Aníbal Malvar
13/10/2012
Se la lía Juan Carlos a Rajoy en el desfile de las Fuerzas Armadas, echándole una bronca pública a la vista de todos, y aquí no pasa nada. O sea. Tenemos un rey cabreado y un presidente que ni se cree
electo. Me parece que nos vamos al desastre. Por los gestos de su
majestad, poco ha faltado para que el capitán general de nuestras fuerzas
armadas mandara ayer fusilar al presidente español allí mismo, pero se conoce
que esta práctica ya no está tan bien vista como antaño, y nuestro
adorado Mariano se libró del paseíllo con una sonrisita y una bajada de
cabeza, como los alumnos desaventajados de antes.
Esto nos pasa por seguir celebrando el Día de
las Fuerzas Armadas con soldados. No se debe repetir este esperpento, porque los
militares, y su jefe el rey, van y se crecen en cuanto sacan los tanques. Aunque
sea con permiso.
Por mucho que nos cuenten que este año
solo nos hemos gastado 230.000 euros en el desfile, y por mucho que nos
expliquen que eso es ahorrar, a mí me parece que eso de sacar cada 12 de octubre
al ejército a la calle es incitar a marimorenas, broncas y
asonadas. Que se lo digan a Rajoy. Lo de ayer, en el marco en el que se
produjo, no es una mera bronca. Es la metáfora de lo poco que avanza España. Es
lo de siempre: un soldado gritándole a un presidente electo. Y el
presidente electo dando pruebas de vasallaje ante el
soldado.
Yo, francamente, propondría para el 12
de octubre un desfile de maestros y profesores universitarios, que
representan, desde mi modesto entender, una visión de la hispanidad más acorde
con los porvenires que añoramos. Opinarán ustedes, y con razón, que antes de dar
este paso los maestros tendrían que aprender a pilotar aviones, a disparar un
AK-47 y a bombardear escuelas. Pero es que el lector, en su candidez, no se
entera de que corren otros tiempos.
Hoy que los ejércitos invaden solo en plan
humanitario, y ya casi no gastan bombas de racimo, un soldado es mucho menos
peligroso que un maestro. La famosa e interminable guerra de Afganistán es el
último ejemplo cristalino de esta nueva forma de conflagración humanitaria. En
contraste con la ferocidad escolar con la que nuestros enseñantes asesinan
mentalmente al alumno español a golpes de educación para la ciudadanía,
en Afganistán solo se mata por accidente. La educación para la ciudadanía sí que era un escándalo y un genocidio.
A mí me impresionaría mucho más, como ex
alumno de la privada, un desfile de feroces maestros rojos en 12 de
octubre que este paripé de soldaditos disciplinados. Y yo creo,
incluso, que fomentar la figura del maestro con un desfile anual, contribuiría
más a garantizar la unidad de España que sacar los tanques por Madrid, que anda
imposible de tráfico.
Pero nos empecinamos y pasa lo que pasa. Si el
desfile de ayer hubiera sido de maestros, no creo que el rey hubiera osado
encararse así con nuestro atribulado presidente. Un rey es, por
definición, un hombre que le tiene más miedo a un maestro que a un
soldado. Y nuestro rey en especial, que nunca fue aventajado alumno de
nada, seguro que se acojona más ante un profesor de filosofía que ante
un general de ejército de tierra con un brazo de menos y un parche en el
ojo.
Al final va a tener razón nuestra derecha.
Como siempre. Más que educación para la ciudadanía, que era una perversión que
incitaba a las niñas a no quedarse embarazadas, este país necesitaba una
asignatura obligatoria denominada educación para la monarquía, en la
que se explicara, por ejemplo, que ya no está de moda que un soldado intente
amedrentar a un cargo electo, y menos ante sus electores. No es que yo no
encuentre un par de millones de razones para soltarle a Rajoy una gavilla de
improperios a la cara. Pero es que yo no soy soldado. No llevo bombas de racimo
en la cartuchera. No soy heredero de Franco. Y mis improperios los suelo
depositar en una urna, y no ante las cámaras de televisión y rodeado de émulos
de Rambo.
Rajoy debería pedir ante el Congreso de los Diputados la reprobación de la actitud monárquica de ayer. Porque lo que
hizo ayer Juan Carlos fue peor que, por ejemplo, okupar el Congreso. Fue okupar la democracia. Fue okupar la
dignidad de un fulano que representa a la mayoría absoluta. Otra cosa es que uno
se haya divertido enormemente observando la escena una y otra vez. Las caritas
ridículas de Rajoy. Su frente mansa. El desplante final del rey, que se aleja
sin despedirse. Todo muy hilarante. Salvo por el hecho de que la escena
la protagonizan un soldado de fortuna y un presidente electo. Y el
soldado gana.

http://blogs.publico.es/rosa-espinas/2012/10/13/y-gana-el-soldado/

* Fotografía del rapapolvos público de Juan Carlos de Borbón a Mariano Rajoy a propósito de la salida de tono de José Ignacio Wert.

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