Diego González Cadenas*

Rebelión

05/03/2013

Lanzado definitivamente el debate, surgen dudas, muy
razonables en su mayoría, sobre la conveniencia de la apertura de un proceso
constituyente. Cabe realizar de inicio algunas matizaciones. Por un lado,
ya estamos inmersos en un proceso constituyente. La inadecuación existente entre
Constitución real y sociedad es sinónimo del tránsito antidemocrático hacia un
nuevo régimen político y un ordenamiento constitucional diferente que
representa un caso de auténtico fraude constitucional. Por otra parte, fuerzas
políticas claramente oportunistas
apuestan por llevar a cabo un proceso
constituyente sirviéndose de toda la potencia atractiva del concepto pero
esquivando su naturaleza radicalmente democrática y planteándolo como una mera
contienda electoral en la que desde lo constituido se llevarían a cabo reformas
de escasa trascendencia cuando no abiertamente reaccionarias. Esta estrategia
comparte con la propuesta
de reforma del PSOE
el rehúso del ejercicio de la soberanía popular. Son
los herederos de los John Adams y los Alexander Hamilton temerosos del
“despotismo democrático”.
Frente a los recelos que sensatamente se generan conviene afinar. Cuando
algunos nos referimos a la necesidad de apertura de un proceso constituyente
entendemos que debe tratarse de un proceso radicalmente democrático: de
abajo a arriba, con mecanismos de participación directa a fin de que la asamblea
constituyente esté en dialogo permanente con la sociedad, retroalimentándose
dialécticamente organizaciones, movimientos sociales y ciudadanos con los
constituyentes, dando uso, como en Islandia, de
las nuevas tecnologías como vía complementaria de transparencia y participación.
O lo que es lo mismo, propiciando la activación del poder constituyente,
entendido como medio para la transformación, sujeto de la misma y bandera
aglutinadora. Esto es, el poder constituyente es, per se: 1) un poder
original, no dependiente de ningún poder anterior; 2) inicial, pues su impulso
no depende más que de él mismo; 3) fundador, al suponer una ruptura con el
anterior ordenamiento jurídico-político; 4) incondicionado, ilimitado, soberano
y en consecuencia prejurídico; 5) únicamente fundamentado en la legitimidad
democrática; 6) correlato del derecho de resistencia, una impugnación general al
sistema encarnada por las mayorías que se traduce en un proceso de acumulación
de fuerzas populares con voluntad de transformación y ruptura.
Hegemonía y poder constituyente

