Juan Pablo Segovia Gutiérrez (*)

El Ateneo de Granada Republicana UCAR / El Independiente de Granada

23/11/2021

Dos décadas atrás, la mayor parte de la información que recibía la sociedad sobre política, ciencia o salud provenía esencialmente de tres fuentes: diarios impresos, radio y televisión. Con la mejora de Internet en cuanto a accesibilidad y velocidad de navegación, se abrió un abanico inmenso de alternativas a la hora de buscar información sobre cualquier tema: diarios digitales, blogs, canales de información a través de plataformas como YouTube, etc. Además, el uso masivo de las redes sociales (RRSS) facilitó que pudiésemos contactar con personas de todas las regiones del país y, en general, de todos los rincones del mundo instantáneamente.

Los beneficios de estas nuevas vías de intercambio de información son claros e innegables. Por ejemplo, han servido para exponer situaciones de injusticia, de violencia, situaciones que requieren de atención y que por los medios convencionales quizás nunca se hubiesen conocido. También han servido para agilizar y organizar protestas sociales o fomentar actos solidarios. Sin embargo, hay otra cara de la moneda: los bulos y la manipulación de la información.

Últimamente, la difusión de bulos e información manipulada a través de las RRSS ha crecido exponencialmente, tanto que cada día se pueden encontrar decenas de ejemplos. Este hecho ha promovido la creación de agencias mediáticas, en principio imparciales, que se dedican a desmentir los bulos de forma eficaz. Pero la realidad, muchas veces, refleja un resultado distinto: los bulos, aun siendo desmentidos, acaban por calar en parte de la sociedad. Y esto último es bastante preocupante y peligroso.

En un contexto como el actual, con el virus todavía presente y con una situación socioeconómica muy dura, los bulos y la desinformación han estado a la orden del día desde casi el inicio de esta crisis. Cuando estalló la pandemia en marzo de 2020, todo era incertidumbre y miedo y lo cierto es que la sociedad en nuestro país, en general, respondió con responsabilidad. Con el paso del tiempo, debido al miedo y a la incertidumbre, la desesperación empezó a dar lugar a elucubraciones de todo tipo. Y así pasó y sigue pasando en todo el mundo a día de hoy.

Detrás de todo esto hay, a mi parecer, varios motivos. Uno de ellos es el ya mencionado miedo o incertidumbre a lo desconocido. Un segundo motivo importante es la difusión de bulos, que acaban llegando a casi cualquier teléfono móvil mediante miles de reenvíos a través de la mensajería instantánea. Por último y, para mí, el más preocupante, es la desconfianza palpable en la ciencia. Esta desconfianza, por supuesto, se ha visto agravada por la situación emocional actual y por la difusión masiva de bulos sobre remedios alternativos para el virus, microchips en las vacunas o hasta la negación de la existencia de la pandemia, entre otras. Pero una raíz fundamental del problema, de la desconfianza en la ciencia, tiene un origen ideológico en el caso de España.

Durante las primeras décadas del siglo XX, en nuestro país empezaba a florecer el apoyo a la ciencia de una manera muy importante, tanto a nivel nacional como internacional. De hecho, a esa época se la conoce como la Edad de Plata de las letras y las ciencias españolas. Durante la Segunda República, la pretensión de los diferentes gobernantes fue justamente la de impulsar las diferentes disciplinas científicas y darles apertura internacional mediante colaboraciones e intercambios entre instituciones de diferentes países. Esto hubiera supuesto, además, avances importantes a nivel económico y social, pudiendo haberse establecido las bases de una sociedad moderna y progresista, sostenida en parte por el pensamiento científico. Sin embargo, todo quedó paralizado por el inicio de la Guerra Civil en 1936.

Durante el franquismo se produjeron avances científicos muy importantes, pero el peso del pensamiento nacional-católico, que se incrustó en la población y que se perpetúa hasta hoy en cierta medida, eclipsó grandemente la conexión entre el mundo científico y el resto de la sociedad. Además, la situación socioeconómica, con un porcentaje muy grande de la población pasando necesidades y con el único objetivo de sobrevivir a diario, complicaba aún más el crecimiento de esa conexión. Lamentablemente, esto supuso un retroceso de décadas.

La llegada de la democracia trajo consigo aperturismo e internacionalización científica. Se presentaban nuevas oportunidades. A pesar de ello, las inversiones públicas se mantuvieron siempre bastante por debajo de otros países del entorno. Y esto llega hasta nuestros días. Aun así, nuestro país es, actualmente, referente en varias modalidades, entre ellas la biomedicina. Sin embargo, algo se dejó de lado otra vez: la búsqueda de la conexión ciencia-sociedad.

El pensamiento retrógrado, como dije antes, sigue incrustado socialmente y es comprobable simplemente visitando las RRSS, analizando los mensajes que se difunden masivamente y reflexionando sobre los intereses que hay detrás. Además, en esas mismas redes de difusión es precisamente donde comienzan muchos bulos y desde donde se difunde cierta información manipulada. Actualmente, parte de esos mensajes masivos está relacionada con temas de salud, como mencioné antes, sobre las vacunas, sobre remedios alternativos o sobre la negación de la propia pandemia. Y ante el desbordamiento para frenar este virus de la desinformación, queda una única vía: empezar desde ya, por la base de la educación reglada, con el fomento del pensamiento crítico y de la búsqueda de la conexión perdida entre el mundo científico y el resto de la sociedad. Quizás no salvemos nuestro presente, pero sí el futuro.

(*) Juan Pablo Segovia Gutiérrez es doctor en Física Aplicada, investigador científico en Alemania y miembro del colectivo ciudadano Granada Republicana UCAR.

http://www.elindependientedegranada.es/politica/ciencia-bulos-20

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