Reedición del volumen publicado en 1977, puesto al día.

Ed. Planeta, 382 páginas, 28 euros

Miquel Escudero

En 1974, Tarradellas le decía por carta al dirigente libertario Abad de Santillán que los ensayos de Carlos Rojas demostraban clara inteligencia y “un coraje que sólo elogios debe merecer”. Rojas, nacido en Barcelona en 1928, vive en Estados Unidos desde hace más de 50 años; la Catalunya oficial no le hace caso, es demasiado independiente para quienes quieren regular también la vida intelectual. Su principal preocupación es hacerse con la clave de los grandes artistas, y con el sentido de la Historia. Es artista, ensayista y novelista, y es un magnífico tertuliano que participa en la Peña Ignasi Agustí, que dirige Rafael Borràs.

Ha ganado premios como el Planeta, el Nadal, el Espejo de España, el Ciutat de Barcelona o el Nacional de Literatura. Yo destacaría sus libros “Por qué perdimos la guerra” y “Despiadada memoria”. Es profesor emérito de la Universidad de Emory (Atlanta). Acaba de reeditar sus retratos antifranquistas que publicó en 1977, y ahora incorpora a Santiago Carrillo, la Pasionaria y Dionisio Ridruejo. A este lo señala como un excepcional antifranquista: tras ser destacadísimo falangista de primera hora, aborreció al Régimen y lo combatió por escrito y de viva voz a partir de su regreso a la División Azul; es además el único de los retratados aquí que ‘ganó’ la Guerra Civil. De Dolores Ibárruri se resalta su imponente figura y su bella voz de soprano, y Rojas recurre al testimonio de Hemingway, quien afirmó que esa mujer le hacía vomitar cada vez que peroraba subida a un podio. En cuanto a Carrillo, el autor advierte que “este hombre tan abierto y hasta exhibicionista puede ser a la vez retraído y circunspecto, cuando le apetece o conviene”.

Rojas es un buen conocedor de hombres. Él, que es artista y que expone sus collages, espléndidos y ‘filosóficos’, a ambos lados del Atlántico, sobrevuela sobre el pasado como un águila implacable y lo pinta con insobornable respeto a la realidad. Es veraz y se niega a justificar lo ‘injustificable’ o despiadado. Los ‘suyos’ no lo son sin condiciones; quizá por eso, y para nuestra desgracia, este liberal republicano no recibe los reconocimientos públicos que debería. Su actitud indómita y civilizada hace de su obra, y de ésta en particular, una referencia insoslayable para saber ‘de qué va’ nuestra historia ‘reciente’.

Entre pintores, escritores, políticos y militares, Rojas ha destacado unos 30 personajes de la mayor catástrofe que ha padecido la nación española, después de 1808. Tiene arraigada la creencia de que “la distribución de la miseria moral sobre la tierra es siempre mucho más equitativa que la de la riqueza”, y quizá por ello cada día se siente más unido a los muertos y distante de los vivos. Carlos Rojas se ocupa también de las penalidades silenciosas de gentes corrientes, de quienes constituyen la intrahistoria (un concepto unamuniano que recoge el fondo perdurable de la historia; los miles que callan frente a los cuatro que gritan o imponen o deciden), así el espectáculo bajo la lluvia de “la marea humana, al raso día y noche y esperando cruzar la frontera”, “una madre pare mellizos junto a la linde y las autoridades francesas se niegan a admitirlos por estar indocumentados”.

El autor descree de la política y de sus grandes palabras. Y se refugia en la literatura y en el arte para depositar su empeño vital. Rojas señala que “cada espectador del ‘Guernica’ deviene su verdugo invisible, porque a todos nos acusa la luz de la lámpara en lo alto del mural”. Del Antonio Machado que huye dice que también él ha ganado la guerra: “Ciertas palabras sobreviven a los hombres”. Podríamos escuchar mil noches seguidas las anécdotas de Rojas. De todos los retratos, el de Sánchez Albornoz me parece el más personal. El descargo de conciencia de Unamuno en agosto de 1936: “Yo también soy responsable de esta catástrofe”, deseaba salvar a la humanidad sin conocer al hombre. A veces es trágico aprender tarde, por eso conviene hacerse con el sentido histórico de unos ojos de mil años.

(fuente: suplemento Cultura/s de La Vanguardia, 13 de enero de 2010, pág. 12)

Esta web utiliza cookies propias y de terceros para su correcto funcionamiento y para fines analíticos. Al hacer clic en el botón Aceptar, aceptas el uso de estas tecnologías y el procesamiento de tus datos para estos propósitos. Más información
Privacidad