John Brown
19/03/2012
Dicen que hay convocada para el 29 de marzo una «huelga general». Me permito
dudarlo. Un huelga general es algo más que un simple movimiento de resistencia a
una medida del gobierno como es la reforma laboral. La Huelga General fue para
el movimiento obrero del siglo XIX y principios del XX un momento mítico de
liberación. En la Huelga General no sólo se procuraba responder a la explotación
y mejorar dentro del capitalismo el reparto de la riqueza, procurando obtener un
precio mejor por la fuerza de trabajo en el mercado o mejorando algo las
condiciones de existencia del trabajador. Estas mejoras son necesarias, pero no
son ni pueden ser el objetivo de una huelga general. Una huelga general es
siempre política: pretende mostrar que los trabajadores pueden y deben vivir y
producir sin un patrón. Hacer una huelga general es empezar a tomar el mando de
la sociedad: «conquistar la democracia», decían Marx y Engels en el
Manifiesto.
La «huelga general» del 29 de marzo es, además, una
huelga particular: tal como la plantean los sindicatos mayoritarios sólo
puede afectar a una parte reducida de la población compuesta por los
trabajadores con contrato estable. La mayoría de los trabajadores y la casi
totalidad de los jóvenes trabajadores no pertenecen a esa categoría. Están muy
lejos del mito obrerista del trabajador de fábrica con mono azul. La imagen del
«señorito» que hace un trabajo intelectual opuesto al obrero industrial ya sólo
sirve para legitimar la división de los trabajadores y la dominación de unas
burocracias sindicales caducas y vendidas cuyos dirigentes merecerían un buen
papel en alguna película de zombis. Hoy el trabajador viste de mono azul, pero
también de otras mil maneras: puede vestir chaqueta y corbata (obligatorios),
uniformes de empresa como los que trabajan en las hamburgueserías o en el
reparto de pizzas, ropa informal como muchos informáticos, vestidos «sexy» para
cazar hombres o mujeres como los trabajadores del sexo, uniformes blancos o de
varios colores lisos como los enfermeros y enfermeras y otros trabajadores a la
vez sanitarios y afectivos. Esta variedad de indumentarias es resultado de que
hoy el trabajo y la vida coinciden. Ya no existe un lugar para el trabajo (la
fábrica, la oficina) y otro para la vida: en todo momento, todos estamos
produciendo la mayor de todas las riquezas, nuestra vida social, nuestra
inteligencia y nuestro afecto. El capital nos vampiriza no sólo cuando
trabajamos en el marco tradicional de la relación salarial, sino en todos los
momentos de nuestras vidas. El parado, el jubilado, el niño, el anciano, el ama
de casa, hasta el agonizante en su medicalizado lecho de muerte, trabajan y
producen y son explotados uno por uno y colectivamente. El trabajo intelectual,
inmaterial, ya no es una función de mando: es un elemento de todo trabajo,
incluso del trabajo de fábrica cada vez más flexible y organizado por los
propios obreros, que tienen que responder a la demanda del mercado directamente,
mostrando constante disponibilidad, como si el trabajo fuera su preocupación más
personal. La función de mando no la ejerce el trabajo intelectual, sino cada vez
más y más brutalmente el capital financiero que, mediante la deuda pública y
privada, parasita nuestras vidas. También ha tomado el mando un capitalismo «
productivo » que transforma nuestras vidas en «estilos de vida», en marcas que
nos hacen «hombres o mujeres» «Pepsi», «Zara» o «Citroën».
La huelga
general, para serlo, debe aspirar a liberar nuestras vidas de este régimen de
vampirización. Debe exigir y realizar la autonomización de la vida respecto del
capital. La huelga empieza por negarse a consumir, por negarse a las conductas
infames, tristes, solitarias e insolidarias que se esperan de nosotros: un buen
comienzo de huelga general es saludar y sonreír al vecino, hablar a las personas
que no conocemos, no comprar nada ni hacer circular dinero, reunirse en la plaza
pública y ocuparla para hablar de las cosas de todos. Es preciso que la huelga
incluya a todos los trabajadores y nos saque, al menos por un tiempo, de la
condición de mercancía. También es vital que ese espacio y ese tiempo ganados al
capital sirvan para determinar objetivos, mucho más allá de la justificadísima
oposición a la reforma laboral. Frente a los chupasangres y vampiros del
capitalismo neoliberal, nuestros ajos, crucifijos y estacas deben ser la
exigencia de una renta básica independiente de cualquier prestación laboral
asalariada, el rechazo a la deuda pública ilegítima cuyo pago nos impone el
Estado en nombre de los bancos y los poderes financieros, la exigencia del
derecho a la vivienda, el respeto de los bienes y servicios públicos que hoy
secuestra el Estado para mejor privatizar lo que no es suyo sino de
todos.
Si nos la tomamos en serio, la huelga general no puede acabar el
29M. Ese día puede ser un hito en un largo proceso de liberación política y
social cuyo comienzo situamos simbólicamente en el 15 de mayo de 2011 y que no
tiene fin, pues la conquista de la democracia es una tarea permanente. No
olvidemos durante todo ese tiempo tener siempre a mano ajos y estacas. 
* Cartel de Diego Mena.
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