Granada Hoy
01/03/2012
Granada no existe. Al menos, una sola Granada. Pero solemos hablar de esa ciudad
imaginaria como si existiese. En la fiesta de la Patrona, “todos los
granadinos”, según su alcalde, dan muestras de devoción. Para Lorca, Granada es
una ciudad “acolchada” (posiblemente Federico dijo ‘acorchada’, insensible, y el
periodista transcribió, erróneamente, “acolchada”, blanda, muelle) y “muerta”.
Los pregoneros, los del día del libro o los de Semana Santa, también invocan a
Granada entera. Y sólo cuando es imposible referirse a todos los granadinos,
porque resulta evidente que los hay que no se miran bien o que no coinciden en
opiniones o en gustos, entonces se habla de dos Granadas: la de los granadinos
bien nacidos y la de los otros, paridos con dificultad. Este bloguero, hace
años, dividió a Granada, en lo que se refiere al consumo de helado, en la
Granada de Los Italianos y la Granada de La Rosa. 
Tampoco existe una
sola España. Es muy corriente alabar al pueblo llano, a los españoles de bien,
si ganas las elecciones y afirmar que están manipulados -es decir, que son
tontos-, si las pierdes. Otros citan aquello de Machado, referido a la patria,
de que cuando hay problemas, lo señoritos la invocan y la venden -aluden a lo de
Irak- mientras que el pueblo, sin nombrarla, la compra con su sangre y la salva.
Aznar no es desde luego un señorito, sino un individuo conceptualmente de clase
media que no tiene a nadie cercano que le corrija sus banalidades, enunciadas
con la solemnidad del arúspice, pero al que sí le gusta mucho hablar de
“patriotismo” (por tres veces lo invocó en su discurso al 17º Congreso del PP),
y de ‘España ‘(13 veces), o referirse a los “españoles” (17 veces). También
aludió a “la voluntad nacional”, “al alma nacional”, a “la grandeza de la
nación” y a “la unidad nacional”. 
Todo esto en un discurso de sólo 8
folios. A los malos, a sus adversarios políticos, los desterró a un territorio
brumoso que llamó “no-nación” y que todavía no aparece en el Google Earth. Yo no
quiero habitar en ese patinillo de Monipodio que Aznar llama patria, erizado de
banderas enormes que crecen al ritmo del paro. Hay aquí mismo otras patrias
llenas de gentes, a veces geniales, a veces idiotas, como yo mismo, pero que
poseen una virtud interesante: esta gente no exige de los demás ni más espacio
ni más tiempo del necesario para sobrevivir dignamente, sin molestar demasiado,
sabiéndose capaz de heroicidades enormes y de actos muy miserables. En una de
esas “no-naciones” vivo, y no pienso trasladarme por ahora a la patria que me
propone Aznar.
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