José Luis Pitarch

Levante

10/02/2010

El investigador y profesor de Derecho Penal Internacional Miguel A. Rodríguez Arias acaba de dar remate a su extraordinario esfuerzo de aprestar un “Borrador de Anteproyecto de Ley de verdad, justicia y reparación para las víctimas del genocidio y la dictadura franquista y el posterior periodo de impunidad”, en el cual hemos colaborado, en mucho o en poco, con aportaciones, con alientos, personas y asociaciones. Que no admitimos la tramposa, insuficiente reconciliación del actual régimen por parcial, controlada, troceada (“reconciliación del embudo”, se permite uno llamarla), sino reclamamos una reconciliación comparable a las que hubo en Alemania o Italia tras el fascismo.

Aunque aquí somos más generosos o longánimos: no pedimos, por ejemplo, que Fraga –con las manos manchadas de sangre de torturados y fusilados con su voto a favor, y explicante-justificante máximo del “asesinato de Estado” en cuanto Ministro de Información, ¡uf, información!– responda de sus presuntos delitos de lesa humanidad como Philippe Pétain, Pierre Laval, Von Ribbentrop o Speer. Nos basta que se vaya a su casa de una vez, no manche, presidiéndola, la Mesa inicial del Senado cada legislatura, no presida un partido que se dice democrático. (Claro que en este partido hay buen montón de fascistas más o menos vergonzantes; de ahí que apenas prosperen por acá partidos fascistas confesos, cual sucede en otros lares, vean Austria, Holanda, etc).

El Anteproyecto de Arias busca llegar a las Cortes, en el ámbito de la Iniciativa Legislativa Popular (Artículo 87.3 de la Constitución) y para su correspondiente tramitación parlamentaria. Lo cual anuda con el “derecho a participar en los asuntos públicos directamente” (derecho esencial, cardinal, Artículo 23 de la citada, perteneciente al “núcleo duro” de los “Derechos Fundamentales y Libertades Públicas” del Título Primero de la Constitución), así como con el 66.1 (“Las Cortes Generales representan al pueblo español”).

Uno ha cursado mensaje de felicitación a Rodríguez Arias, del que extractaré a ustedes pasajes, con algunos añadidos. Veamos: cuando este amado país termine de verdad, no sólo a medias (y la mitad de la verdad es con frecuencia la mayor mentira), esa “transición” o transacción del embudo, corrompida por la coacción de “lo tomas o lo dejas”, tragas esto, eso y aquello, o no hay democracia, ni elecciones, ni partidos legalizados, ni Constitución, y de cierre el Ejército, aberrantemente, en el neurálgico Título Preliminar de la Constitución, heredando el Art. 37 de la Ley Orgánica del Estado del césar marroquí; cuando termine, decimos, esa transición trufada de señuelos y bachillerías que han prosperado sobre la ignorancia y buena fe de un pueblo sin experiencia ni madurez democrática, habrá al fin un Gobierno –esperemos que republicano, República igual a Regeneración– que se atreva a rotular calles a nombre de los combatientes antifascistas o “maquis”, héroes en toda Europa, del este y del oeste, menos en España, en tantas cosas la “excepción europea”.

Sí, excepción en letras gruesas, que aún hemos tenido autos de fe inquisitoriales en el siglo XIX (en mi Valencia; no les extrañen demasiado los amoríos telefónicos de Camps con un gangstercillo, o lo de Rita confesando –¡qué ignorancia jurídica!– regalos de 3.000 euros en consideración a su alto puesto o función (delito del Art. 426 del Código Penal), o lo de La Rúa exonerando a toda prisa a su amigo President en vez de tener en cuenta un revelador informe de la Policía que ponía a Camps contra las cuerdas, llegado días antes del preconcebido lock-out de actuaciones, o las cien cuentas secretas de Fabra en sólo un año, o lo de Blasco navegando desde el núcleo duro del marxismo-leninismo y el FRAP “terrorista” al núcleo duro del PP valenciano. ¡Tierra querida y fascinante!, no de inmoralidad sino de amoralidad). Disculpen el paréntesis.

