ENRIQUE CHICOTE SERNA. ARGANDA DEL REY (MADRID)
Ajá, vale. No sé por qué estamos obligados a bailar al son que tocan (con sospechosa unanimidad). Yo tampoco sé mucho del general Fernández Campo, cuya muerte lamento. Fue un militar franquista, de los primeros en sumarse al Alzamiento Nacional, y combatió con ardor guerrero contra el legítimo Gobierno republicano. Una vez ganada la guerra ascendió a gran velocidad y se colocó en puestos oficiales de la dictadura, creo que en el Ministerio de Industria. También en la Casa Militar del Caudillo. Se alaba su lealtad y ya lo creo que debía de ser leal todo-terreno: a Franco, al Régimen, al rey, a la Constitución, a lo que tocara. Se alaba su capacidad de guardar silencio, supongo que porque hay cosas que mejor que no sepan los ciudadanos: somos ropa tendida.
Como persona, le tengo el máximo respeto. Pero entiendo que su carta lo valora sólo como figura política y, en ese aspecto, para mí, el general sí es “todo un símbolo de la transición”. Es decir: de cómo la oligarquía del franquismo consiguió mantenerse en el poder (con la incorporación indispensable de una “leal oposición” de pacotilla), a través de un simulacro canovista de democracia. Como los Martín Villa, Fraga o el difunto Fernández Ordóñez (que acabó de ministro con el PSOE), simboliza lo peor de la transición: tipos que ya iban en un coche oficial cuando Franco firmaba sentencias de muerte y a los que nadie obligó nunca a bajarse de él.
No sé por qué un trabajador del campo o un político de izquierdas está obligado a saber mucho más de estos señores.
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