El pasado lunes, día 7 de octubre, falleció en Granada la histórica luchadora feminista María Victoria Prieto Grandal (Ferrol, 1943), catedrática jubilada de instituto de Lengua Castellana y Literatura. Desde la Junta Directiva de UCAR-Granada queremos homenajearla con la publicación del presente texto, el cual escribió para la edición 2010 del Coloquio Internacional «Mujeres y ambiente en la historia y la cultura latinoamericanas y caribeñas», celebrado en La Habana:

La pavorosa situación en que se encontraban los esclavos y su ineludible liberación, a fines del siglo XIX, se convirtieron en un motivo reiterado de la literatura romántica escrita por mujeres. Son ellas las que deben de llevarse el mérito de haber denunciado tal ignominia
04/03/2011
En los manuales de Historia moderna y contemporánea que se han estudiado en
España tanto en el Bachillerato como en la Universidad ―incluso en la carrera
específica de Historia― lo normal era silenciar el tema de la esclavitud. Nunca
los estudiantes oímos una palabra a ningún profesor sobre la esclavitud y la
abolición en mi país. He preguntado a personas de mi generación y tienen
asociada la esclavitud a Estados Unidos, porque nos la mostró la literatura y
más tarde la televisión y el cine; y los más jóvenes tampoco la estudian. 
Personalmente, recuerdo el asombro que me causó, en el año 1971, leer en
un legajo del XVIII en la Notaría de La Rambla (Córdoba), dos documentos de
manumisión de esclavas, que el Notario me enseñó, después de uno con la firma de
Cervantes, porque pensó que me podrían interesar; le sigo agradecida porque me
abrió los ojos a un tema, por lo visto, tabú. 
De lo que sí disponemos
hoy es de bibliografía que aún no ha llegado a las aulas. Entre los múltiples
trabajos, me centraré en aquellos que se refieren a las escritoras del XIX que
denunciaron el esclavismo y han sido rescatadas del olvido gracias a
investigadores como Mª del Carmen Simón Palmer

LA IMAGEN DE LA MUJER
EN EL ROMANTICISMO


El culto al sentimiento frente a la razón ―una de
las manifestaciones del Romanticismo en el XIX― favoreció a las mujeres, ya que
la cultura burguesa las asociaba con la emoción y la sensibilidad, por lo que
pudieron intervenir en la creación de un lenguaje capaz de expresar las propias
experiencias, al tiempo que la ideología romántica garantizaba ―como señala
Susan Kirkpatrick― “un determinado tipo de autoridad femenina”. Y dado que el
Romanticismo enaltecía el hogar como refugio seguro, se produjo la construcción
de la intimidad, lo que facilitó a las mujeres la lectura, la reflexión y como
resultado de ello, la dedicación a la escritura. 
Pero la misoginia se
vio acrecentada en el período romántico, debido al desarrollo de la
interpretación del cuerpo femenino llevada a cabo en el siglo XVIII por Rousseau
y sus seguidores. En la literatura y la prensa del XIX, a partir de 1840, va
tomando cuerpo la imagen burguesa de la mujer como “ángel del hogar” y quedan
muestras de esta construcción ideológica y de cómo era tachada de inmoral toda
mujer que aspiraba a realizar alguna actividad no considerada “femenina”. 
Por otra parte, la curiosidad de los científicos románticos por
territorios desconocidos, llevó a algunos a la investigación de esa otra
terra incognita que era para ellos la naturaleza femenina. Es entonces
cuando nace la ginecología que estudia “un cuerpo patológico”. Freud calificó a
la psique de las mujeres de “enigma de la naturaleza femenina”. 
De esta
forma, el modelo de vida al que se somete a las mujeres en esta época entra en
contradicción con la esencia misma de lo romántico: la libertad como lema
supremo. Las fronteras establecidas tradicionalmente para las mujeres han sido
el zaguán ―orilla del encierro― y la ventana ―linde hacia el mundo vedado de lo
público, franqueable solo con la vista y la imaginación―. Es significativa la
confesión que hace la poeta romántica tardía Rosalía de Castro (1837-1885) en
una carta a su marido: “Si yo fuese hombre, saldría en este momento y me
dirigiría a un monte […] tengo sin embargo que resignarme a permanecer encerrada
en mi gran salón”. 
Las salidas al espacio público estaban restringidas a
la iglesia o a hacer visitas, actividad que se institucionalizó precisamente en
el siglo XIX; aunque las mujeres de la burguesía disfrutaban de cierta
autonomía; sin embargo, no podían evadirse de la presión psicológica sobre su
conducta. A este respecto afirma Carolina Coronado (1821-1911)

¡Libertad! ¿pues no es sarcasmo 



el que nos hacen sangriento 



con repetir ese grito 



delante de nuestros hierros? 

