Rafael Cid
26/01/2012
La sentencia absolutoria de Francisco Camps y de su acólito maniquí Ricardo
Costa gracias al fallo de un jurado popular puede dar lugar a ríos de tinta, y
los dará. Unos desde la derecha de vuelta al poder dirán que al fin se ha
desmontado la campaña orquestada contra el ex presidente de la Generalitat.
Otros, que en la víspera ya se ponían a rebufo alertando sobre la presencia de
un miembro de Nuevas Generaciones en el hotel donde estaban recluidos los
miembros del jurado, argüirán que ha sido un tremendo error. Pero seguramente
nadie irá al fondo del problema, que ahora de nuevo, como hace doscientos años,
se repite como si el tiempo pasara en balde: ¿por qué el sufrido pueblo español
se empeña en encumbrar a sus más ilustres déspotas con renovados gritos de
¡vivan las caenas!?
Y la respuesta no está en el viento sino en las responsabilidad de quienes,
sobre todo desde la izquierda nominal, han ocupado mando en plaza desde la
transición para acá y han sido incapaces, más allá de una alocada y lucrativa
transformación material a todas luces depredadora, de insuflar conciencia de
ciudadanía y valores democráticos entre la población. Algo está mal cuando a los
37 años de la muerte de Franco la sociedad española es casi más conservadora,
meapilas y retrógrada que la que salía de la dictadura. Trono y altar, junto con
banqueros, famosos y deportistas de élite son los olímpicos referentes de un
pueblo que almacena 5 millones de parados y una de las tasas de corrupción
política más altas del continente. Cómo sorprendernos de que el respetable que
renovó en las urnas el pasado 22 de mayo al gran fallero nacional, llegado el
momento de la verdad, no haya encontrado de qué culparle.
¡Vivan las caenas!, si, pero por qué y sobre todo quiénes son los
responsables de semejante dislate moral. Lo son en primer lugar las
instituciones, la mala baba de los medios de comunicación, la pazguata
universidad que enseña, en suma, los nuevos púlpitos que crean conciencia entre
las masas informes y abotargadas. La gente es sólo yunque, ellos martillo. No
tenemos lo que nos merecemos, sino lo que no han parido. En Alemania, la pérfida
Alemania, un ministro de Defensa dimitió voluntariamente porque le habían
pillado un plagio en su tesis doctoral. Aquí de cada bribón de postín hacemos un
Dioni y le sacamos en hombros. Por algo será. Todo conspira en Celtiberia para
el pan y circo. Lo llevamos en nuestro ADN histórico: siglos y años de dictadura
y meses y semanas de democracia. ¡Cabe concebir mayor fracaso de esta democracia
de consumo! Y ahora asistiremos a la ofensiva de sicofantes y oportunistas que
intentarán aprovechar el gran fiasco para seguir con su política de tierra
quemada contra lo poco que aún queda de traza democrática, entre las que se
encuentra la institución del jurado. Utilizarán el caso Marta del Castillo y la
repulsa pública ciudadana para urgir el restablecimiento de la pena de muerte y
medidas más severas para el control de la juventud. Y la fascistada del juicio a
Garzón para rebañar aún más la también democrática iniciativa de acción popular.
No hay mal que por bien no venga. Les daremos una patada en nuestro propio
culo.
Y entre tanto, eso sí, olvidaremos que cuando excepcionalmente la justicia se
tapa los ojos y condena a un poderoso, como al consejero delegado del mayor
banco de España, siempre se puede echar mano de un gobierno en funciones para
indultarle.
El pueblo ha hablado. Por sus hechos les conoceréis.
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