Rafael Martínez de la Ossa Sáenz-López*
16/01/2012 
Desde ayer, la derecha española camina huérfana. Basta con echar una mirada a
los kioscos. Manuel Fraga Iribarne, político incombustible, superviviente nato,
referente ideológico para los ciudadanos más ultras, no volverá a sorprendernos
con sus exabruptos.
Como acostumbramos en este país, todos son loas en este momento, y las
críticas son silenciadas por poco oportunas. Incluso cierto sector de la
izquierda más moderada se apunta a la glorificación de aquel al que llaman padre
de la Constitución, indispensable colaborador para la Transición, modernizador
del conservadurismo político.
Por mi ética y, en especial, por mi profesión, soy incapaz de alegrarme de la
muerte de cualquier ser humano. Pero me niego a ser un elemento más de la
apisonadora oficialista, que eleva a una categoría a un individuo que no se la
merece. Como dice Juan Carlos Monedero hoy en Público: cuando siguen
muriéndose en el anonimato españoles y españolas que se jugaron todo por
defender la democracia, tú eres el ensalzado
. ¿Qué clase de Justicia es la
que impera en este Mundo para que un señor que persiguió a los demócratas hasta
que por supervivencia tuvo que transformarse en uno de toda la vida, se
erija ahora como ejemplo de servidor público?
Fraga, gran admirador del sistema parlamentario británico, varias e
interesadas veces comparado a Antonio Cánovas del Castillo, siempre fue más
cercano a un Ramón Cabrera, guerrillero carlista al grito de por Dios, por la
Patria y el Rey, que en los últimos años adoptó posiciones más moderadas y
abrazó la democracia limitada, que al dirigente del Partido Conservador y
arquitecto de la Restauración.
Se nos marcha Don Manuel, sin cumplir sin gran sueño: llegar a Presidente de
Gobierno. Sin embargo, no puede decirse que no haya detentado responsabilidad
gubernamental en su camino. Ministro de Información y Turismo durante los años
de Palomares, Julián Grimau y Enrique Ruano; y Vicepresidente y Ministro de
Gobernación con Franco ya muerto que popularizó aquel arrebato de la calle es
mía, y a golpe de pistola silenció en plena Transición a cinco obreros de
Vitoria (uno, todavía un niño) (o, como mínimo, no hizo lo suficiente para
evitar la tragedia). Esas y otras tantas muertes, que ahora parecía iban a poder
ser investigadas, son escamoteadas hoy ante tanto elogio y aplauso fúnebre.

Hoy hay que lamentar la pérdida de un ser humano. Pero también hay que
entristecerse porque un señor que es responsable de varios atropellos
antidemocráticos, con y sin Franco, se marcha sin ser juzgado.

Nos abandona
el hombre. Mas el recuerdo de sus actos, las consecuencias de sus silencios
cómplices, nunca perecerán. Porque las víctimas de aquel señor poderoso no serán
jamás olvidadas. Porque su memoria nunca se perderá. Porque todos, vivos y
muertos, merecemos tener a alguien mejor que Manuel Fraga como Padre de la
Democracia. Hoy más que nunca: Verdad y Justicia.
* Rafael Martínez de la Ossa Sáenz-López es médico interno residente y socio de UCAR-Granada.

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