Luis Arias Argüelles-Meres   
La Nueva España
04/09/2012

Sobre el manotazo regio
Proclamamos una vez más la majestad de nuestra República, la inquebrantable
voluntad de nuestro civismo y la permanencia de las glorias españolas cifradas
en sus instituciones libremente dadas por la nación.
(Azaña)
Llegará el día en que se hablará con asombro de un tiempo y un país en el que
gran parte de la prensa libre y la izquierda de siglas adoptaron una actitud
cortesana difícilmente comprensible en lo que se supone que es un Estado
democrático. Llegará el día en que muchos se pregunten por qué se aceptó con
tanta sumisión que el sucesor de Franco en la Jefatura del Estado se mantuviera
en ella durante décadas sin el refuerzo no ya de un plebiscito, sino ni tan
siquiera de un debate libre, sin que la forma de Gobierno fuese un asunto tabú.
Llegará el día en que no resulte fácil entender por qué una supuesta democracia
no reivindicó la memoria de quienes tuvieron que abandonar su país por razones
políticas. Llegará el día -y creo que no está muy lejano- en el que la
transición no sea un mito, y se perciba con nitidez y sin prejuicios que lo que
se hizo tras la muerte de Franco fue una especie de repetición -mutatis
mutandis- de la Restauración canovista, con su bipartidismo y caciquismo en lo
político. Y que la izquierda de siglas aceptó ese juego. Llegará el día en el
que resulte muy difícil explicar que los grandes partidos no se pronunciasen
sobre determinados lances. Pongamos como ejemplo el reciente episodio que tuvo
como protagonistas al Monarca y a su chófer, lance que viene produciendo
hilaridad, pero que deja perplejos a quienes se preguntan qué es lo que está
pasando en este país.
Imagine el lector por un momento que hubiese documentos gráficos que
plasmasen que Rajoy o Rubalcaba se comportasen de esa guisa con su chófer. La
catarata de declaraciones sería arrolladora, y los calificativos, inequívocos.
Y, sin embargo, la España oficial, incluidos grandes partidos y sindicatos, no
se pronuncia al respecto. Y, aun así, lo cierto es que hay constancia de lo
sucedido en una ciudadanía, atónita y crispada, que ve que, en la España
oficial, todo el mundo pierde, como poco, los nervios.
Más allá de los chascarrillos y del humor facilón, alguien debería
preguntarse si es de recibo que se trate de ese modo a un ciudadano en el
ejercicio de su trabajo. Y alguien debería preguntarse también la relación que
aconteceres así pueden guardar con un desprestigio que, por méritos propios, va
en aumento, tal y como lo atestiguaba una encuesta que publicó recientemente un
diario nacional, muy monárquico, por cierto, cuyos resultados daban cuenta del
aumento creciente de ciudadanos que, llegado el caso, se pronunciarían por la
República. Y el referido aumento es muy grande en los últimos quince años, el
período que, al decir de Ortega, marca el tiempo de mando de una generación.
Y, por otro lado, cabe pensar que los grandes partidos empiezan a ser
conscientes de que la opción republicana podría ir mucho más allá de un cambio
en la Jefatura del Estado, es decir, que implicaría, como ocurrió en su momento,
una regeneración política de arriba abajo y de abajo arriba, que no les dejaría
mucho margen a los dos partidos turnantes de esta segunda Restauración
borbónica.
La desafección y el desapego ciudadanos abarcan hoy, como hace cien años, a
lo que Ortega llamaría en 1914 «la España oficial», una España oficial con
políticos cada vez más mediocres y con una Monarquía que no pasa precisamente
por su mejor momento.
En un país como éste, donde los dos grandes partidos vienen demostrando de
continuo que son parte importante del problema pero que están muy lejos de ser
la solución, la Monarquía no es ajena a escandaleras mediáticas y al
desprestigio. Y, se quiera o no, ya ha dejado de ser intocable.
Lo que queda es un largo camino para el debate. Y para la regeneración, que
nunca saldrá de la podredumbre de un bipartidismo que tanto contribuyó a
arruinar el país, tanto por sus corruptelas y abusivos privilegios como también
por su ineficiencia y creciente mediocridad.
La pregunta retórica más importante del momento es si cabe creer que la
Monarquía puede seguir intacta en tanto sus escuderos más fieles, esto es, los
dos grandes partidos con sus respectivas impedimentas mediáticas, viven
merecidamente las horas más bajas desde la transición a esta parte. Añádase a
ello que hay comportamientos y lances que, por sí solos, son nocivos para la
institución a la que se dice representar.
http://www.lne.es/opinion/2012/09/04/dejando-intocable-monarquia/1293197.html

* Imagen del heredero del dictador con la nariz malherida tras su caída en el Cuartel General del Estado Mayor de la Defensa, en Madrid, el último 2 de agosto.

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