Emilio Fuentes
La Opinión de Granada
05/11/2009
Cádiz es, en el Barrio de Monachil, un estrecho callejón sin salida que no llega a ninguna parte y al que, dadas las circunstancias, se le podría conceder el estatus de peatonal si no fuera porque los socavones que lo inundan hacen, casi imposible, la misión de recorrer a pie los poco más de 100 metros que lo conforman. Paradojas de la vida. Seguramente, poca calle para uno de los más grandes dibujantes que ha dado este país, cuya fama y prestigio alcanzó rango internacional en medios como L´Humanité, Le Monde Diplomatique y, sobre todo, Le Canard Enchainé. El último exilio –ahora sí, voluntario– de Andrés Vázquez de Sola se encuentra en el número 9 de este vial. En ´Mima Dinora´, como ha bautizado a su hogar granadino, continúa sacando punta a una realidad que ahora ve más lisa y simplona que nunca –especialmente en lo político–, asomado a un ambiente cuasi rural que poco tiene que ver con las grises vistas de tejados a dos aguas que durante tantos años divisó desde su piso de París.
De los estudios de Bachillerato en el Sacromonte, donde le mandó la familia desde San Roque (Cádiz) a los diez años para meterlo en vereda, al exilio francés, en poco más de dos décadas. Su ideología de izquierda –”soy comunista como el que es cristiano, rubio o moreno, aunque sólo me fío de Marx y Engels, no pido nada de ningún partido”– ha marcado todos los momentos de su vida y le ha ido causando, como él mismo repite una y otra vez a lo largo de la conversación, más de un “problemilla”. Comenzaron más pronto que tarde. En la España de los cincuenta, los deslices no estaban permitidos. Las ideas no oficiales debían quedarse en la intimidad y una sola insinuación discrepante con el ideario del régimen franquista solía pagarse muy cara. Pero Vázquez de Sola no estaba hecho para el disimulo y los “problemillas” a los que se refiere siempre aparecían. Sus inicios como dibujante en los medios granadinos y en las provincias murciana y albaceteña, fueron más o menos tranquilos. Sus originales y mordaces ilustraciones marcaban la diferencia allá por donde iba. El salto a Madrid era el paso lógico para todos los que estaban en el oficio. Recuerda los duros comienzos en la capital, en la que no sólo bastaba con ser bueno: “Nos pagaban 12 pesetas por los dibujos. Cada día, íbamos con una carpetilla de periódico en periódico para venderlos. Se pasaba hambre, sobre todo por las tardes. Las meriendas eran lo peor. Ibas de un extremo a otro de la ciudad para ahorrarte 50 céntimos en un bocadillo de calamares”.
Y llegó el “problemilla”. Fue en uno de aquellos empleos, uno de los pocos fijos con los que contaba. La empresa se llamaba Gráficas Espejo:
–Hacíamos varias publicaciones, entre ellas Diez minutos. El trabajo no estaba mal. Al final, nos echaron.
–¿Por qué?
–Nada, por un tema de una ´huelguecilla´ que hicimos (ríe).
–¿´Huelguecilla´?
–Sí, bueno. A un compañero, que era cajista; ya sabes, entonces había que montar los tipos a mano para la impresión y todo eso, lo molestaban y le querían hacer una jugada. El pobre lo estaba pasando mal. Me lo contó y estudiamos la posibilidad de que ocurriera un accidente y se le cayera la caja. Ocurrió el accidente –ríe– y el periódico se quedó sin salir al día siguiente.
Aquel fue uno de tantos incidentes que sufrió y que llegó acompañado de sus correspondientes daños colaterales. Vivía más o menos señalado en el Madrid de la época. Deja claro que no es un héroe ni pretendió serlo. Cuenta que tampoco hacía nada fuera de lo normal, pero confiesa que nunca se escondía, ni sabía callar a tiempo. No era comedido en sus comentarios. Si algo venía a cuento, lo soltaba, aunque cayera a contrapelo, aunque fuera ´políticamente incorrecto´, cuando las consecuencias de lo ´políticamente incorrecto´ no eran lo que son ahora. Eso sí, garantiza que “siempre desde el humor”.
“Amigos como los padres de la ex ministra Narbona me tuvieron que sacar de más de un lío”, rememora. Pero hubo un momento en el que los follones resultaron demasiado gordos. Trabajaba en el Diario Madrid y en TVE, cuando el padre del mismísimo Forges, que era jefe de plató en el ente público, le sopló que la Policía le iba siguiendo y que le iban a detener.
