El autor defiende, en un artículo escrito antes de la investigación por corrupción abierta contra el PSC, que el resultado de las autonómicas catalanas acelera la crisis política del Estado español
Íñigo Errejón*
27/11/2012
Los resultados de las elecciones al Parlament de Catalunya del pasado 25 de
noviembre están aún sometidos a una intensa disputa por su interpretación. Estos
comicios, y el escenario que arrojan, son tan apasionantes como complejos, y
deben ser leídos atendiendo a las diferencias sustanciales del sistema de
partidos catalán y la cultura política sobre la que se asienta. Este artículo se
centra en uno de los enfoques posibles: el escenario postelectoral catalán en el
contexto de la crisis política en el Estado español. 
Estas
elecciones llegaban marcadas por una dinámica casi plebiscitaria, en la que la
cuestión nacional y el derecho a decidir marcaban el eje principal, pero no el
único, de las lealtades políticas. Esto ha ocasionado no pocas confusiones o
simplificaciones entre las gentes de izquierdas que, desde fuera de Catalunya,
veían un masivo ejercicio de manipulación –“tijeras que se envuelven en
banderas”– en en el crecimiento de las tensiones nacionales. Considero sin
embargo que, contra las visiones esencialistas, es más útil entender el
soberanismo catalán como un espacio político no secundario sino principal para
una mayoría de la ciudadanía, por tanto con efectos reales y no ’ficticios’, en
auge y en disputa entre fuerzas extremadamente diversas, incluso antagónicas,
antes que como un ’velo’ que oculta los verdaderos intereses de los sujetos
sociales, que antecederían a su conformación como actores. El proceso político
abierto en Catalunya, constituyente en un sentido, y el decantamiento de una
mayoría en favor de la activación del derecho a la autodeterminación no puede
ser, ni por su genealogía ni por sus dimensiones o heterogeneidad, obra de
ningún “empresario político” ávido de exaltar sentimientos primarios en las
masas para conservar el poder. Esta estrategia puede darse, pero es subalterna
de un fenómeno político más grande y de más largo recorrido, que supera los
intentos de monopolizarlo electoralmente. Por si acaso, la atribución de un
contenido intrínsecamente conservador a todo nacionalismo/independentismo –o
politización de un sentimiento de pertenencia nacional– es empíricamente
insostenible con una rápida mirada histórica y geográfica. Es además
políticamente estéril, pues no comprende la contingencia que preside la
construcción de identidades políticas, y olvida hasta qué punto las identidades
nacionales son susceptibles de articularse con las más diversas
ideologías.
Las fronteras de la austeridad y del derecho a
decidir
En cuanto a los resultados, hay dos datos cruciales, evidentes e
inmediatos: Convergencia i Unió ha fracasado en su intento de hegemonizar el
campo político dibujado por la frontera del “dret a decidir”, aunque sigue
siendo el principal partido de Catalunya, ganando en todas las comarcas menos
una. Y el Partit dels Socialistes de Catalunya-PSOE ha perdido la posición de
segunda fuerza política en escaños –aun siendo ligeramente superior en votos– en
favor de Esquerra Republicana de Catalunya, que previsiblemente se beneficia de
los votos en fuga de CIU, gracias a su mayor decisión independentista y a su
distanciamiento de los agresivos recortes del pasado Govern de Artur Mas, y
resulta quizás el gran triunfador del 25N, en votos y por la posición política
determinante en la que queda. La importancia de la mayoría por el derecho a
decidir que se configura en el Parlament excede la aritmética: son –casi– los
mismos partidos, con representación similar vis a vis el bloque
constitucionalista, pero su determinación soberanista y las presiones de la
sociedad civil son parte de una dinámica en ascenso y con capacidad para
reconfigurar el sistema de partidos. En ese sentido, y como se trata de un campo
político marcado por dos fronteras –hoy: el derecho a decidir y la austeridad–
que dibujan cuatro espacios, es necesario apuntar también los reequilibrios
dentro de cada bloque: el soberanismo –CIU, ERC, CUP y con más dudas ICV–
bascula notablemente a la izquierda, mientras es la derecha la que gana
posiciones en el espacio del constitucionalismo –PSC, PP, C´s–. El descalabro
del PSC y su pérdida del simbólico segundo puesto –y el primero en el voto
progresista– tienen una importancia que trasciende sin duda la política
catalana: un año después de su clamorosa derrota en las elecciones generales, y
tras al menos tres castigos en elecciones autonómicas, el PSOE sigue en un
declive del que por ahora no parece haber tocado fondo. Es cierto que su tibio
federalismo ad hoc parece haber sido barrido en unas elecciones de polarización
nacional, pero no es menos cierto que Catalunya –y en especial Barcelona– es un
espacio político sin el cual no es pensable la centralidad del PSOE como partido
de Estado. No es exagerado afirmar, en cierto sentido, que la crisis del PSC es
la crisis de las posibilidades de articulación autonomista.
