sistema, que es como decir corregir la deriva negativa de la Transición. Fue ampliamente consensuado con la nomenclatura política e institucional».
Presentado por el periodista Javier González Méndez, éste inició la ronda de preguntas inquiriendo si Suárez había sido utilizado como un kleenex por el rey. Según Palacios el ex presidente de Gobierno había tenido una primera etapa de uña y carne con el monarca pero se distancian a partir de 1979. «En realidad -afirma-, a Suárez ya lo atacaba de forma despiadada la oposición, lo repudiaban los suyos dentro de UCD y los militares no le perdonaban que los hubiese engañado con la legalización del Partido Comunista, aquel 9 de abril de 1977». Los servicios de inteligencia del CESID, según Palacios, arbitraron una fórmula incierta dentro de la Constitución con el apoyo implícito de Estados Unidos: la «operación De Gaulle». Se trataba de crear una situación militar extrema para que los diputados, antes de someterse a un golpe de Estado, votasen un Gobierno de salvación nacional presidido por un general de prestigio. Según Jesús Palacios, «el general Armada era el hombre políticamente bendecido por todas las fuerzas políticas, especialmente por la cúpula del PSOE, para resolver la gravísima crisis del sistema semanas antes del 23-F». Sobre el grado de conocimiento o implicación del rey, Palacios asegura que don Juan Carlos repitió en 1980 varias veces la frase: «¡A mí dádmelo hecho!».

Los militares. Lo que afirma Palacios, autor en la editorial Libros Libres de «23-F, el rey y su secreto», es que no fue un golpe de involución ni lo tramaron militares descontentos. Al contrario, destaca cómo las Fuerzas Armadas permanecieron leales a la Corona durante toda la Transición. Armada tenía que ser presidente de un Gobierno de excepción, en el que habría representación pluripartidista. El Cesid fue el eje de la operación, y Estados Unidos dio su apoyo. Todo el arco parlamentario con el PSOE de Felipe González a la cabeza – «sin cuyo asentimiento no se hubiera llevado a cabo la operación» – apoyaban la formación de un gobierno de concentración cuyo objetivo era el redondeo de la Transición y de la propia democracia».

Un caos alrededor. Había que poner orden en plena descomposición de la UCD. Suárez, ya en el año 80, era un problema para la democracia: es un año de gran vacío de poder. Así, la nomenclatura política -de Felipe González a Manuel Fraga, de la Conferencia Episcopal a la CEOE y los barones de la UCD- hace presión sobre las más altas esferas para reformar la Constitución, quitar de ella el término «nacionalidades», corregir el Título VIII, que regula el sistema autonómico y reconducir a los nacionalismos mediante la reforma de la ley electoral.

Una doble fase. La operación se desarrollaría en dos fases, según Palacios: la primera al margen de la legalidad institucional con un «supuesto anticonstitucional máximo» que sería encarnado por el teniente coronel Tejero con una imagen de elemento de involución; la segunda fase, que fracasó, llevaría al general Armada al Congreso donde desalojaría a Tejero y haría aprobar por toda la cámara la propuesta de gobierno de concentración previamente consensuado por los grupos. «Tejero -explica-, a quien no le han explicado todo el desarrollo del plan, ve quiénes formarían aquel Gobierno (con González en la vicepresidencia) y niega el paso a Armada. En aquel momento todo termina y todos los que estaban involucrados se desentienden y señalan a Armada como el gran traidor».

Cosa de Tejero. El guardia civil sublevado quería una Junta Militar presidida por Milans, es decir, una fórmula similar a la de Primo de Rivera en 1923. El coronel Tejero, sublevado en Madrid, no obedeció a Armada. La «operación De Gaulle» a la española fracasó y todo el tinglado del CESID se vino abajo, según Palacios.

«Manuel Prado, el amigo del Rey, organizó la conspiración del 23-F»

«Manuel Prado, el amigo del Rey, organizó la conspiración del 23-F»

«Un alto consejero de la Embajada de EE UU, que luego resultó ser el jefe de la CIA en España, me advirtió 24 horas antes del golpe de que se tramaba algo»

Con la publicación de esta entrevista al profesor Manuel Pastor, LA NUEVA ESPAÑA inicia hoy una serie especial sobre el fallido intento de golpe de Estado del 23 de febrero de 1981, acontecimiento histórico del que ahora se cumplen treinta años. Protagonistas y expertos de aquel episodio registrado durante la investidura del presidente Leopoldo Calvo-Sotelo aportarán cada día en este periódico perspectivas inéditas que ayudarán a arrojar nuevas luces sobre unos hechos que han supuesto la mayor amenaza a la democracia.