Las
mujeres románticas esgrimieron el ansia de libertad para convertirse en
ciudadanas de pleno derecho. Fue una labor incesante y enfrentada a la sociedad
patriarcal, en la que grupos de mujeres instruidas y valientes abrieron brechas,
aprovechando los tímidos avances que les proporcionaba la ideología liberal del
momento. Uno de estos avances fue la creación de escuelas de niñas, ya que a los
poderes públicos les preocupaba que la ignorancia de las madres no era
conveniente para la educación del ciudadano. 

ESCRITORAS
ABOLICIONISTAS


Y fue en este siglo cuando, por primera vez en la
historia, las mujeres dispusieron de foros de debate a favor de la libertad, la
primera vez que va a tener cabida la voz de las mujeres en el mundo patriarcal
de la palabra. 
El auge de la prensa diaria y de las revistas fue una
puerta abierta para las escritoras, donde muchas autoras publicaron sus primeras
obras. Y así, muchas escritoras románticas, empuñando como armas la pluma y la
palabra, fueron participando, poco a poco y, en algunos casos, fundando, no solo
revistas, también liceos, centros culturales para mujeres y ateneos. 
Ejemplo del escándalo que provocaba en la época la actividad pública de
las mujeres es el caso de la primera mujer que pronunció una conferencia en el
Ateneo de Madrid, en 1884, la escritora y librepensadora Rosario de Acuña (1851-1923). En una reseña sobre el acontecimiento, se afirmaba que la sala se
llenó de tal forma de señoras que “los socios no encuentran donde sentarse […]
y la prensa advierte del peligroso precedente y asegura que no es probable que
la situación vuelva a repetirse”. 
Fue notable el activismo que las
mujeres llevaron a cabo en sociedades de librepensadoras, ateas y republicanas;
e influyó en ellas la actitud romántica que intentaba hacer visibles a los
marginados. Esta romántica bajada a los submundos la recorren también en sus
versos algunos poetas varones: Espronceda en sus canciones “El pirata”, “El mendigo”, “El reo”, “El verdugo” y “Los cosacos”, diseña el canon poético de la
exclusión social de los fuera de ley. Hubo escritoras que volcaron su actividad
literaria en sociedades de cariz cristiano; tal es el caso de la granadina
Enriqueta Lozano (1829-1895) que dedica sendos poemas a “El mendigo” y a “Un
expósito”. Es otra la ideología de Rosalía de Castro, que da voz a los
emigrantes y asalariados en varios poemas en gallego y en castellano. 
El
poderoso movimiento abolicionista de las intelectuales españolas, influidas por
norteamericanas e inglesas, tiene que ver con este aspecto del romanticismo, ya
que publicaciones de estas llegaban a España; y españolas como Concepción Arenal (1820-1893) ―conocida en toda Europa como insigne jurista― publicó algún
artículo en revistas de EE.UU. Las españolas no solo escribieron poemas, dramas
y ensayos antiesclavistas, sino que participaron públicamente en actos como
manifestaciones y mítines. 
Desde principios del XIX se produjo en EE.UU.
la participación de las mujeres protestantes en movimientos sociales a favor de
la abolición de la esclavitud, lo que ayudó a la rápida concienciación de las
mujeres. La analogía entre los esclavos sin derechos y las mujeres era evidente.
Se fundaron tres organizaciones femeninas, en Boston, Filadelfia y Nueva York;
en las dos primeras luchan codo con codo negras y blancas. 
Y en 1837 se
convoca el Primer Congreso antiesclavista femenino; se dieron además
conferencias en muchas ciudades, en las que, entre otras cuestiones, denunciaban
la complicidad de la Iglesia en el mantenimiento de la idea de que los negros
eran inferiores. La reacción de los Pastores no se hizo esperar con una
declaración en la que afirmaban que las mujeres no debían ocuparse de los
asuntos públicos. Pero las mujeres no se acobardaron ante esta crítica y, a la
denuncia de la esclavitud, sumaron la de los derechos de las mujeres, así
Angelina Grimké declaró: “No solo defendemos la causa de los esclavos, sino