Con CiU muy
lejos de la mayoría absoluta, se abre un escenario tan difícil como apasionante,
en el que la incógnita está en si el partido de Mas será capaz de practicar una
geometría variable de acuerdos en el Parlament, articulando sobre el eje
nacional con Esquerra y con el eje de la austeridad neoliberal con el PP. O si
las tensiones entre las dos agendas y los actores llamados a servir de apoyo
para cada una, harán colapsar el nuevo Gobierno y provocarán una nueva
convocatoria de elecciones anticipadas. Mas llamó a los principales partidos a
“un ejercicio de responsabilidad” para gobernar el mentres tant mientras se
avanza en el proceso soberanista, pero ERC ya ha puesto “precio social” –no
rupturista pero sí significativo– a su apoyo. No hay que perder de vista el
posible papel de “garante sensato de la gobernabilidad” para el que el PSC
parece ya presto a ofrecerse, en una estrategia similar a la de un PSOE que
pretende recuperar un perfil central que las urnas le van arañando cita a
cita.
ICV-EUiA, que sube ligeramente, ha aguantado bien la dicotomización
nacional, asentándose como fuerza política progresista y favorable al derecho a
decidir, con un claro espacio sociológico y electoral propio, recogiendo gran
parte del voto desencantado del PSC. El Partido Popular se beneficia de su
condición de bastión de la españolidad, aunque no es capaz de superar su
estancamiento como fuerza subalterna en el panorama político autonómico.
Ciudadanos experimenta un auge muy importante, alcanzando los 9 escaños y
saliendo del área metropolitana de Barcelona; se trata sin duda de una fuerza
que ha llegado para quedarse, máxime en la medida en que el avance del proceso
soberanista aumente la sensación de agravio de importantes sectores de las
clases trabajadoras desestructuradas castellanohablantes, pero también de un
voto cívico-liberal que se pretende cosmopolita frente al
’nacionalismo’.
La Candidatura d´Unitat Popular-Alternativa d´Esquerres
irrumpe con 126.000 votos y 3 diputados –todos por la circunscripción de
Barcelona, pese a los buenos resultados en Girona, que se quedan a las puertas
del escaño– en el Parlament, dando así el paso de su ya destacada pero desigual
presencia en la política municipal a la autonómica para, en sus propias
palabras, “ser el caballo de Troya de las clases populares”. CUP ganan así una
visibilidad y peso que jugará un papel destacado en la conflictividad política
extrainstitucional que irá in crescendo con la profundización de la crisis,
tanto más cuanto mejor sepa entrelazar las reivindicaciones nacionales y
sociales, postulando el interés del país con el de sus clases subalternas. Se
trata de una iniciativa muy interesante que ha despertado la atención de gran
parte de la izquierda y gentes que protestan, también fuera de Catalunya. La
peculiar fórmula política de la CUP ha conjugado con inteligencia el músculo
organizativo y la subjetividad de la izquierda independentista, condiciones
necesarias pero no suficientes, con articulaciones con el variado tejido social
contestatario y la adopción del lenguaje político y la centralidad de la
aspiración de regeneración democrática fraguados en el 15M y las posteriores
movilizaciones contra la crisis y destituyentes. No obstante, pensar esta
fórmula en otros lugares de la península sacando de “la ecuación CUP” el factor
de la identidad popular catalana y las posibilidades que ofrece para
articulaciones amplias que trasciendan los círculos militantes; así como el de
las ventanas de oportunidad específicas del más plural escenario catalán, es
hacerse trampas al solitario: no hay traducción inmediata. Significativamente,
las iniciativas políticas rupturistas gozan de mejor salud allí donde se
desarrollan al calor de identidades colectivas territorializadas y relativamente
comunitarias.
Las elecciones catalanas llegan en un momento de creciente
desestructuración de un modelo político y social que se ha mantenido durante más
de tres décadas en condiciones de considerable estabilidad, asegurando la
integración de las naciones periféricas en el pacto autonómico y de las clases
subalternas en el pacto social. La primera integración parece fracturarse hoy
entre el impulso recentralizador del Partido Popular y el nacionalismo español
realmente existente, y el avance cualitativo y cuantitativo del soberanismo, en
el País Vasco y Catalunya en primer lugar. La segunda integración se ve
amenazada por la gestión austeritaria de la crisis en clave de ofensiva
oligárquica sobre el Estado social y sus agentes institucionalizados, y por el
cierre del régimen que deja fuera un número creciente de sectores y demandas
sociales.
Las dos fracturas, pero especialmente la nacional, han marcado
estas elecciones, desgastando a los principales partidos del sistema y dibujando
un escenario político más rico, más complejo y más conflictivo, en el límite del
orden político de la Transición. Es bastante probable que el Govern que salga de
estas elecciones no termine la legislatura, por sus dificultades para procesar
al mismo tiempo el avance soberanista y la conflictividad social frente a la
espiral deuda-recortes. En ese sentido, el proceso político catalán es
indisociable de la crisis política del Estado español.
http://diagonalperiodico.net/Una-primera-lectura-del-25N-desde.html

* Íñigo Errejón Galván es doctor e investigador en Ciencia Política en la Universidad Complutense de Madrid.

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