Octubre de 2012
Primero el silencio como poder. Ese poder tan fuerte que parece
que nadie lo ejerce. Ese silencio del poder, que tiene en la prepotencia de la
distancia la forma de doblegar a través del miedo y la resignación. Ese poder
que actúa a la distancia de una fusta. O el silencio de Dios, que ante las
tragedias es incluso criticado por los creyentes, que no terminan de comprender
que Dios es precisamente eso que nos ignora.
O el silencio del pueblo, el
silencio de las mayorías, el poder de las mayorías silenciosas, que ahora son
evocadas como contrapunto de aquellos que se movilizan, que gritan u ocupan la
calle, y que en el fondo vuelve a ser lo mismo: son también el silencio del
poder porque es el poder quien lo interpreta, quien se apodera de él y lo
utiliza como una herramienta contra los más conscientes. Y la heroicidad de
aquellos que, ante la luz de los focos, se atreven a pasar de la mayoría
silenciosa a las filas de los que luchan a cara descubierta, como el camarero de la Cafetería Prado, que de pronto adquiere una gran autoridad moral ante los
manifestantes perseguidos por el poder a punta de porra. No es despreciable en
los momentos que corren esta microfísica del heroísmo, personalizada por gente
como este camarero, o el hombre mayor que en la estación de Atocha, para
protegerlo, se abrazó a un muchacho y empezó a gritar, como si su voz fuera una
alarma incansable: “Vergüenza, vergüenza”.
O el silencio de los
intelectuales posmodernos, de una gran parte de ellos, en estos tiempos de
canallas y de estafa estructural. ¿Dónde están los intelectuales? Y alguien
puede responder: En el mercado. Ese mercado que marca la norma, que es siempre
una norma comercial, y exige neutralidad, equidistancia y silencio. Por eso, y a
modo de denuncia también, se celebra en Madrid el Congreso de Escritores, Intelectuales y Artistas por el Compromiso, porque no es posible callar en estos
tiempos, porque no es posible dejarlo todo al espectáculo en que el
neoliberalismo está convirtiendo la política representativa y la lucha
institucional.
Ese silencio intelectual que, por ejemplo hace un cerco de
olvido a las obras que señalan la alternativa, que señalan la realidad desde el
punto de vista de la explotación y el dominio de las relaciones humanas, como es
el caso el silencio ingente ante obras esenciales como lo fue en su momento (y
lo es ahora) “Teoría e historia de la producción ideológica”, de Juan Carlos Rodríguez, absolutamente ignorada y cuestionada desde esa violencia estructural
del silencio denso de las academias y los intelectuales de
mercado.
Frente al silencio la voz, incluso el grito. Frente a las
puertas cerradas, la calle. Son días en que es preciso existir con otros, salir
a la calle, gritar, oponerse, afilar los argumentos contradictorios, al menos
para que se sepa en el futuro que no estuvimos de acuerdo con los tiempos
lóbregos que nos tocó vivir.
http://www.mundoobrero.es/pl.php?id=2145&sec=6&aut=104

* Imagen de Alberto Casillas Asenjo, el camarero que se enfrentó a los antidisturbios el pasado 25S.

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