Armando B. Ginés
15/05/2012
Los partidos políticos de la izquierda parlamentaria muestran sus simpatías a
medias por el movimiento 15M, mientras los sindicatos mayoritarios ponen la
sordina a sus comunicados públicos. Ni unos ni otros están en contra pero
tampoco quieren echar flores de modo manifiesto. Muchos se acercan al 15M de
tapadillo, a título individual.
El surgimiento del 15M puso en solfa muchos clichés intocables de la
transición: la forma de Estado sobrevenida por la dictadura franquista, los
límites del sistema consensuado desde arriba y la democracia reducida al
pactismo institucional y los votos cautivos ahormados por la ley electoral.
No había cauces (sigue sin haberlos) para que el pueblo (la clase que vive de
trabajar) pudiera expresar adecuadamente sus inquietudes y capacidades. El pulso
vital de la ciudadanía estaba desaparecido desde hacía décadas siguiendo el
curso de maneras de hacer política que ya no aportaban ideas originales o
renovadas de canalizar la participación del pueblo llano.
El 15M tiene mucho de espontáneo, intuitivo, utópico, sin líneas predefinidas
claras. Está germinando algo que todavía no tiene nombre. Teoría y práctica
surgen en el instante concreto, aquí y ahora. Los mensajes son heterogéneos, sin
embargo todos coinciden en que las políticas que se llevan a cabo no representan
ni solucionan las expectativas materiales de la ciudadanía común.
Por lo visto y escuchado, los conceptos que se barajan no ponen radicalmente
en cuestión el régimen capitalista. No se menciona expresamente la categoría
capitalismo, solo se enumeran causas y efectos que la crisis y el reparto
injusto de la riqueza generan en las personas trabajadoras, escolares,
universitarios, inmigrantes y pensionistas. Tal vez sea esta una forma de llegar
a pensamientos más estructurales a través de una didáctica colectiva y pedagogía
crítica que saque de cada cual el potencial anestesiado por tanta ideología
ultraliberal y seudosocialdemócrata instilada en vena desde la muerte de
Franco.
Este despertar lento puede tener grandes ventajas: sin hacer proselitismo
agresivo todos podríamos alcanzar las evidencias de forma propia sin
intermediarios vanguardistas ni líderes carismáticos. Un camino muy socrático
que pudiera alumbrar el hombre (y la mujer) nuevo que Gramsci tuviera en mente
en otros tiempos y circunstancias históricas.
Este método que ensaya (conscientemente o no) el 15M pone en el disparadero a
los políticos y sindicalistas de la izquierda transformadora asentados en las
verdades míticas pergeñadas durante la transición. Todo mito ha de ser volteado,
más tarde o más temprano, por la razón que busca con sinceridad el progreso
social de la inmensa mayoría. Si el 15M sirviera para derribar esas colosales
columnas de humo edificadas en los años 70 y 80 del pasado siglo, otra sociedad,
otro mundo estaría más próximo.
Los mitos de la transición no valen ya para el siglo XXI. El 15M pide a
gritos otro contrato social más equitativo (laicismo, ecologismo, republicanismo
y pacifismo incluidos), más democracia participativa y más servicios públicos de
calidad. Sí, cierto puede ser que muchos de estos principios se hallen en algún
enunciado interno de los partidos y sindicatos de izquierda, pero ya hace
décadas que son meros rellenos de sus programas electorales o documentos de
acción sindical.
Más 15M debería traer consigo una conciencia social más crítica y una
disposición personal más activa en todos los ámbitos: laboral, ciudadano y como
sujeto político. Más 15M es menos miedo, más capacidad de lucha, menos
resignación y más capacidad para detectar los mitos que genera el sistema
capitalista para seguir consumiendo nuestras vidas mientras compramos quimeras
en el centro comercial de turno.
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