también la de la mujer como ser normal y responsable”. 
El Gobierno
español, presionado por el inglés, promulgó la primera ley de abolición de la
esclavitud en 1837, pero se aplicó solo al territorio metropolitano y excluía a
los de ultramar. 
En 1865 fue decisiva la presencia en España del
matrimonio formado por Harriet Brewster, abolicionista de origen estadounidense
y Julio de Vizcarrondo, hacendado y periodista puertorriqueño. Ella convirtió a
su esposo a la causa antiesclavista y, después de haber liberado a sus propios
esclavos en Puerto Rico, vinieron a Madrid para promover la abolición. Gracias a
su iniciativa se crea la “Sociedad Abolicionista Española”. El mismo año se
funda el periódico El abolicionista que en 1866 organizó un concurso
literario ganado por Concepción Arenal con su poema “La esclavitud de los
negros”. 
Después de la revolución de corte liberal conocida como “La
Gloriosa”, se promulgó en 1870 una ley llamada de “vientres libres” que concedía
la libertad a los futuros hijos de las esclavas. En 1871 la Sociedad
Abolicionista Española hace un manifiesto a la nación y a las Cortes españolas,
exigiendo la inmediata abolición. Y en 1872 se elaboró un proyecto de ley de
abolición en Puerto Rico, contra el que se desató una feroz oposición, pues se
veía en la liberación de los 31.000 esclavos portorriqueños, el preámbulo de la
liberación de los casi 400.000 cubanos. A este respecto es ilustrativa la novela
de Carme Riera Por el cielo y más allá donde la escritora da cuenta de
que
    la isla de Cuba, la siempre fidelísima perla, contaba con una población de
    un millón siete mil doscientas sesenta y cuatro almas. A pesar de que para
    algunos los negros no la tuvieran, también habían sido incluidos en el cómputo y
    por primera vez sobrepasaban a los blancos en casi doscientos mil.
Para
oponerse al proyecto, se crearon en varias ciudades Círculos Hispano
Ultramarinos y la Liga Nacional Antiabolicionista. Muchos no utilizaban
razonamientos esclavistas, sino que justificaban su actitud con argumentos
supuestamente patrióticos, como su oposición a someterse a los dictados del
extranjero, que los propietarios de las plantaciones responderían haciéndose
independentistas o que el daño económico de la medida sería incalculable ―aunque
algunos propietarios cubanos echaban sus cuentas y les salían más baratos
trabajadores asalariados que esclavos―; y otro de los argumentos
antiabolicionistas era que actuaban por el bien de los propios esclavos: si se
los liberaba, los esclavos “quedarían en paro”, en palabras de hoy. 
Sin
embargo, después de la abdicación en 1873 del rey Amadeo I de Saboya, el
Parlamento, dominado por una alianza de monárquico-progresistas y de
republicanos, Castelar entre otros, proclamó la Primera República y en 1873
aprueba, por voto unánime, la ley de abolición en Puerto Rico
Años más
tarde, en 1880 el conservador Cánovas aprobó, casi sin oposición por parte de
los que antes defendían ideas esclavistas, una ley de abolición de la esclavitud
de forma gradual en Cuba. Lo paradójico del asunto estriba en que muchos
esclavos se habían “autoliberado”, aceptando la libertad que les ofrecían los
independentistas cubanos a cambio de luchar contra el ejército español. Así
pues, sucedió lo contrario de lo que pronosticaban los antiabolicionistas: la
abolición de la esclavitud convirtió en independentistas a los esclavos y no a
los propietarios de esclavos. 
Varias escritoras abolicionistas han
dejado constancia de sus convicciones antiesclavistas: la granadina Rogelia León (1828-1870) escribió un artículo con el largo y significativo título: “A las
piadosas señoras de todos los países que trabajan con ardor en la emancipación
de los esclavos” y compuso “La canción del esclavo”, poema al que confiere un
ritmo similar al de las dos primeras estrofas de la “Canción del pirata” de Espronceda. En él desgrana sus ideas sobre el oprobio de la esclavitud en boca
de un esclavo y expone la idea del “buen salvaje”:

