La Constitución ha sido una bonita declaración de principios ninguneada por todos los gobiernos

Juan Manuel Aragüés Estragués*

El Periódico de Aragón

24/12/2013

La crisis ha abierto un proceso político e ideológico cuyo objetivo último es la destrucción del Estado de Bienestar que se gestó en Europa occidental tras la Segunda Guerra Mundial. Conviene recordar que ese Estado de Bienestar es consecuencia directa del equilibrio que surge de la guerra, pues la “amenaza comunista” en Europa oriental y la potencia de los partidos comunistas en Occidente, lleva a la burguesía a realizar fuertes concesiones a cambio de garantizarse la paz social y la conservación del poder. Por ello, desaparecido el equilibrio, la burguesía se siente con las manos libres para desmontar el estado social, ante la impotencia de una izquierda que no ha sabido leer correctamente el nuevo escenario político. Todo el proceso de construcción europea, en el que los mercados y los poderes financieros son los grandes beneficiarios, así como las políticas que los partidos conservadores están implementando en la actualidad, son fruto de un nuevo contexto histórico en el que la burguesía se ha quedado sin contrapeso político.

No cabe duda de que acabar con este gobierno antipopular es una exigencia de primer orden. Pero no se trata de producir un mero cambio de gobierno. Es preciso articular una alternativa al régimen que se fragua en la Transición. Si la Transición española ha sido tomada como modelo es, precisamente, porque en ella no fueron cuestionadas las elites políticas y económicas, no hay ruptura real con el pasado. Por eso nuestra Constitución no ha sido más que una bonita declaración de principios que, en sus aspectos más sociales, ha sido ninguneada por todos los gobiernos, de uno y otro signo. Porque esos gobiernos son expresión de ese pacto iniciático que no pretendía poner nada en cuestión.
Y aquellos polvos han traído estos lodos. La derecha, envalentonada cada vez más, no duda en aplicar su programa de máximos, mientras la izquierda sistémica, política y sindical, realiza cada vez más y más concesiones. La vuelta atrás resulta impensable, pues se han roto los equilibrios de antaño, que permitían a los socialdemócratas humanizar el sistema. Nuestro sistema se muestra inhabitable. Y esto es solo el principio.
Probablemente, si nos propusieran diseñar una sociedad desde cero, a muy pocos, a ese 1% que se beneficia del sistema, se le ocurriría reproducir lo existente. Imposible, para la mayoría social, mirar con añoranza al pasado. Se trata de construir algo nuevo, diseñar un nuevo sistema. Vivimos un sistema corrupto, en el que las elites económicas, políticas y comunicativas han sellado una alianza de sangre. La corrupción no es una anécdota, sino lo que alimenta al sistema. La democracia se ha convertido en un mero adorno, del que si es preciso prescindir, se prescindirá sin problema. Hemos visto ya en muchas ocasiones, en nuestra propia Europa, cómo cuando una decisión democrática no ha gustado, se han buscado los mecanismos para desactivarla. Hemos escuchado las amenazas del Capital cuando la socialdemocracia griega, al principio de la crisis, sugirió preguntar a su pueblo sobre el rescate.
No caben parches al sistema. Solo construir una alternativa. Desde la mayoría social víctima de su crisis. Y para ello es preciso idear nuevas herramientas que sean expresión de esa mayoría y del programa político que rompa amarras con el pasado. Si el objetivo es salir de la crisis en beneficio de la mayoría social, no es posible ninguna alianza con los representantes del sistema. Desde la izquierda real hemos de ser conscientes de dos cuestiones. Primera, que todavía no tenemos ese instrumento que nos permita convertir en política las necesidades de la mayoría social, esa organización en la que esa mayoría pueda verse representada. Segunda, que los juegos de alianzas entre las fuerzas tradicionales de la izquierda podrán ser un parche momentáneo, pero no la solución. La estrategia no pasa por cúpulas partidarias, algunas de las cuales tienen demasiados lazos con el sistema, otras se muestran demasiado atentas a los intereses de su organización. Es preciso un proceso desde abajo que desborde los modelos existentes y rompa con las inercias que se oponen a avanzar con decisión. En suma, un verdadero reto para la izquierda.

http://www.elperiodicodearagon.com/noticias/opinion/cambiar-regimen_908783.html

Juan Manuel Aragüés Estragués es profesor de Filosofía en la Universidad de Zaragoza. Fue secretario general del Partido Comunista de Aragón entre 1993 y 1999. Actualmente coordina las Mesas de Convergencia de Aragón.

** Imagen del autor durante su intervención en el mitin central de La Izquierda de Aragón, celebrado en Zaragoza el 5 de noviembre de 2011, quince días antes de las últimas elecciones generales.

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