Ahora, se nos podría reprochar no estar haciendo más que un brindis al sol.
El sujeto constituyente brilla aparentemente por su ausencia y cualquier
planteamiento constituyente dada la actual correlación de fuerzas no supondría,
en el mejor de los casos, más que puro gatopardismo y, en el peor, una opción de
carácter protofascista. Se repite con razón que una Constitución no es más que
el reflejo y cristalización de determinadas relaciones de clase en un momento
determinado. De ahí que cualquier opción constituyente que, lejos de acabar en
los dos escenarios anteriores, pretenda la ruptura democrática necesita
obligatoriamente de un instrumento político hegemónico que aglutine a las
mayorías en torno a un proyecto de derribo de l’ancien régime y su
sustitución por uno construido colectivamente.
En crisis, más que el ingenio se agudiza el instinto de clase. Disparadas las
alarmas, y obviando las múltiples opciones disparatadas de quienes pretenden
pescar en río revuelto, empieza a tomar fuerza y vertebrarse la opción de
aquellos que comprenden que la única forma de ganar una constituyente implica
amplias alianzas sobre un programa
de mínimos democrático
que, dejados de lado los matices, comparten
ampliamente las opciones de izquierda.
Este frente de unidad popular constituyente no es un mero deseo sino una
opción real. Tal y como señalan los últimos
sondeos de opinión
, ante la caída de las dos fuerzas mayoritarias, IU
tiene una intención de voto del 15,3% que no debería despreciarse, o, al menos,
apreciarse en la misma medida en que se subraya el importante ascenso de UPyD
que, a prácticamente dos puntos de diferencia de IU, muchos ven ya como el
sustituto natural con más papeletas para ser la próxima pata derecha del
régimen.
Resulta obvio, como se ha repetido en múltiples
ocasiones
, que IU no puede formar una alternativa de ruptura en
solitario pero tampoco se puede prescindir de ella. Si bien requeriría de un
estudio más detallado, una simple suma nos permite vislumbrar fácilmente un
escenario en el que un frente constituyente que agrupe a las diferentes opciones
de izquierda se convierta en primera opción. Éste se vería además fortalecido
por los votos de múltiples militantes y votantes del PSOE sumamente descontentos
con el rumbo de su partido así como por el empuje de las mareas.
Aclaremos que no se trata de una mera ilusión basada en el resultado de una
serie de encuestas sino en los resultados de las últimas elecciones
catalanas
, en las que la suma de votos de CUP, ICV-EUiA y ERC se quedó
a poco más de 130.000 votos de CIU. Según los últimos
datos disponibles
la intención de voto directa de los tres partidos
(34,8%) superaría a la de CIU, PSC y PP (27,7%). Es también el caso de Galicia
en el que en las últimas elecciones AGE llegó a ser el segundo partido más
votado en Coruña
y Santiago. Asimismo, según
el último sondeo
, AGE estaría a punto del sorpasso al PSOE.
Es cierto, no obstante, que la sencillez de las sumas no ha de hacernos
olvidar múltiples posibilidades como es la de un gobierno de repliegue a la
griega de las opciones en defensa del régimen. Igualmente, otros sondeos,
notablemente el último del
CIS
(a pesar de haberse realizado con anterioridad al último escándalo
del PP) animan a moderar el optimismo. En este sentido, no resultaría fuera de
lugar la aparición de una fuerza
catch-all (“atrapalotodo”) situada en el plano
contrario a UPyD y con un discurso que conecte más fácilmente con ciertos
sectores que, aún coincidiendo con muchas de las propuestas de la izquierda
nunca darían su voto a una opción etiquetada como tal. Los espacios que ocuparía
son diferentes a los señalados a la izquierda y bien podría esta fuerza ser el
empujón necesario para una eventual victoria del frente constituyente.
¿Por qué un proceso constituyente?

