Pablo Iglesias*
15/09/2012
Poco después de ser elegido presidente de los EEUU, Bill Clinton declaró
irónicamente: “¿Pretenden decirme que el éxito del programa económico y de mi
reelección dependen de la Reserva Federal y de un puñado de mercaderes de
bonos?”. Viniendo de alguien que se jugó su carrera política dejándose hacer (o
exigiendo que le hicieran) una mamada en el despacho oval, no deberíamos
restarle valor a lo que dijo el más seductor de los presidentes norteamericanos
desde Kennedy. Clinton, sin duda, le echó agallas al reconocer que en los
Estados Unidos, al menos desde que saltara por los aires el sistema de Bretton
Woods con el abandono del patrón oro, manda un solo partido, el Partido de Wall
Street.
Pero si algo hemos aprendido desde la quiebra de
Lehman Brothers es que el de Wall Street es el más leninista de los partidos; no
sólo manda en Estados Unidos, es un partido de clase con vocación
internacional.
El Partido de Wall Street representa a aquellos
que viven hoy en el ático del sistema económico. Es el que favoreció las
hipotecas subprime en los Estados Unidos que sirvieron para desahuciar
a millones de estadounidenses pobres primero (afroamericanos, latinos y mujeres
separadas con hijos) y de clase media después. El Partido de Wall Street,
encabezado por el secretario del Tesoro y ex director ejecutivo de Goldman Sachs
Henry Paulson, fue el que dio un golpe de Estado en Washington obligando al
gobierno norteamericano a inyectar setecientos mil millones de dólares en el
sistema bancario. Es el mismo partido en el que milita Merkel, el que ayer
fijaba planes de ajuste estructural en países periféricos y hoy programas de
recortes en Europa.
Este partido lleva activo desde mucho antes de
que estallara esta crisis y ha mantenido siempre una línea política precisa:
proteger a las instituciones financieras. El Partido de Wall Street fue el que
obligó a México a rescatar a sus bancos en 1982 aplicando una máxima que los
europeos del sur conocemos hoy muy bien “privatizar los beneficios y socializar
los riesgos” y el que hizo secretario general de su sección en aquel país a
Carlos Slim (el hombre más rico del mundo) que a principios de los noventa pudo
privatizar el sistema mexicano de telecomunicaciones. Entre los ilustres
funcionarios del Partido de Wall Street en las últimas décadas destacan Margaret
Thatcher, que aplastó al movimiento obrero en Reino Unido, Augusto Pinochet que
hizo lo propio con el Gobierno de la Unidad Popular a costa de miles de muertos,
o Ronald Reagan que diseñó un sistema fiscal que concentraba toda la presión
sobre las familias pobres y de clase media al tiempo que libraba a los ricos de
pagar impuestos. Este partido fue el que favoreció la deslocalización de la
producción industrial para aumentar los beneficios a costa de mano de obra
barata y sin derechos. El Partido de Wall Street también tiene funcionarios en
España, entre los que destacan prominentes gobernantes (algunos con carnet del
PSOE y otros con carnet del PP) que pasan de los consejos de administración de
las grandes empresas a los consejos de ministros y viceversa. Una de las más
destacas funcionarias de este partido en las últimas semanas es Esperanza
Aguirre que ha logrado finalmente convencer a su camarada Adelson de hacer
negocios juntos en Madrid (yo haré que te forres y tú me financiarás la campaña
como has hecho en EEUU).
Pero entonces ¿Qué significa lo que hemos visto
este 15 de septiembre en las calles? Quizá estemos ante lo más parecido en
España a la militancia del partido de los que no viven en el ático del sistema
económico; trabajadores sindicados, ciudadanos indignados, grupos de izquierdas,
migrantes, movimientos sociales, gente normal, mucha gente que ha vuelto a
confluir en un clamor contra los recortes.
Sin embargo, los dirigentes del Partido de Wall
Street tienen mucha más conciencia de sí mismos, de sus intereses, de su
proyecto político y de no tener más patria que su dinero y sus privilegios, que
la gente normal que no vive en el ático.
Está claro que la pregunta política crucial a
responder en estos momentos es quien está llamado a asumir el papel de
contención a la lógica del capital que, en los siglos XIX y XX, correspondió al
movimiento obrero y a los movimientos de liberación nacional.
Habrá quien quiera responder que precisamente eso
es lo que hay que hacer: recuperar las banderas y los símbolos de un glorioso
pasado. Pero la historia sólo se repite como farsa y la política no permite el
atajo de sustituir las horas grises de estudio que requieren los diagnósticos y
los análisis por cuadros de santos en la pared y fraseologías repetidas. Es
indudable que el marxismo tiene más vigencia que nunca para explicar el
funcionamiento histórico de la economía, pero la política, aunque nunca haya
sido autónoma ni independiente de la economía, tiene su propia lógica (de esto
se dieron cuenta los mejores marxistas), como hemos comprobado con la inmensa
demostración popular catalana el martes en la Diada.
Por eso la izquierda no debería olvidar que el
único partido que podrá enfrentarse al Partido de Wall Street será el Partido
del Pueblo, cualquiera que sea su forma o el color de sus banderas.
http://blogs.publico.es/pablo-iglesias/77/15-s-el-partido-del-pueblo-frente-al-partido-de-wall-street/

* Pablo Iglesias Turrión es profesor de Ciencia Política en la Universidad Complutense de Madrid y director y presentador de la tertulia política La Tuerka CMI en Tele K, la televisión local de Vallecas.

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