Soy esclavo,
nombre infausto; 



nombre odioso y maldecido; 



soy el perro escarnecido 



que castiga su señor. 



[…] 

Dejadme ver a mis hijos 



y a mi
amada, yo os lo ruego, 



[…] 

esos hombres inhumanos 



deben, sí,
deben morir. 



No, no, debo esclavizarlos, 



ser cruel cual ellos fueron 



y que sepan lo que hicieron 



y que aprendan a sufrir. 

Impresionante fue la lectura que Carolina Coronado realizó de su
soneto “A la abolición de la esclavitud en Cuba”, con motivo de la fundación de
la Sociedad Abolicionista. Desde un balcón, con gesto teatral, el cabello al
viento y voz firme, recitó ante la multitud: 
[…] Sonó la libertad,
¡bendita sea! 

Pero después de la triunfal pelea, 



no puede haber esclavos
en España
[…]. 


Tal escándalo provocó el poema, así como unas
declaraciones suyas contra “los manejos yankees”, que le costaron el cese a su
marido, Horacio Perry, como primer secretario de la Embajada de Estados Unidos
en Madrid. 
En 1841, Gertrudis Gómez de Avellaneda (1814-1873) publicó en
España su novela Sab, tildada por algunos críticos de
romántica-sentimental, ya que se basa en un triángulo amoroso. Sin embargo, lo
nuevo de esta novela es que la autora cubana se distancia de la reconocida como
novela femenina al crear unos protagonistas que se salen de la norma: el
esclavo Sab y las dos mujeres, Carlota y Teresa, no se contentan con el papel
que se les ha asignado en la vida. 
La Avellaneda se centra en el
análisis de la injusticia social que supone el esclavismo y la crítica de las
condiciones de vida de las mujeres; y proclama, certeramente, que las cadenas
que ataban a los negros de Cuba estaban forjadas en la misma fragua de la
intolerancia, de la explotación y del abuso en que se venían fabricando las que
oprimían a las mujeres. Lo que termina haciendo de ella la primera novela
abolicionista escrita en español y anterior a La cabaña del tío Tom, de
Harriet Beecher Stowe (1811-1896) publicada en 1852. 
Faustina Sáez de Melgar (1834-1895) escribe el drama La cadena rota en 1879, en el que
denuncia la permanencia de la esclavitud en Cuba. La obra está ambientada en un
ingenio del que es dueña Rosa, la cual va a casarse con Horacio, primo suyo, que
llega de España. Él se queda desconcertado al comprobar el trato que la
hacendada da a sus esclavos, porque ya no se conoce la esclavitud en España,
exclama: […]esa negra esclavitud / baldón de la humanidad / me hace daño
[…], muestra así su punto de vista la autora. 
Y uno de los personajes
explica su actitud: 
[…]ten presente que en España

no se
conoce el esclavo



y que Horacio al fin y al cabo 



estas costumbres
extraña
[…]. 


En la hacienda trabajan dos esclavos hermanos: Azella y
Ruderico, son mulatos e instruidos. Horacio se enamora de Azella e intenta
liberar a los dos. La autora, construye con acierto un desenlace trágico,
plateando frente a la liberación ―lo que convertiría a la obra en un melodrama―
la muerte. En palabras de Azella: 

Siendo libre viviré 



si así lo
quiere mi suerte 



pero, si no, con la muerte 



mi cadena romperé

El poema de Concepción Arenal, “La esclavitud de los negros”, fue
publicado en El Abolicionista en 1875. Incomprensiblemente, aunque citado
en algunos estudios, no ha sido publicado hasta 2006. Llama la atención la
solemnidad épica de esta larga silva (500 versos) que comienza con un
endecasílabo, a manera de invocación de estilo homérico: ¡Oh musa del dolor!
Dame tu llanto
―compárese con el comienzo de La Ilíada: “Canta, oh
diosa, la cólera del Pélido Aquiles”. 
La autora enumera los horrores de
la esclavitud y en nombre de la justicia, invoca a los hombres para que rechacen
tal ignominia: 

¡Hombres, venid a redimir al hombre;



la causa es
santa, desertarla mengua!


Resulta muy valiente su acusación contra
los cristianos, los traficantes y los poseedores de esclavos, a los que da el
calificativo de “fieras”. También culpa a las mujeres del abuso ―¡Oh,
Esclavitud!
[…]¿De los hombres no basta que hagas fieras? / ¡Las
mujeres también, las nobles damas!
—, hasta el punto de llamar a una dueña de
esclavos “leona furiosa” y “feroz verdugo”. La poeta, en este punto, no excluye
a las mujeres del horror, adelantándose a las historiadoras feministas de la
década de los setenta que investigaron sobre las mujeres que ejercieron la
violencia y la opresión sobre sus semejantes a lo largo de la historia. 
El poema concluye con un apóstrofe a la patria, pidiéndole que no
consienta tal crimen de lesa humanidad: 
[…]si fue la esclavitud tu
horrible herencia, 

la santa libertad lega a tus hijos. 



[…] 




justa ¡oh patria mía! y serás grande. 


Es necesario recordar que
España fue la penúltima nación del mundo que abolió la esclavitud en 1886,
seguida de Brasil. La pavorosa situación en que se encontraban los esclavos y su
ineludible liberación, se convirtieron, por simpatía, en un motivo reiterado de
la literatura romántica escrita por mujeres. Son ellas las que deben de llevarse
el mérito de haber denunciado por humanidad, por solidaridad, tal ignominia. 
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BIBLIOGRAFÍA

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http://laventana.casa.cult.cu/modules.php?name=News&file=article&sid=6038

* En la fotografía, Marivi posa en la biblioteca dublinesa de James Joyce.

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