Ignacio Ramonet


Septiembre de 2012

Como
si las vacaciones de verano fuesen un manto de olvido que disipase la
brutalidad de la crisis, los medios de comunicación han tratado de distraernos
con dosis masivas de embrutecimiento colectivo: Eurocopa de fútbol, Juegos
Olímpicos, aventuras estivales de ‘famosos’, etc. Desean hacernos olvidar que
una nueva andanada de recortes se avecina y que el segundo rescate de España
será socialmente más lastimoso… Pero no lo han conseguido. Entre otras razones,
porque los audaces aldabonazos de Juan Manuel Sánchez Gordillo y el Sindicato
Andaluz de Trabajadores (SAT) han roto el conjuro y mantenido la alerta social.
El otoño será caliente.
En
una conversación pública mantenida en agosto pasado (1) con el filósofo Zygmunt
Bauman coincidíamos en la necesidad de romper con el pesimismo imperante en
nuestra sociedad desengañada del modo tradicional de hacer política. Debemos
dejar de ser sujetos individuales y aislados, y convertirnos en agentes del
cambio, en activistas sociales interconectados. “Tenemos el deber de tomar el
control de nuestras propias vidas –afirmó Bauman–. Vivimos un momento de grave
incertidumbre donde el ciudadano no sabe realmente quién está al mando, y esto
hace que perdamos la confianza en los políticos y en las instituciones tradicionales.
El efecto en la población es una situación constante de miedo, de Los políticos
sugestionan a los ciudadanos para que siempre tengan inseguridad… miedo, y así poder controlarlos,
constreñir sus derechos y limitar las libertades individuales. Estamos en un
momento muy peligroso, porque las consecuencias de todo esto afectan nuestra
vida diaria: nos repiten que debemos tener seguridad en el trabajo, mantenerlo
a pesar de las duras condiciones de empleo y de precariedad, porque así
obtendremos dinero para poder gastar… El miedo es una forma de control social
muy poderosa”.
Si el
ciudadano ya no sabe quién está al mando es porque se ha producido una
bifurcación entre poder y política. Hasta hace poco, política y poder se
confundían. En una democracia, el candidato (o la candidata) que, por la vía
política, conquistaba electoralmente el poder Ejecutivo, era el único que podía
ejercerlo (o delegarlo) con toda legitimidad. Hoy, en la Europa neoliberal, ya
no es así. El éxito electoral de un Presidente no le garantiza el ejercicio del
poder real. Porque, por encima del mandatario político, se hallan (además de
Berlín y Angela Merkel) dos supremos poderes no electos que aquél no controla y
que le dictan su conducta: la tecnocracia europea y los mercados financieros.
Estas
dos instancias imponen su agenda. Los eurócratas exigen obediencia ciega a los
tratados y mecanismos europeos que son, genéticamente, neoliberales. Por su
parte, los mercados sancionan cualquier indisciplina que se desvíe de la
ortodoxia ultraliberal. De tal modo que, prisionero del cauce de esas dos
rígidas riberas, el río de la política avanza obligatoriamente en dirección
única sin apenas margen de maniobra. O sea: sin poder.
“Las
instituciones políticas tradicionales son cada vez menos creíbles –dijo Zygmunt
Bauman– porque no ayudan a solucionar los problemas en los que los ciudadanos
se han visto envueltos de repente. Se ha producido un colapso entre las
democracias (lo que la gente ha votado), y los dictados impuestos por los mercados,
que engullen los derechos sociales de las personas, sus derechos
fundamentales”.
Estamos
asistiendo a la gran batalla del Mercado contra el Estado. Hemos llegado a un
punto en que el Mercado, en su ambición totalitaria, quiere controlarlo todo:
la economía, la política, la cultura, la sociedad, los individuos… Y ahora,
asociado a los medios de comunicación de masas que funcionan como su aparato
ideológico, el Mercado desea también desmantelar el edificio de los avances
sociales, eso que llamamos: “Estado de bienestar”. 
Está
