El coordinador de CT o la Cultura de la Transición ve desde su ventana
los movimientos sísmicos en la sociedad provocados por el ciclón 15M
Guillem Martínez*
18/05/2012
Hace poco más de un año, Amador Fernández-Savater –Amador sabe y
ha verbalizado tanto a la Cultura de la Transición (CT), que la CT tendrá que
darle una colleja– me envió un artículo en el que planteaba la muerte de la CT,
y la insería en una cronología que comenzaba el 11M del 2004. Recuerdo que le
contesté con un mail desanimado, en el que expresaba mi impresión personal de
pesar, de estar remando al viento. Le vertebraba, en un plis y con pocas
palabras, mi estado de ánimo rabino-de-Vilmastyle. El rabino de Vilma, en fin,
defendía que para saber que el Mesías no ha venido, era suficiente con asomarse
a la ventana. Si hubiera venido, mirarías por la ventana y lo sabrías. Las cosas
gordas, en fin, ocurren por la ventana. Y yo miraba por la ventana –o ni eso, me
bastaba mirar a la pared o las pelusas del suelo–, para saber que la CT seguía
siendo el campo de juego de cualquier juego posible.
Pero apenas unas semanas después te asomabas, es un decir, a la
ventana y veías, en mi caso, la Plaça Catalunya, repleta de personas mirándose a
la cara y hablando de cosas que superaban el marco de la CT. Lo que para Amador
era el resultado de una cronología –y para mí, una seta inesperada– existía. Y
existía en franco roce con la cultura hegemónica. La CT tardó, de hecho, dos
semanas en verbalizar el fenómeno. La prensa ad hoc utilizó primeramente, para
tirar millas, los palabros “radicales” y –si bien el primigenio 15M no estaba
contra el sistema de pesos y medidas– “antisistemas”, hasta tirar la toalla y
recurrir a la cosa “indignados”, que no viene a significar nada, salvo la
incapacidad de utilizar las anteriores palabras, provistas de autodefinición
paralela, como el palabro “violentos”, ese hit CT con el que la CT te arreaba en
la cabeza. Y eso es, posiblemente, lo que pasó en breve tras
el 15M. La incapacidad de la CT, por primera vez en 35 años, para describir la
realidad, para arrearte en la cabeza
. Que se tradujo en la incapacidad
para gestionar la realidad culturalmente. En junio, con motivo del Catalunya
Place 2011 Mossos Tour’s, el Estado perdió, por primera vez, su capacidad para
ser la fuente de información ante la violencia, para señalar lo que es violencia
o no y para imponer la suya. Una capacidad que, meses después, perdía aún más y
más notoriamente en torno al Institut Lluis Vives, en València, y que le ha
abocado a la soledad y a cierto ridículo internacional con las detenciones del
29M, unas detenciones no acogidas a derecho, y que recuerdan a la Escuela Vasca
de Kárate a los Derechos Civiles, que en el País Vasco operó en tiempos, sin
chirríos, amparada por ese chollo cultural que suponía la CT.
Sin penalización cultural, sin una CT operativa al 100%, como en
sus glory days, se ha podido hablar de violencia. Y se ha ampliado el concepto.
Un movimiento no violento ha verbalizado cacharros, agárrate,
como la violencia económica, la financiera, la policial, la jurídica, la
informativa, la gubernamental
. Ha podido verbalizar violencias
imposibles tan siquiera de imaginar hace un año, como el fin de la democracia y
del Estado del Bienestar. El/los Gobierno/s, en el trance de finiquitar el
Estado del Bienestar, la forma de democracia en Europa –proceso iniciado con los
presupuestos de este año y que culminará, todo apunta así, con los del año que
viene–, se ha/n visto desprovisto/ s del discurso democrático, cohesionador,
vertical de la CT. Y han hecho lo que han hecho a pelo. Sin el cojín de una
cultura. Con absoluta brutalidad.
En Barcelona, una ciudad más alejada que Madrid del poder, quien
ha querido ha conseguido fabricar un periodismo no CT, que ha podido hablar de
la realidad y ha podido controlar el poder. Es decir, describirlo y aludir a la
brutalidad de la desaparición de la democracia y del bienestar con,
precisamente, esas palabras exactas. Se ha asistido a un periodismo con un nuevo
sujeto. El sujeto ya no es el Estado –somos nosotros, la
sociedad– y su objeto ya no es mantener la cohesión
. La cohesión, fuera
de la CT, es un cacharro al que no se accede por propaganda cultural, sino por
la economía y los derechos. Se accede por planteamiento de problemáticas.
El 15M, en fin, ha supuesto la construcción de una ventana que ha
permitido ver la realidad. Una realidad que, desprovista de los filtros
culturales de la CT, permite otra recepción. Hemos fabricado esa recepción en
este año. Sólo por eso, sólo por esa ventana, por esa revolución cultural, por
esa opción libre de la mirada, el 15M ya es un éxito. Será la pera si, después
de este año, conseguimos modular la realidad que hemos podido apreciar y
describir. Eso supondrá –me temo, y como no reformulen la CT– un combate contra
un Estado que ya no recurrirá a preciosismos culturales. Será contra un Estado
que ya ha hecho en sólo un año lo penúltimo que puede hacer: pegar y detener
ilegalmente. Glups.
* El periodista Guillem Martínez es el coordinador de la obra coral CT o la Cultura de la Transición. Crítica a 35 años de cultura española (DeBolsillo, 2012), un interesante proyecto colectivo destinado a airear las miserias del “paradigma cultural hegemónico en España desde hace más de tres décadas”, en palabras del propio Martínez.
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