Entrevista a Manuel Pastor, director del departamento de Ciencia Política de la Complutense y dirigente socialista durante el golpe.

Isabel Bugallal

La Nueva España

18/02/2011

En vísperas del 23-F, Manuel Pastor, entonces miembro de la comisión internacional del PSOE, mantuvo contactos con el embajador de EE UU en España, Terence Todman, y con un alto consejero, Allen Smith, destacado agente de la CIA. Smith advirtió a Pastor 24 horas antes del golpe de que se estaba tramando «algo» con la anuencia del Rey y del Partido Socialista y que el muñidor era Manuel Prado y Colón de Carvajal, diplomático, amigo y administrador privado del Monarca, años después condenado por el «caso Torras».

-¿Manuel Prado y Colón de Carvajal, el amigo del Rey, tuvo relación con el 23-F?

-Yo escribí un artículo al hilo del libro de Jesús Palacios («El 23-F. El Rey y su secreto»), en el que profundiza todavía más después del anterior («El golpe del CESID»). Palacios, aunque lo menciona, no llega a perfilar el papel de Manuel Prado y Colón de Carvajal. Yo había conocido al entonces embajador de Estados Unidos en España, Terence Todman. Estaba con su mujer de vacaciones en Santander, los acompañé en algunas visitas y nos hicimos bastante amigos. Luego quedamos en vernos en Madrid, pero él no tenía mucho tiempo y delegó en un alto consejero de la Embajada, Allen Smith, que resultó ser el jefe de la CIA. Lo sorprendieron controlando las conversaciones telefónicas del Rey y fue el primer agente de la CIA expulsado de España.

-¿Smith estaba en el ajo?

-El historiador Palacios cree que sí. Yo, por la conversación que tuve 24 horas antes del asalto al Congreso de los Diputados, creo que no. Yo era miembro de la comisión internacional del PSOE. En aquella época, el PSOE no tenía aprecio alguno por Estados Unidos, pero yo sí, había estudiado allí con el historiador Stanley Payne y tenía muy buena relación con la Embajada, por eso Allen Smith me frecuentaba y me invitaba a comer o a tomar una copa de vez en cuando.

-¿Para sacarle información?

-En ese momento, el asunto era la postura del PSOE ante la OTAN, los americanos querían saber si el partido se oponía o no a la entrada de España. Yo tenía entonces muy buena relación con Curro López Real, un hombre clave en el PSOE, que tuteló a Felipe González frente a Rodolfo Llopis en el congreso de Suresnes. Me contaba muchas cosas y me hablaba de las presiones de Willy Brandt para que España rechazase entrar en la OTAN porque no le interesaba a la Unión Soviética. Yo intercambiaba información con la Embajada americana, sobre todo con Smith. Y en esto ocurrió la llamada «operación De Gaulle». Veinticuatro horas antes, Smith me llama con mucha urgencia y me cita en el restaurante Mazarino, en la calle Eduardo Dato, y me dice que se está tramando una operación -nunca dijo golpe de Estado- con el consentimiento del Rey y que el organizador es Manuel Prado y Colón de Carvajal, que podría ocupar la cartera de Defensa en un Gobierno de concentración. Me pregunta qué sé yo de eso, puesto que también tenía el consentimiento del PSOE, y yo le dije que no tenía ni idea. Se lo consulté incluso a Tierno Galván y él estaba completamente in albis: «No haga usted caso de esos rumores», me dijo.

-Madrid era un hervidero de rumores ese invierno.

-Ya, pero no se decía que estuviera el PSOE implicado, se hablaba de ruido de sables.

-Y de un Gobierno de concentración.

-Sí, pero no con una operación golpista por medio. Se hablaba de una gran coalición de Gobierno como se habla ahora de un Gobierno de concentración y de suspender las autonomías: lo dicen nada menos que en la revista de Alfonso Guerra («Temas»).

-Entonces, ETA mataba sin cesar.

-«Tenemos la solución para cuando nosotros estemos en el poder», me dijo Curro López Real, «es lo que hizo De Gaulle, contratar a la mafia marsellesa para acabar con la OAS, la organización terrorista de extrema derecha». Esto me lo dijo Curro López Real, que era el hombre fuerte de la inteligencia en el PSOE y el que orientaba a Felipe en política internacional.

-Volvamos a Prado, ¿cuál fue su papel en realidad?

-Palacios no sabe muy bien e insinúa que podía ser el enlace de Zarzuela con el general Armada. Hasta ahora, ningún libro sobre el 23-F menciona a Prado. La primera vez que lo vi citado fue en el libro de conversaciones con el Rey de José Luis de Villalonga. Al propio don Juan Carlos se le escapa que aquella noche estaba su amigo Prado en el palacio de la Zarzuela. También lo destacó Ricardo de la Cierva, pero todos los demás libros lo ignoran.