en juego algo fundamental: la igualdad de oportunidades. Por ejemplo, se está
privatizando (o sea: transfiriendo al mercado) de forma silenciosa la
educación. Con los recortes, se va a crear una educación pública de bajo nivel
en el que las condiciones de trabajo estructuralmente van a ser difíciles,
tanto para los profesores como para los alumnos. La enseñanza pública va a ­tener
cada vez más dificultades para favorecer la emegencia de jóvenes de origen
humilde. En cambio, para las familias acomodadas, la enseñanza privada va a
conocer seguramente un auge mayor. Se van a crear de nuevo unas categorías
sociales privilegiadas que accederán a los puestos de mando del país. Y otras,
de segunda categoría, que sólo tendrán acceso a los puestos de obediencia. Es
intolerable.
En
ese sentido, la crisis probablemente actúa como el shock, del
que habla la socióloga Naomi Klein en su libro La Doctrina del shock
(2): se utiliza el desastre económico para permitir que la agenda del
neoliberalismo se realice. Se han creado mecanismos para tener vigiladas y bajo
control a las democracias nacionales, para poder aplicar (como está pasando en
España y pasó antes en Irlanda, Portugal o Grecia) feroces programas de ajuste
vigilados por una ­nueva autoridad: la troika que ­forman el Fondo
Monetario Internacional, la Comisión Europea y el Banco Central Europeo; unas
instituciones no democráticas cuyos miembros no son elegidos por el pueblo.
Instituciones que no representan a los ciudadanos. 
Y sin
embargo, esas instituciones –con el apoyo de unos medios de comunicación de
masas que obedecen a los intereses de grupos de presión económicos, financieros
e industriales– son las encargadas de crear las herramientas de control que
reducen la democracia a un teatro de sombras y de apariencias. Con la
complicidad complaciente de los grandes partidos de gobierno. ¿Qué diferencia
hay entre la ­política de recortes de Rodríguez Zapatero y la de Mariano Rajoy?
Muy poca. Ambos se han ­inclinado servilmente ante los especuladores
financieros y han obedecido ciegamente a las consignas eurocráticas. Ambos han
liquidado la soberanía nacional. Ninguno de los dos tomó decisión política
alguna para ponerle freno a la irracionalidad de los mercados. Ambos
consideraron que, ante los dictados de Berlín y el ataque de los especuladores,
la única solución consiste –a semblanza de un rito antiguo y cruel– en
sacrificar a la población como si el tormento inflingido a las sociedades
pudiera calmar la codicia de los mercados.
En
semejante contexto, ¿tienen los ciudadanos la posibilidad de reconstruir la
política y de regenerar la democracia? Sin duda. La protesta social no cesa de
amplificarse. Y los movimientos sociales reivindicativos se van a multiplicar.
Por ahora, la sociedad española aún cree que esta crisis es un accidente y que
las cosas volverán pronto a ser como eran. Es un espejismo. Cuando tome
conciencia de que eso no ocurrirá y de que estos ajustes no son “de crisis”
sino que son estructurales, que ­vienen para quedarse definitivamente, entonces
la protesta social alcanzará probablemente un nivel importante. 
¿Qué
exigirán los protestatarios? Nuestro amigo Zygmunt Bauman lo tiene claro:
“Debemos construir un nuevo sistema político que permita un nuevo modelo de
vida y una nueva y verdadera democracia del pueblo”. ¿A qué esperamos?

(1) En el
marco del Foro Social organizado en el seno del Festival Rototom Sunsplash en
Benicàssim (Castellón) del 16 al 23 de agosto de 2012. www.rototomsunsplash.com/es
(2) Naomi
Klein, La doctrina del shock. El auge del capitalismo del desastre,
Paidós, Barcelona, 2007.

Esta web utiliza cookies propias y de terceros para su correcto funcionamiento y para fines analíticos. Al hacer clic en el botón Aceptar, aceptas el uso de estas tecnologías y el procesamiento de tus datos para estos propósitos. Más información
Privacidad