Hay quien podría considerar que aún en el supuesto de que este frente
obtuviese una mayoría electoral resultaría más útil cumplir con los preceptos de
la actual Constitución que recorrer el siempre espinoso camino de un proceso
constituyente. Incluso, desde otras posiciones, se nos podría replicar aduciendo
que no planteamos más que una posición reformista que no pretende atacar de raíz
las relaciones de producción capitalistas.
Al primer razonamiento, según el cual antes que construir algo nuevo resulta
más pragmático asegurarse y servirse, si cabe con algunas modificaciones
puntuales, de la actual carta constitucional, cabe oponer, en esencia, tres
argumentos. En primer lugar, como ya se ha dicho, estamos inmersos en un proceso
constituyente no democrático que desfigura por completo nuestra Constitución. El
marco constitucional del 78 está obsoleto. Queda por ver si el proceso
constituyente es democrático o si queda en manos de la reacción. Como dice
Žižek: “El fascismo reemplaza literalmente a la revolución izquierdista: su
ascenso es el fracaso de la izquierda, pero simultáneamente una prueba de que
había un potencial revolucionario , una insatisfacción que la izquierda no pudo
movilizar”. En segundo lugar, se trata de una cuestión de legitimidad
democrática: no debe seguir manoseándose la Constitución, en un sentido o en
otro, sin la voluntad ciudadana. Por último, son mayoría los españoles que no
pudieron votar la Constitución. Como dijese Thomas Paine: “Las circunstancias
del mundo están cambiando continuamente, y las opiniones de los hombres también;
y como el gobierno es para los vivos y no para los muertos, sólo los vivos
tienen derecho sobre él. Aquello que en determinada época puede considerarse
acertado y parecer conveniente, puede, en otra, resultar inconveniente y
erróneo. En tales casos, ¿quién ha de decidir? ¿los vivos o los muertos?”.
Quienes puedan entender que no se trata más que de una estrategia reformista
que evita atacar los cimientos del capital deberían ser conscientes de que, dada
la actual correlación de fuerzas, plantear programas maximalistas es sinónimo de
inmovilismo. ¿Es necesario recordar la composición de la conjunción
republicano-socialista que obtuvo amplia mayoría en
las elecciones a cortes constituyentes en 1931? ¿Significa ello que habría de
rechazarse la Constitución de la II República al ser reflejo de unas mayorías en
las que participaron elementos como el Partido Republicano Radical de Alejandro Lerroux? Sin duda alguna podía haber sido mejor. Como sin ninguna duda la
Constitución resultante del frente constituyente que planteamos habrá de ser
superada en algún momento. Pero es necesario dar el primer paso que nos
permita desanclar y avanzar.
Encauzar el resquebrajamiento del consenso del régimen del 78, la pérdida de
la capacidad de control-dirección ideológica de la clase dominante, incapaz de
hacer valer sus propios intereses como intereses generales, hacia un proceso
constituyente radicalmente democrático en el que se dé una acumulación de
fuerzas rupturistas, supone el principio de posibilidad de forja de un nuevo
bloque histórico, de deconstrucción-construcción de lo social (deconstrucción en
tanto desnaturalización del orden vigente y construcción en tanto planteamiento
de alternativas), de creación de una nueva cotidianidad, una nueva
hegemonía cultural.
La nueva institucionalidad permitirá el desarrollo de proyectos
contrahegemónicos a través de un entrelazamiento entre lo constituyente y lo
constituido que, en consonancia con la mejor tradición republicana democrática,
cree mecanismos democráticos participativos que supongan una progresiva
superación dialéctica de los elementos representativos y de formas de
propiedad privada por elementos de democracia directa y formas comunes de
propiedad; un entrelazamiento en el que mientras lo constituido se convierte en
el elemento garantista que permite la participación activa y el respeto al
cumplimiento de los derechos constitucionales, el poder constituyente se erige
en su eventual defensor a la par que en elemento dinamizador (antiestático) de
lo constituido. Se trata de entender la Constitución en sentido emancipatorio,
como una herramienta de permanente democratización de la democracia que conjugue
rebelión y Constitución, dándose un replanteamiento constante, una revolución
permanente, que permita transitar, con métodos radicalmente democráticos, hacia
el horizonte democrático del autogobierno político y económico. Incluso, en el
corto plazo, el ejercicio democrático, que ha de resultar siempre incómodo al
poder constituido, evita su acomodamiento garantizando que no vuelva a repetirse
la traición del PSOE del año 82.
Por último, y parafraseando a Benjamin, el proceso constituyente habrá de ser
el freno de emergencia que evite el descarrilamiento al que nos conduce
el capitalismo. En las constituciones occidentales actuales los derechos
sociales, económicos y culturales, entendidos como “principios rectores de la
política social y económica de los poderes públicos”, quedan despojados de
mecanismos de protección jurisdiccional con los que sí que cuentan los derechos
civiles y políticos. El constitucionalismo social se demuestra (paradójicamente)
una herramienta débil en la protección del Estado social cuando las políticas
económicas neoliberales se convierten en hegemónicas. En este sentido, el nuevo
texto constitucional ha de rehuir del nominalismo en pos del normativismo
garantizándose la aplicabilidad directa de todos los derechos con el fin de
evitar la omisión en el cumplimiento de los mismos por motivos tradicionalmente
alegados como la ausencia de legislación o la incapacidad económica. Asimismo,
un diseño constitucional viable pasa necesariamente por el replanteamiento del
modelo de crecimiento dada la imposición de los límites medioambientales y por
ser alternativa a un modelo de desarrollo sostenido por una estrategia de
obtención de recursos imperialista que conduce no sólo al sufrimiento de los
pueblos sino a un escenario bélico interimperialista nada deseable en un
contexto multipolar.
Como diría Joe Strummer en oposición al pueril No future de los
Sex Pistols, The future is unwritten. Y ese es, en última instancia, el
sentido del poder constituyente y de la democracia. 
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