“Hablé con el director del Diario Madrid, el señor Pujol, y le conté la situación, que tenía ´problemillas´ y que venían tras de mí. Él se encontraba en una situación parecida y entre los dos concebimos un plan que me permitió salir del país sin pasaporte”, explica. La magistral estrategia consistía en una serie de reportajes en los que Vázquez de Sola debía contar la historia, vivida en primera persona, de cómo un periodista podía llegar a Francia sin una peseta en el bolsillo: “El periódico realizó una gran campaña nacional. Me entrevistaron compañeros de otros medios. Se formó un gran revuelo. Cuando llegaba a algún pueblo de la ruta, ya me conocía todo el mundo. Había gente que salía a mi encuentro para saludarme, los alcaldes preparaban actos en mi honor”. Y así llegó a Jaca, el lugar elegido para atravesar la frontera. Dejó la traca final para el último momento: “Me entrevistaron en la radio el último día. Quería salir de España rindiendo tributo a la República y así se lo hice saber al director de la emisora, que estaba conmigo. Me dijo que lo hiciera, que no me preocupara por nada, que justo al terminar el programa me estarían esperando en la puerta de la radio para pasarme al otro lado. Minutos después ya estaba en Francia”.
De nuevo, a empezar de cero. No le quedó más remedio que subirse a un andamio para poder comer. Entonces, un giro inesperado del destino cambió las cosas: “Sufrí un accidente en una obra. No estaba acostumbrado a esas tareas y me caí hacía adentro, con la suerte de no ir hacia el lado de más altura. En el hospital conocí a un médico que se interesó por mi trabajo anterior. Cuando le enseñé uno de mis dibujos – ´Corrida franquista´– me animó a que me presentara en Le Canard Enchainé. Era uno de los semanarios más influyentes del país. Cuando estuve recuperado me planté en la puerta y le dejé la ilustración a la secretaria, que me emplazó a volver en unos días. Así lo hice. Cuando llegué, me estaban esperando los responsables. ¡Les había encantado! Me ofrecieron unirme a la redacción”.
En Le Canard escribió las páginas más brillantes de su carrera profesional. En Francia, había alcanzado el reconocimiento, la meta anhelada. De su mente, sin embargo, no podía borrar la España perdida. La llamada de la tierra era tan fuerte que no dudó en entrar clandestinamente hasta en dos ocasiones para desarrollar varios artículos de denuncia. Siempre en calidad de ´journaliste´ galo. Una de estas aventuras le salió cara. Le costó tres meses de prisión. “Me detuvieron mientras trabajaba en un reportaje sobre la ocupación española de Ceuta. La Policía vino por mí al hotel en el que me alojaba en la ciudad”, rememora Vázquez de Sola, quien no olvida el inquietante ´paseíllo´ con los agentes por los alrededores de la ciudad autónoma –en el que llegó a pensar en lo peor. Después, 72 horas de duro interrogatorio y una celda de dos por dos, en la que no esconde que se enfrentó a “circunstancias muy duras”. La presión mediática internacional y la intervención del ministro de Información francés le libraron de algo aún peor.
La siguiente ocasión en la que pisó suelo español fue tras la muerte de Franco. Lo cierto es que no aguardó mucho. Un día después del fallecimiento del dictador, volvió a su patria. De entrada, la brillante trayectoria profesional que le avalaba en el extranjero no le sirvió para que las puertas de las empresas informativas se le abrieran de par en par. Está claro que uno nunca es profeta en su tierra. En ésta menos que en ninguna otra. La situación pronto cambió y su firma apareció finalmente en Diario 16, Cambio 16, El Mundo, El Independiente, Interviú y Mundo Obrero, entre otras publicaciones. En adelante, ya no saldría más.
Con 82 cumplidos –160 computables en experiencias–, se puede decir que el tiempo le ha respetado. Exhibe el fino sentido del humor que le ha servido de hilo conductor en todas las etapas de la vida. Bromea con cualquier tema, menos con el de la jubilación En su buhardilla del Barrio de Monachil, entre lienzos a medio hacer, continúa cocinando artículos gráficos. En la parte alta, dos estantes contienen los cientos de lienzos que conforman su obra. Se niega a vender: “Mi trabajo es para el pueblo”. Igual de implicado, mordaz y lúcido que cuando marchó a Madrid hace medio siglo, asegura que ahora se siente, si cabe, “más rojo que nunca”.
http://www.laopiniondegranada.es/ciudadanos/2009/11/05/humor-rojo/158059.html
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