04/02/2011
Treinta años es tiempo suficiente para que la corrupción acumulada acabe con cualquier sistema político. Llegado el agotamiento, sólo le queda al régimen la vía de la fuerza militar y de la dura represión sin contemplaciones para responder a un pueblo que, dada su penuria creciente, tiene menos que perder. España, aún salvando las aparentes diferencias, tiene en común con Egipto, Túnez y Marruecos a esa juventud excluida socialmente, con unas disparatadas tasas de paro (en Egipto el desempleo entre los menores de 30 años es similar al español), cuya posibilidad de subsistencia futura pasa necesariamente por la emigración, como así lo está recordando la TVE gubernamental, incitando a los jóvenes a aprender alemán y largarse del país, aprovechando la visita de Merkel.
Y es que en España, como en Egipto, el Régimen empieza a considerar a la juventud, al igual que cualquier conato de iniciativa popular independiente de partidos y sindicatos verticales, un enemigo del que hay que deshacerse como sea. Si en España la juventud no se ha echado a la calle por pura desesperación no es tanto, como se cree, por el colchón económico familiar, sino más bien porque un régimen partitocrático, como el español, responde con mecanismos de control social más eficaces y contundentes que un régimen autoritario norteafricano, que sólo dedica atención al pueblo cuando este se amotina y se le responde con jarabe de palo y tente tieso.
Y ésta es justo la diferencia con España: el que la Monarquía de Partidos haya sabido desactivar, como ninguno de esos regímenes afro-asiáticos, cualquier intento de rebelión civil independiente antes de que ocurra. Para ello ha ocupado el Estado como medio, para controlar la vida de la gente sin tener que recurrir al palo continuo, sino utilizando los presupuestos generales del Estado para comprar voluntades. Adueñándose y entrometiéndose en la esfera de lo privado y lo civil, ha acabado por hacer dependiente en grado total la suerte de las grandes empresas, y de los particulares en busca del momio estatal, de la decisión de un politiquillo central, autonómico o municipal. El Régimen ha convertido al pueblo en su reflejo, lo ha hecho tolerante con la corrupción y la inmoralidad, pervirtiendo la educación, acabando con cualquier asomo de independencia de los medios de comunicación -risible ver a Pedro Jota ayer soplándole unas preguntas pactadas a un perdido y senil Rajoy-, evitando por todos los medios cualquier control independiente, sobornándolo y, lo peor, haciendo moralmente ejemplar tal soborno.
La ruina en lo económico no es más que la ruina de una sociedad civil que no sabe funcionar por sí misma sin las subvenciones y la corrupción sembradas por la partitocracia que la envenena. A diferencia de Egipto, donde la densidad poblacional y la dejación del Estado los ha llevado a organizarse por su cuenta, en España no hay iniciativa u organización, cualquiera que ésta sea, que no esté infiltrada por la partitocracia. Ir en contra de esto es condenarse a la marginación, bien lo saben los lobos esteparios expulsados de la Universidad Feudal. En España no habrá una revolución norteafricana, pero si habrá una revolución del oportunismo: cuando los partidos políticos no tengan que repartir más que miseria, como está pasando, los nibelungos de la luz saldrán de sus catacumbas.
Comentarios recientes