Javier Parra

La República

26/01/2011

El aumento de la vergüenza que da en España leer o escuchar las declaraciones y actuaciones de casi todos los políticos es inversamente proporcional a la capacidad de asombro de una ciudadanía cada vez más acostumbrada, desgraciadamente, a vivir en una auténtica Monarquía Bananera.

Lo del martes de Rubalcaba fue de traca.”El terrorismo internacional no existiría si no existiera Internet”, dijo el vicepresidente y Ministro del Interior. Yo tenía a Rubalcaba por un tipo inteligente, y no dudo que lo sea, al menos si lo comparamos con lo que tiene alrededor, pero leer tan magna estupidez, por decirlo de una manera suave, y que no me extrañase, me hizo ver que mi capacidad de sorpresa está por los suelos. Pero como Rubalcaba no tiene un pelo de tonto, y no da puntadas sin hilo, quizá sabía muy bien lo que estaba diciendo. El acuerdo al que un día antes habían llegado PSOE y PP para la aprobación de la llamada “Ley Sinde”, por la cual se podrá cerrar cualquier web por un procedimiento meramente administrativo y sin pasar por un juez, es un paso más hacia el estado policial en la red, y una escaramuza más de la Guerra Mundial de la Información que a nivel planetario se está dando por el control del ciberespacio, y de los internautas.

En España, esa patética Monarquía Bananera en la que PP y PSOE juegan a la democracia con las cartas marcadas, “sus señores diputados” se piensan que los españoles somos estúpidos, o es que quizá lo seamos si es que aún no hemos puesto en su sitio a esos “controladores de la Democracia”, a ese puñado de privilegiados que tienen secuestrados a más de cuarenta millones de españoles.

La gente está harta, pero aún no ve la salida a este pestilente prostíbulo de ideología y mercadeo de derechos usurpados día a día a cada uno de nosotros. Si el pueblo viera la salida, ya la habría tomado, y quizá no quedaría piedra sobre piedra. Mientras tanto la única opción que se nos ofrece es votar a la derecha del puño y la rosa, a la derecha de la gaviota, o atreverse votar a quien hay a la izquierda de la presunta izquierda, a la que además se le ha privado del fundamental derecho democrático de que sus votos valgan lo mismo que los de los dos grandes partidos del régimen. O bien la abstención, claro, la ganadora en las pasadas elecciones de Portugal,que aunque de utilidad limitada, sí que está poniendo de manifiesto la profunda crisis de las democracias burguesas occidentales.

Y luego están los otros, los que no son políticos pero quieren hacer política desde su posición privilegiada, no conquistada si no comprada. Y es que a mí, ver por ejemplo que un niñato grande como Alejandro Sanz juegue a luchar por algún derecho que no sea el de enriquecerse, y además se le siga entronando como lo que no es, me avergüenza. A mí, que cuatro giliprogres que algún día se las dieron de rojos y hoy tienen más dinero que el de que muchos no podríamos gastar ni en varias vidas, se erijan como supuestos defensores de la cultura, me provoca nauseas.

Este país de políticos vendidos, cobardes, corruptos, traidores y mediocres va a cambiar. Este país de ídolos de papel (couché) tiene los años contados. No va a ser hoy, ni será mañana, y puede que la situación empeore más aún cuando entre por la puerta grande de La Moncloa algo peor que la derecha. Y no será hoy ni será mañana, pero la indignación crece, y la salida aparecerá, la construiremos. Y en palabras de Santiago Alba Rico en su artículo sobre la revuelta en Túnez, “no hay que encontrar las causas, siempre dadas, sino el minuto”. El minuto llegará, y confío en que los millones de españoles hartos de que se les tome por tontos no dejen piedra sobre piedra de esta vergonzosa Monarquía Bananera.

Quizá la revolución el pueblo español no la habrá ido a buscar; pero se la están trayendo los sucesos, y se la traen porque es necesaria.

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