Por la excepción europea nos andábamos. Miren la exotiquez de que ni los Habsburgo (tras Carlos I de Austria-Hungría), ni los Hohenzollern alemanes (tras el forfait del káiser en 1.918), ni los Saboya italianos después de Humberto II, ni los Borbones franceses desde 1.830, ni los ídem napolitano-sicilianos desde 1.860, ni los Poniatowski polacos desde el siglo XVIII, ni la Sublime Puerta, ni los descendientes del rey Pedro de Yugoslavia, del rey Boris de Bulgaria, del rey Miguel de Rumania, del rey Zogu de Albania, ni los de los zares, of course, han retornado al trono. Mas aquí ya disfrutamos por cuarta vez a los Borbones, que siempre han venido a través de golpe de estado o de guerra civil (la de “la Independencia” también lo fue, muchos militares obedecieron a José Bonaparte, en cuya familia había abdicado Carlos IV). ¡Somos únicos, incomparables! (Y Juan Carlos sabía, el 23-F, que por quinta vez ya no iban a venir. Es una de las claves del golpe blando cuando quiso convertirse en duro).

Habrá al fin unos gobernantes –retomemos el hilo de mi mensaje a Arias– que se atrevan también a titular plazas con nombres de los secuestrados, torturados, asesinados y enterrados sin nombre por fosas, pozos y barrancos. (Porque, a hoy día, ni siquiera al Teniente General valenciano Vicente Rojo Lluch, máximo jefe del Ejército de la República, le han concedido una costanilla en Valencia). Habrá unas Cortes y un Gobierno, en fin, que tengan la dignidad de ascender a general honorífico o póstumo a algunos coroneles de muy alta conceptuación profesional (incluido “Estado Mayor”) cuya carrera fue dinamitada (Monge Ugarte, Díez Gimbernat,…) por estar fichados como “úmedos”, mientras llegaban a general Blas Piñar o Cañadas (progolpistas a la luz del día, impulsores del sedicioso “manifiesto de los cien” de diciembre 81), y otros muchos como Gastón Molina o Marchante, por citar sólo breves ejemplos.

Cantaremos entonces con Labordeta, por última vez: “”Habrá un día en que todos… /veremos una tierra que ponga ‘libertad’ ((todos, repitamos, sin las exclusiones o trágalas de esta reconciliación del embudo: la de los guerrilleros antifascistas, últimos soldados de la República, ejercientes del sagrado derecho de resistencia armada a la tiranía (vide Aristóteles, Tomás de Aquino, Locke…), derecho que parió los Estados Unidos; la de los sepultados con rabia fascista en fosas comunes, y hasta hoy; la de los militares leales al pueblo))… para así levantar/ a aquellos que cayeron/ gritando libertad…””. Y ese día ya no habrá magistrados como Don Luciano Varela ignorando fundamentales preceptos de justicia internacional y universal, incluido el pronunciamiento del Comité de Derechos Humanos de Naciones Unidas el 31 de octubre último; haciendo los imposibles contra prácticamente el único juez que ha dicho bien claro y bien alto que la dictadura franquista fue simplemente genocida y delincuente de lesa humanidad.

Si me permite aún el lector, acababa uno el e-m a Arias así: Con un punto de dolor a mis sesenta y montón de años, vuelvo a mi amigo Labordeta (con quien estuve no hace tanto en Jaca rememorando y honrando a Fermín Galán y García Hernández): “También será posible/ que esa hermosa mañana/ ni tú ni yo ni el otro/ la lleguemos a ver;/ pero habrá que empujarlo/ para que pueda ser”. Ahí estamos.

*Presidente estatal de Unidad Cívica por la República y profesor de Derecho Constitucional (Univ. de Valencia).

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