Al hilo de la presentación de “Combates de este tiempo”
07/11/2012
Alguien recorre la geografía española repitiendo, a quien le quiera escuchar,
las verdades del barquero. Con la excusa de presentar su libro “Combates de este
tiempo”, va de ciudad en ciudad predicando en el desierto ante un auditorio que
por lo general se sabe de memoria el meollo del sermón, pero que anda perdido,
despistado, muriendo de hambre y sed en un páramo político. Julio Anguita se
dirige al público con dos jarras de agua, una para calmar la sed por un
instante, nada más que un instante, apenas lo que duran los aplausos, la otra es
de agua fría, para echarla a la cara y obligar a despertar. Firma sus libros,
recibe elogios y parabienes, pero en realidad se dedica a difundir una idea. ¿No
os dais cuenta de que nos están ganando, que estamos con el lomo en la lona, a
punto de perder por completo el combate?, parece que exclama. El enemigo está en
pie de guerra y pelea a muerte, con todo. Y nosotros damos golpecitos sin una
dirección clara, sin táctica, sin la seriedad y la concentración de esfuerzos
que exige una lucha en serio en la que nos lo jugamos todo. Julio Anguita afirma
que hay que hacer la huelga general, claro que sí, pero… ¿es parte de una
estrategia clara de acumulación de fuerzas con un sentido? Huelga sí, pero ¿qué
pasa al día siguiente? ¿Volvemos a la normalidad, queda todo reducido a los
titulares de un día, de modo que el enemigo la digiere y excreta sin que tenga
verdaderamente efectos contra su ofensiva brutal?
Julio Anguita explica de maravilla
lo que en las calles resumimos en lemas como “no es una crisis, es una estafa”.
Con sencillez, lejos de nada que recuerde a dogmatismos alejados de la escasa
cultura política de la gente llana, traduce la crisis al lenguaje de la lucha de
clases. Muestra qué clase de delincuentes nos atacan y extorsionan. Son
culpables de alta traición, entre otras muchas cosas, porque son los
manijeros
de los poderes económicos, los poderes reales, y les están
regalando la constitución, las leyes, el país, nuestros servicios, nuestro
patrimonio público, nuestras vidas. Y aderezan el delito flagrante con una
vergonzosa pátina de patriotismo. Anguita dice: “El patriotismo no puede ser el
trapo bicolor y el desfile de la legión. La patria somos el pueblo, los
habitantes del país, y la están vendiendo”. Debemos recuperar el auténtico valor
del patriotismo, no podemos seguir regalándoles esa idea y ese sentimiento a los
ladrones, a la oligarquía.
El predicador expone el proyecto del frente cívico al que, a su juicio, los militantes de izquierda y la ciudadanía
en general deberían entregarse con generosidad y visión de futuro. Para Anguita,
es necesario un acuerdo sobre puntos muy concretos, una especie de acuerdo de
mínimos de carácter de emergencia, patriótico si se quiere, que permita
concentrar las fuerzas, “hacer músculo” y planificar la batalla como es debido.
Hay que renunciar, dentro del frente, a las señas de identidad ideológica para
hacer viable la unión de la inmensa mayoría. No es un frente de izquierda sino
un frente ciudadano sobre un puñado de ideas muy concretas que atañen al pueblo
y la defensa de sus derechos e intereses más elementales. Hay que olvidarse del
juego perverso de las identidades políticas, afirma una y otra vez, en buena
medida refiriéndose al PSOE. ¿De qué nos sirve que alcen el puño y canten la
internacional si luego enmiendan la constitución para vendernos al capital,
santifican las SICAV y la evasión fiscal de los más ricos o atentan sin frenos
contra los derechos de los trabajadores? ¿Qué importan las palabras, los
colores, los himnos, si luego permiten a los gringos poner su escudo antimisiles
en Rota y nos venden como construcción europea la destrucción de la soberanía
para entregarnos desnudos a la gran banca, sobre todo la alemana, a través de
todos los tratados que han ido firmando y la pleitesía que rinden de hinojos y
sin vergüenza ninguna? ¿No hay más alternativa
que apoyar o a unos o a otros? ¿A Anguita se le aplaude con tapones en los oídos
cuando repite de mil y una maneras que lo que importa es el programa, coño, el
programa?
Nuestros
predicadores son recordadores. Iluminan el camino por recorrer extendiendo la
mirada al pasado. La parábola de Anguita se llama Tratado de Maastrich. Ahí
empezó casi todo, ahí se instauró el dogma neoliberal y la preeminencia de los
intereses del capital alemán. Con la bendición de PP, PSOE, CCOO, UGT y la
derecha de dentro de Izquierda Unida (más de la mitad de su grupo parlamentario
de entonces, con gente como López Garrido o Almeida… y acabaron todos más o
menos revolcados en el PSOE), España firmó alegremente cosas como que el banco
central europeo no podría financiar directamente a los estados (irresponsables,
se ve, por definición), sólo prestaría dinero en adelante a los bancos privados
(un dechado de responsabilidad social y económica, se ve, por definición). A
Julio Anguita le salió cara la oposición a aquella ignominia, a aquellos polvos
de los que arrancaron estos lodos. Se iniciaba entonces la feroz campaña
mediática que lo acabó tumbando a puñetazos en su rojo corazón. ¡No podemos
olvidar!, exclama ahora, enérgico, el predicador en el desierto, porque el
auditorio se comporta como si su memoria estuviera vacía, víctimas
desconcertadas de un cataclismo que parece haber emergido porque sí del
inframundo, sin que nada lo haya evocado y nada lo pueda parar.
El tiempo vuela
y Julio Anguita ya no puede ser la cabeza visible, el candidato, la figura
aglutinadora de un frente común de la ciudadanía que despierta. Como un Sócrates
contemporáneo, intenta ser por lo menos la  matrona que ayude al nacimiento con urgencia de lo que necesitamos la clase trabajadora, la inmensa mayoría, el núcleo humano de la patria. Como un Moisés comunista, intenta mostrar el camino
en la travesía del desierto para que podamos ir juntos y llegar a mejor tierra.
Sólo que sin otro dios que una razón práctica bien armada y un profundo sentido
ciudadano y democrático. Por delante, la hora de despertar del KO y recomenzar
nuestra parte en el combate. Ya perdió este país la oportunidad de hacer de
Anguita el primer presidente como es debido. Ahora hay que escucharle y tomar
impulso para cuajar la unidad y encontrar los nuevos Julios, las nuevas Julias,
que pondrán rostro a la alternativa del pueblo.
* Javier Mestre es profesor de Lengua y Literatura en el IES “Candavera” de Candeleda (Ávila). Es autor de la aclamada novela social “Komatsu PC-340” (Caballo de Troya, 2011).
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