Alberto Garzón Espinosa*
El Huffington Post
07/06/2012
A veces parece que el concepto de capitalismo ha escapado de nuestro
vocabulario. De hecho, entre los economistas no es hoy una palabra habitual ni
en las intervenciones públicas ni en los debates privados. Ni siquiera los
sindicatos, la mayoría de los cuales se definen como “de clase”, mencionan la
bicha. Es más, me consta que estos últimos incluso han obligado a sus
trabajadores, y en no pocas ocasiones, a modificar sus informes públicos con el
fin de usar palabras más modernas con las que referirse a nuestro sistema
económico. Reflejo todo ello de que una falsa ilusión, la de que estábamos
instalados en “el fin de la historia”, embriagó a casi todo el mundo durante
décadas.
Sin embargo, y de forma inevitable, la crisis actual ha vuelvo a relanzar el
concepto; a ponerlo en su sitio. Ahora, ya sí, se reconoce públicamente que
vivimos en una economía capitalista. Incluso algunos han llegado a anunciar, no
sin ingenuidad, la refundación del propio capitalismo, como es el caso del que
fuera presidente francés Nicolás Sarkozy.
Este sistema económico está en crisis y, por ende, nosotros estamos en
crisis. Los empleos se pierden, los salarios bajan -si bien no los de todos-, y
la pobreza y miseria se extienden por las ciudades. Desde el punto de vista
técnico sobran empresas y sobran trabajadores, de modo que tenemos empresas sin
producir y trabajadores sin trabajar. Son las manifestaciones propias de una
crisis capitalista. La crisis irracional de un sistema irracional, como diría
David Harvey.
Si aceptamos, por fin, que vivimos en un sistema económico capitalista no
tenemos más remedio que asumir que operamos bajo sus leyes y su lógica. Y eso
significa que el motor de la economía es la ganancia y, más concretamente, un
indicador conocido como tasa de ganancia. Dicho indicador mide la rentabilidad
de cualquier operación económica, de modo que es utilizado con frecuencia por
las empresas a la hora de tomar decisiones de inversión. A nadie le gusta
invertir mil euros y ganar ochocientos. Pero ese indicador también refleja las
oportunidades que tiene el capitalismo de seguir creciendo, de seguir
extendiéndose ad nauseam.
La crisis actual revela que el capitalismo enfrenta una crisis de
rentabilidad [1], lo que se manifiesta en las formas ya comentadas. Las empresas
no quieren invertir porque no ven oportunidades de negocio (la tasa de ganancia
es insuficiente) y por lo tanto no contratan trabajadores. Al no contratar
trabajadores el problema empeora y la crisis se agudiza.
La solución, dentro del sistema, es sencilla: hay que encontrar nuevos
espacios de rentabilidad. Y hay dos formas generales de conseguirlo.
La primera es incrementar la capacidad de demanda de los trabajadores, de
modo que sean suficientemente ricos para que a las empresas les interese
invertir (la tasa de ganancia sea suficiente). En el actual marco regulatorio,
con una globalización económica y financiera neoliberal que conlleva un
incremento de la competencia frente a países de bajos salarios, parece una
opción imposible. Además, enfrentaría otros problemas añadidos y de notable
importancia, destacándose la cuestión de la insostenibilidad del modelo de
producción y consumo en términos ecológicos.
La segunda es, dentro del marco regulatorio actual, encontrar nuevos espacios
de rentabilidad a partir de la destrucción de la esfera de lo público.
Acumulación por desposesión o privatización, formas distintas de llamar a lo
mismo. Ello significa que los colegios, institutos y hospitales públicos pasan a
la esfera privada y se convierten en negocios. El capital privado, detenido por
la crisis, encuentra una vía de recuperación a partir del troceo y reparto del
Estado de Bienestar. Pero es otra vía muerta, puesto que además del drama social
hay que enfrentar un proceso de estancamiento permanente como consecuencia de la
insuficiente demanda (¿a quién vender?).
La segunda opción descrita es la vía que ha tomado la derecha económica,
sabedora de que representa a los principales beneficiarios de ese proceso. La
vieja socialdemocracia, por el contrario, se mantiene a la ingenua espera de que
cambie el marco regulatorio y se permita aspirar a una salida humana dentro del
sistema capitalista.
Descartando ambas opciones encontramos una alternativa, esta vez fuera del
sistema. El reconocimiento de los límites ecológicos y de la naturaleza
depredadora del capitalismo, que visualizamos actualmente con mayor intensidad,
permite albergar la esperanza de una gestión económica diferente. Una gestión
donde es imprescindible el control público y democrático de las grandes empresas
y del conjunto del sistema financiero, anulando de esa forma el criterio de la
rentabilidad, y un modelo de producción y consumo donde el empleo de recursos
sea coherente con los recursos que podemos obtener de la naturaleza. En términos
ecológicos no se trata de una opción, sino de una imposición externa. En
términos sociales, y si queremos evitar la degradación social de la ciudadanía,
también.
Por eso es lógico y sensato declararse anticapitalista. Precisamente porque
se ha comprendido, y desde luego no se niega su existencia, al capitalismo.

NOTA:
(1) Sin que esto signifique que necesariamente la caída de la rentabilidad precede a la crisis.

http://www.huffingtonpost.es/alberto-garzon-espinosa/la-crisis-del-capitalismo_b_1564501.html?ref=tw

* Alberto Garzón Espinosa es diputado al Congreso por la provincia de Málaga, en representación de Izquierda Unida Los Verdes-Convocatoria por Andalucía: La Izquierda Plural.

** Fotografía de Valentos SG.

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