Rafael Torres*
OTR Press
08/01/2013
Se dice que una entrevista es una cosa que hace uno y cobra otro, pero la de Hermida al rey de la otra noche, independientemente de que aquel la cobrara, no la hizo nadie. Quienes la vieron quedaron con la incómoda sensación de que el Jefe del Estado o no tenía nada que decirles, o prefirió no decirles nada. En tal caso, ¿a qué ese simulacro? Es cierto que la Providencia no llamó a Juan Carlos I por el camino de la oratoria, y que la experiencia vital de éste, su día a día, guarda escasa relación con la del resto de los españoles, pero habría bastado un poco de naturalidad y la lectura previa de un par de periódicos para haber logrado articular, siquiera, un poco de conversación.
Diríase que el veterano periodista estaba entrevistando a Dios, tal era la unción que empleaba y su exquisito cuidado en no aludir a asuntos terrenales, pero quienes se hallaban al otro lado del televisor, monárquicos, republicanos o ácratas, estaban allí para escuchar lo que decía un hombre que en 37 años, los que lleva de rey, no había dicho gran cosa a la gente más allá de lo contenido en los discursos que le escriben y en los mensajes navideños que también. Suponían que en las actuales circunstancias, cuando buena parte de la población sufre la injusticia y hoza en el albañal de la miseria, y el Estado cuya jefatura ostenta hace agua por los cuatro costados, Juan Carlos, que además cumplía años, dejaría el armiño en el perchero de la entrada y las declaraciones estereotipadas y formularias sobre la mesa del despacho, a fin de intentar presentarse a cuerpo y, si no con la camisa remangada, sí, al menos, en actitud más cercana. Pero le vieron tan lejos, tan remoto, como, al parecer, se halla en las encuestas.
Cuando, por las tensiones territoriales y por el empuje de una juventud sin inhibiciones ni miedos históricos, se está en vísperas de entrar inexorablemente en el debate sobre el modelo de Estado futuro, acaso una república federal que pudiera resolver esas tensiones y proyectar al país, más relajado y unido, hacia los restos del futuro precisamente, una entrevista al rey debería, cuando menos, haber arrojado alguna luz sobre el pensamiento y la propuesta política de éste y, por extensión, de los partidarios de la continuidad de la monarquía. Pero se perdió esa oportunidad histórica, así como la de entrar francamente, por una vez, en los territorios tabú de la verdad.
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