Juan Antonio Aguilera Mochón*
Granada Hoy
12/01/2012
El feminismo no sólo ha sido una fuerza crucial en la lucha por una humanidad
justa e igualitaria, sino que, por supuesto y por desgracia, lo sigue siendo. En
nuestro propio entorno, la educación machista ha hecho estragos en hombres y
mujeres. Huelga decir que, en la mayor parte del mundo, las mujeres continúan
estando en inferioridad de condiciones respecto a los hombres. 
Sin
embargo, precisamente porque las mujeres en conjunto no sólo no son personas
inferiores ni peores que los hombres, sino que tampoco son superiores
o mejores
, la reivindicación femenina en ocasiones pasa de feminista a
hembrista. Con hembrista quiero decir lo equivalente -cambiando el sexo
dominante por el oprimido- a machista, con todas las diferencias que cabe
esperar, pues no estamos ante una simple simetría. Pero no hay diferencias en lo
fundamental: el deplorable abuso de los miembros de un sexo sobre los del otro. 
En la actualidad, y ciñéndonos a España, son muchos los hombres que
están siendo víctimas del abuso hembrista, y lo peor es que este desafuero se
propaga gracias a un amparo legal incompatible con la democracia y el Estado de
derecho, un amparo conquistado, general y paradójicamente, por fuerzas de
(pseudo)izquierda simpatizantes con el (pseudo)feminismo. Así, la muy necesaria
búsqueda de protección de las mujeres frente a la llamada “violencia de género”
ha desembocado en la aberración de que los hombres son sospechosos por el mero
hecho de ser hombres; ¿cómo es posible que baste la declaración de una mujer
para detener a un hombre? ¿No hemos ido más allá de esa iniquidad islamista por
la que el testimonio de un hombre vale el doble que el de una mujer? En nuestro
caso, el testimonio de un hombre no vale nada. El abuso de ley está
servido en bandeja. 
¿Toda la violencia sexista es machista? Hace unos
meses empezó una campaña estatal en la que se denunciaba la “violencia de
género” sutil, la que no consiste en burdas agresiones físicas, con el lema “no
te saltes las señales”. Desde el primer día me temí que duraría poco, porque
esas pequeñas agresiones psicológicas, humillaciones cotidianas… más
difíciles de percibir, probablemente son protagonizadas por mujeres con una
frecuencia comparable a la de los hombres. Y la corrección política no va
precisamente por ahí, contra la eliminación de toda violencia sexista (y de la
violencia doméstica en general), sino sólo de la machista. 
Otras formas
de abuso hembrista son las que se producen en los divorcios. Mujeres no
discriminadas, pero con poco éxito laboral, cargan culpas, animadas por la
legislación vigente, en sus ex parejas, no ya para equiparar su situación
económica, sino -por decirlo en palabras de los damnificados- para extraerles
hasta la sangre. Así, frente a los mediáticos casos de los hombres-bestia
tenemos los casi invisibles de las mujeres-garrapata (también hay, aunque
menos, casos de mujeres-bestia y hombres-garrapata). Aquí se
juntan el hembrismo legislativo con la falta de escrúpulos de bastantes mujeres
(tan escasos como los de los justamente denostados machistas), que, para
despojar a sus antiguas parejas, abusan del estereotipo dominante y las acusan
sin más de machismo. Por su parte, los jueces, en sintonía con las prejuiciosas
leyes, lo asumen de entrada. Se parte nada menos que de una presunción de
culpabilidad masculina. Este disparatado contexto también explica las
dificultades para que los jueces otorguen la custodia compartida de los hijos.
La iniquidad de la justicia en este asunto es flagrante… y especialmente
reprobable, pues se imponen las prerrogativas por razón de sexo a costa,
incluso, de los derechos de los niños. En definitiva: para nuestra justicia,
unas son más iguales que otros. 
Desgraciadamente, este lema se aplica en
más ámbitos. El feminismo, según lo entiendo, es otra cosa que la estúpida
paridad zapateril. La discriminación siempre es negativa, no es admisible que el
mero hecho de ser mujer suponga una ventaja: tan mal está esto como lo
contrario. 
Ojalá que l@s activistas del feminismo tomen conciencia de
los despropósitos y excesos que, en lo que a veces parece un descabellado ajuste
de cuentas, se están cometiendo en su nombre, y sean ell@s mism@s quienes
denuncien las discriminaciones por razón de sexo que perjudican a los hombres.
¿Es tan difícil defender sencillamente la igualdad de todos ante la ley? Creo
que por no seguir -salvo honrosas excepciones- esta línea, por haber perdido el
sentido de la justicia, el feminismo está perdiendo vigor, y se puede marchitar
una fuerza decisiva en el avance de la democracia y los derechos humanos. Quizás
sea conveniente un movimiento masculinista, pero debería ser superfluo pues, en
mi opinión, tendría exactamente los mismos objetivos que el auténtico feminismo:
entre los fundamentales, acabar con el machismo… y con el hembrismo.

http://www.granadahoy.com/article/opinion/1157217/hembrismo/abuso/institucionalizado.html

* Juan Antonio Aguilera Mochón es profesor de Bioquímica y Biología Molecular en la Universidad de Granada y socio de Granada Laica.
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