Rafael Torres

Diario del Siglo XXI

4 de Octubre de 2009

La familia de Federico García Lorca, familia lejana por el mucho tiempo trascurrido y por carecer el poeta de descendientes directos, continua poniendo trabas a la búsqueda de su cadáver, que permanece allí donde hace setenta y tres años sus asesinos lo dejaron. Esa familia lejana, cuyas particulares preferencias abandonistas han venido siendo más poderosas y determinantes que el derecho natural, y, desde luego, que el clamor por el rescate de sus restos mortales para darles digna y civilizada sepultura, y para que reciban en el lugar exacto de su reposo el homenaje sentido y ritual que merecen, esa familia, digo, ha variado su política obstruccionista ante la muy presumible inevitabilidad del hallazgo de su cuerpo, que yace, como se sabe, junto al del maestro de escuela de Pulianas y a los de dos banderilleros: ahora dice no oponerse al rescate de los huesos, pero sí, asombrosamente, a su identificación.

Dejando a un lado el hecho de que quién es nadie, por muy familia que sea, para impedir la identificación de un cadáver, imperativo legal vigente en todas las naciones civilizadas salvo, al parecer, en España, bien que sólo en los casos en que perteneciera a una víctima de la barbarie que usaron los subversivos del 18 de Julio contra los españoles no afectos a sus designios, llama la atención el de que a estas alturas se siga dando cancha, concediendo el rango de discutible a lo que no tiene discusión ninguna, a quienes pretenden apropiarse, so capa de parentesco, de la memoria de un ser humano, en éste caso un Federico García Lorca de filiación universal que dejó una obra maravillosa como puntal de su memoria precisamente. Todas las vistimas de aquella locura homicida, genocida más bien, merecen ser recordadas, y por ello es menester rescatarlas del olvido que tiene como escenario desolador, tantas veces, una cuneta, una trinchera, una sima o, como aquí, un olivo.

Lorca, también. No principalmente si se quiere, pero también. En este punto, la familia humana a la que perteneció, su rama más directa, la española, le busca al fín por los escombros del tiempo, y a punto está de hallar, pese a la renuencia de cualesquiera otros parientes, sus versos póstumos en las raíces del viejo olivar.

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