-¿Qué papel le atribuye usted?

-El que me dijo Allen Smith, que tenía muy buena información porque entonces el Rey no hacía nada sin consultar a la Embajada de Estados Unidos. Yo creo que Manuel Prado, u otra persona, informó a EE UU de la intención de hacer un Gobierno de concentración.

-Un Gobierno de concentración en el que estarían todos los partidos, de Alianza Popular al Partido Comunista.

-Al único que no mencionó Smith en ese Gobierno fue a Manuel Fraga, y no me cuadra que el historiador Palacios lo sitúe como ministro de Defensa, puesto que, según Smith, sería Prado. Yo sospecho que dudaron si estaba bien visto o no poner al frente de esa cartera a un amigo personal del Rey y a última hora lo sustituyeron por Fraga, y así se integraba también a AP, porque Smith, que yo recuerde, me dijo que el Gobierno estaría formado, fundamentalmente, por socialistas e independientes, pero no Alianza Popular, y en el que Manuel Prado, que era el que había negociado todo, sería ministro de Defensa. A mí todo esto me sonaba a chino, y se lo dije a Smith: «Es la primera noticia que tengo».

-¿Y qué le dijo Smith del papel del Rey?

-Me dijo que el Rey aceptaba esa iniciativa, pero no mencionó a Armada.

-«A mí, dádmelo hecho», fue la frase del Rey, según Palacios.

-Sí. Era una operación constitucional, un Gobierno de concentración que era legítimo. Nadie sabía que iba a haber un asalto al Congreso, Smith no me dijo nada de eso. Lo que cuenta Palacios, que es el máximo especialista, es que esta operación lo que hizo fue reventar el golpe duro de Tejero y Milans.

-De lo que no hay duda es del papel de Fernández Campo.

-Sabino fue el que se dio cuenta de que si Armada iba a la Zarzuela comprometería al Rey, y se lo impidió. En principio, se vio a Armada como un mal razonable (como presidente del Gobierno de salvación) para evitar un golpe militar. Seguía un dictamen que habían encargado al bufete de Carlos Ollero y que se inspiraba en el modelo de De Gaulle de 1958.

-¿Sigue habiendo incógnitas?

-Luis María Anson reconoce que todo lo que Palacios cuenta es cierto, pero que sólo ha contado el 70%; que él sabe el resto y que algún día, a lo mejor, lo cuenta.

-Siempre enigmático.

-Pero si él ya ha contado muchas cosas, incluso lo del dictamen de Ollero. Mi única aportación es lo que me dijo un día antes del asalto al Congreso Smith: que todo lo había organizado Manuel Prado y Colón de Carvajal, el amigo personal del Rey, pero no como un golpe, sino como una operación para formar un Gobierno de concentración o de emergencia que resolviese los problemas del terrorismo: una vía técnicamente legal, pero políticamente cuestionable. La paradoja es que Tejero desmanteló toda la operación al impedir que entrara Armada.

-Francisco Laína, director de la Seguridad del Estado entonces, lamenta que se sigan «escribiendo novelas» sobre el 23-F.

-Yo me fío de Jesús Palacios, sospecho que tiene información directa de Armada. Es el mejor informado y prueba de ello es que ganó el juicio a los dirigentes del CESID que lo denunciaron por su otro libro. El libro de Palacios ha sido avalado por Stanley Payne, que es el historiador americano más fiable de la historia contemporánea española. Me fío 100 por ciento de él, es un hombre de confianza del Gobierno de EE UU e ilustra a todos los candidatos a embajadores en Madrid.

El día que comenzó la Guerra Civil

El día que comenzó la Guerra Civil

Josep Fontana*

Público

16/02/2011

Precisar el momento en que quienes conspiraban contra la República española optaron por sublevarse para derrocarla es importante para entender mejor sus motivos. La mitología del 18 de julio, que pretendía que la guerra se había iniciado como una respuesta a los abusos cometidos por el Gobierno del Frente Popular, ponía el acento en el asesinato de Calvo Sotelo, el 13 de julio de 1936, para legitimar el levantamiento militar con este suceso.

Los orígenes de la revuelta, sin embargo, hay que ir a buscarlos cinco meses antes, al domingo 16 de febrero de 1936, cuando se realizaron elecciones generales en España. La jornada electoral fue tranquila, como reconocía ABC el lunes 17: “Ha llovido copiosamente en la madrugada del domingo. Las calles aparecen encharcadas. Llovizna a la hora de abrirse los colegios y esto retrae un poco a los comodones. Luego cesa de llover, no hace mucho frío y el sol aparece a ratos. A diferencia de otras elecciones, la gente ha cargado desde mediodía. Contribuyó a ello que se propagaba por todo Madrid la noticia de que la tranquilidad era absoluta. Nada de lo que amenazaban los derrotistas tuvo confirmación. Ni huelga, ni agresiones, ni escándalos. Todo el mundo votó como quiso, con absoluta libertad. Señálase este importante detalle en honor de los españoles, porque lo mismo que en Madrid ocurrió en toda España”.

