Alfons Cervera
17/02/2012
Una de las palabras más repetidas cuando el asunto analizado se refiere a la
Justicia es “respeto”. Y lo que pasa es que muchas veces confundimos aposta el
respeto con la aceptación implícita o explícita de aquello sobre lo que estamos
opinando. Respeto a la Justicia, pues, y adelante con esta democracia que viene
de la transición más respetuosa con una dictadura que uno pueda echarse a la
cara. Me refiero, claro está, a nuestra transición, a ese tiempo que ejerció de
puente entre el franquismo y la democracia, a los años en que el consenso
político y la ideología de los partidos mayoritarios de izquierdas en
stand by dibujaron una época que fue exportada como modelo
a otros países que habían pasado por circunstancias terribles parecidas a la
nuestra. Muchas de las estructuras franquistas y organizaciones que como la
Iglesia siempre actuaron de mamporreras de la dictadura se mantuvieron intocadas
por la democracia. La moral de la transición fue la moral de una esperanza
frustrada en un cambio de paradigma. Los valores de antes permanecían intactos.
Los buenos seguían siendo los de derechas y los malos los de izquierdas. Se lo
decía a una amiga mía, de padre comunista exiliado, una de sus primas de
derechas. Le decía la prima: “vosotros creéis que vuestro padre es de
izquierdas, pero en realidad es de derechas porque tiene un buen corazón”. La
conversación tenía lugar a la puerta de mi casa, en Gestalgar, hace apenas tres
años. El más reciente ejemplo de esa derrota moral de la democracia: la
exaltación hasta el hartazgo de Fraga Iribarne, el último gran protagonista de
los horrores del franquismo.
De aquellos consensos (poco o nada avanzaron los sucesivos gobiernos de
Felipe González en ese sentido) vienen bastantes de los lodos que ahora nos
aquejan. Estos días, esos lodos tienen un nombre propio inexcusable: la
Justicia. En el mundo entero se echan las manos a la cabeza por el caso Garzón.
Dejando bien claras las sombras que tantas veces han oscurecido sus
instrucciones y toma de decisiones, nadie entiende que el juez que ha
investigado los crímenes de dictaduras como la chilena y la argentina, esté
siendo juzgado en su país por intentar hacer lo mismo con el franquismo. Tampoco
entienden que los corruptos de la trama Gürtel no hayan ido al banquillo de los
acusados o hayan sido absueltos y el juez que los investiga -el mismo Garzón-
acaba de ser expulsado de la carrera judicial por hacer precisamente eso:
investigar a los miembros de esa trama corrupta. Y la nueva píldora que tiene
como protagonista a la Justicia: el juez José Castro, que investiga el caso
Urdangarin, está siendo investigado por el Consejo General del Poder Judicial.
Aquí no cuadra nada y la Justicia se está llevando la palma en este delirio de
democracia que tenemos.
Decía el Rey en su alocución navideña que la Justicia ha de ser igual para
todos. A estas alturas de la película ya nadie duda de que mentía. Lo que tenía
que haber hecho el Rey -si piensa que la Justicia ha de ser igual para todos- es
poner a su yerno en manos de esa Justicia igualitaria. Pero en vez de eso, lo
mandó a Estados Unidos para apartarlo de la quema. Y lo que ha hecho ahora es
presionar para que la declaración de Urdangarin no sea grabada y puesta al
alcance de la ciudadanía. Y es que la Monarquía es otro -uno de los más fuertes,
si no el que más- consensos de la transición. Si no fuera el marido de la
infanta Cristina quien está imputado, ¿estaría siendo investigado el juez que
investiga ese caso de corrupción? Y más: ¿por qué no está imputada la hija del
Rey si era socia principal -con su marido- de la empresa a la que se desviaban
fraudulentamente los fondos de Nóos? Sé que el espacio de que dispongo es poco
para reflexionar sobre tanta mierda suelta en esta democracia nuestra tan
enferma y tan insuficiente. Lo que aquí he intentado -con respeto o sin respeto,
me da igual- es simplemente lanzar algunas sugerencias, unas sugerencias que
están la mente de todo el mundo. Y cuando digo mundo me refiero al mundo entero,
a ese mundo que está echándose las manos a la cabeza porque no entiende lo que
pasa en España. ¿Cómo va a entender nadie que si Franco se murió hace casi
cuarenta años, el franquismo siga en este país más vivo que nunca? Pues eso.

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