Algo más había ocurrido, sin embargo, que ABC no contaba. A las tres de la madrugada de la noche del 16 al 17, cuando las primeras noticias indicaban que podía producirse una victoria del Frente Popular, José María Gil-Robles, jefe de la CEDA, el principal de los partidos de la derecha, despertó al jefe del Gobierno, Manuel Portela Valladares, para decirle que la llegada al poder de la izquierda era peligrosa y que no había otra salida que la de que Portela siguiese al frente del Gobierno y proclamase una dictadura, para lo cual podía contar con la total adhesión de las derechas, “así como de cuantos elementos representaban la estabilidad y el orden en el país”. En vista de que Portela se mostraba indeciso, Gil-Robles se puso en contacto con el general Franco, jefe del Estado Mayor, quien se puso de inmediato a conspirar por su cuenta.

Los planes de Franco incluían aprovechar su posición en el ministerio para ordenar a las regiones militares que declarasen el estado de guerra, y adueñarse del poder con un golpe militar en la capital. Según contó el propio Franco en un texto escrito en 1944: el lunes 17 de febrero “convocó a aquellos generales que le habían expuesto en otras ocasiones su disgusto y necesidad de un movimiento para evitar que el Frente Popular se hiciese con el poder”. Contaba con los generales Goded y Del Pozo, y “con otros dos jefes de unidades armadas de cuya incondicionalidad (sic) no dudaba”. Pero “no tardaron estos generales en regresar de sus gestiones con la cabeza baja”. Los jefes de la guarnición de Madrid consideraban que la oficialidad no secundaría en frío un movimiento contra los poderes constituidos, si la Guardia Civil y los guardias de asalto no tomaban parte en él. Esta es la razón que explica que Franco hiciese todavía otro intento, tratando de convencer al general Pozas, inspector general de la Guardia Civil, para que se sumase a la sublevación.

El martes 18 de febrero Pozas acudió a ver a Portela para denunciarle “que los generales Franco y Goded están dando instrucciones desde el Ministerio de la Guerra para que los militares declaren el estado de guerra y se apoderen del Gobierno”. Portela se mostró indignado, pero no hizo nada. Lo único que deseaba en aquellos momentos era abandonar el poder cuanto antes, de modo que decidió dimitir de inmediato, sin aguardar siquiera a que concluyera el escrutinio de los votos. Muchos gobernadores civiles hicieron lo mismo y las provincias quedaron sin autoridades, con la gente echándose a la calle.

Ante semejante vacío de poder los vencedores se vieron obligados a hacerse cargo del Gobierno de inmediato, de modo que el jueves 20 de febrero se celebró el primer consejo de ministros, en una difícil situación que Azaña describía con estas palabras: “Continúan los alborotos en algunos puntos de Andalucía y Levante. En Valencia hay un lío tremendo por la sublevación de los presos de San Miguel de los Reyes. Han quemado parte del penal. Están revueltos los presos comunes y los políticos, que han caído como en rehenes de aquellos. En Alicante han quemado alguna iglesia. Esto me fastidia. La irritación de las gentes va a desfogarse en iglesias y conventos y resulta que el Gobierno republicano nace, como el 31, con chamusquinas. El resultado es deplorable. Parecen pagados por nuestros enemigos”.

En estas condiciones comenzó a gobernar el Frente Popular, mientras los militares que habían tratado de impedir que llegase al poder seguían preparándose para derribarlo cuanto antes. Lo que está claro es que el 17 de febrero de 1936, cuando Franco realizó su primer intento de sublevación militar, no había ocurrido todavía nada que lo justificase. La Guerra Civil española no se hizo ni contra los “desmanes del Frente Popular”, ni contra la inexistente “amenaza” del comunismo, sino contra el programa de reformas de unos republicanos moderados que no amenazaban más que los privilegios injustos de unas clases dominantes que obstaculizaban el progreso del país.

* Josep Fontana es historiador.

http://blogs.publico.es/dominiopublico/3044/el-dia-que-comenzo-la-guerra-civil/

** UCAR-Granada se hace eco de esta columna para recordar el 75º aniversario de la victoria del Frente Popular en las elecciones republicanas del 16 de febrero de 1936, celebrado hace un par de días.
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