Antonio Pérez Villena (*)
El Ateneo de Granada Republicana UCAR / El Independiente de Granada
26/05/2020
Es un honor haber sido invitado por la asociación Granada Republicana UCAR a publicar en este espacio y espero no defraudar con mi primera aportación. Estas semanas de confinamiento dan para pensar mucho sobre el mundo en que vivimos y sobre esta nueva crisis que afrontamos. Aprovecho pues para compartir mis inquietudes.
Conspiración vs. reacción de la Naturaleza
¿De dónde ha salido el coronavirus? Esta es la gran pregunta. Para plantearla conviene siempre repasar la historia: la humanidad ha sufrido numerosas pandemias, muchas con consecuencias devastadoras. ¿Es un virus sintético o es una mutación de la propia Naturaleza? Creo que jamás lo sabremos, pero ambas hipótesis nos llevan a un punto común.
Si algo así ha sido ensayado en laboratorio, ya sea de forma intencionada o no, es una grave irresponsabilidad o directamente un acto criminal. Me decanto por el virus como consecuencia directa de la progresiva degradación medioambiental que se arrastra desde buena parte del siglo XX. Aquí se explica muy bien.
Queda de manifiesto que el comportamiento de la especie humana es un peligro para el planeta y pone en riesgo su propia supervivencia. Nuestra superioridad tecnológica no va acompañada de la inteligencia suficiente para gestionarla sin graves consecuencias. Previo a entrar en consideraciones económico-políticas, constato que ninguno de los modelos de la post-guerra fue jamás respetuoso con el medio ambiente.
Modelo económico-productivo: Capitalismo vs. Estado del Bienestar
La reconstrucción económico-social que tuvo lugar tras la II Guerra Mundial polarizó el mundo en dos bloques que, si bien eran antagónicos, se conformaron como un ente que derrotó al fascismo. Durante décadas, Capitalismo y Comunismo actuaron como sendos contrapesos en un delicado equilibrio, con fricciones que siempre terminaron provocando terremotos en escenarios geográficos ajenos. En la Europa Occidental se establecieron unos mecanismos que garantizaron una cierta justicia social (en unos países más que en otros; el caso español requiere un análisis aparte), instaurando un largo período de ‘paz social’ con sus altibajos (el mayo francés del 68, por ejemplo). El fallecimiento del dictador Franco en nuestro país abrió una puerta de esperanza a sumarnos a ese escenario de libertad y derechos sociales que tanto ansiábamos.
Pero he aquí que irrumpió el denominado Neoliberalismo, de facto mutación del Capitalismo. Se gestó claramente a principios de la década de los 80, con dos protagonistas reconocibles en las potencias referentes del mundo capitalista: Ronald Reagan (EEUU) y Margaret Thatcher (Reino Unido).
Ambos pusieron la primera pica en Flandes, demonizando el llamado Intervencionismo Estatal, en pro de supuestas libertades que a la postre se han manifestado como esclavitudes. A partir de ese momento, el llamado Estado del Bienestar fue menguando de forma exponencial hasta el escenario de nuestros días. El consumismo y otros panem et circenses facilitaron que los tentáculos de ese gran pulpo terminaran atrapando las llamadas sociedades libres, seduciendo y abduciendo a sus ciudadanos.
La pandemia se ha presentado con la sociedad sufriendo aún las consecuencias de la crisis del 2008, primer síntoma de la enfermedad de un Capitalismo Financiero desbocado. Entonces se reaccionó justo en el sentido contrario al necesario para haberla atajado: aumento de la desigualdad social, condiciones draconianas en la Unión Europea para los países más castigados como Grecia y privatización galopante de los servicios públicos (incluyendo el más sensible de todos, la Sanidad). La gestión económico-política de la crisis fue comandada por quienes menos tenían que perder.
El caso español: mil dilemas y crisis institucional
Redactando estas líneas nos golpea la noticia del fallecimiento de Julio Anguita, quien tanto advirtió y enseñó sobre la deriva neoliberal en nuestro país y las consecuencias para el futuro. Pues bien, ese futuro ya está aquí y pone en evidencia muchos de los defectos de nuestra transición democrática. Los más significativos:
- Grave deterioro de los servicios públicos: la Sanidad es el caso más flagrante, caracterizado, desde hace años, por una pérdida de infraestructura a favor del sector privado, derivando hacia el mismo pruebas diagnósticas e incentivando la contratación de seguros de salud desde la propia Administración. También ha sido afectada la Educación, en la que el papel de los llamados centros concertados ya fue consolidado en los años en los que el PSOE gozó de mayoría, una mayoría que se podía haber utilizado para construir un fuerte sistema educativo público.
- Continuas tensiones territoriales: producto de un esquema de organización no bien resuelto. Es cierto que el sistema autonómico proporciona un gran poder real a cada CCAA (en medio de esta crisis sanitaria tiene sus luces y sus sombras), pero a la vez se proyecta una sensación permanente de agravio comparativo. Para colmo, la sentencia del Constitucional del Estatut terminó por hacer reventar una olla exprés, inflando un conflicto cuyas consecuencias aún no sabemos cómo se resolverán.
- Un modelo económico que hace aguas, volcado en el sector servicios y el turismo. Esto hará mucho más difícil nuestra recuperación cuando consigamos rehacer una cierta vida normal (me inquieta mucho el término “nueva normalidad”). Nuestras reconversiones industriales fueron desmantelamientos en toda regla. Y como trasfondo, una gran parte del entramado empresarial sigue fuertemente ligado a la dictadura franquista (recomiendo encarecidamente la lectura del libro ‘Franquismo S.A.’, de Antonio Maestre, un magnífico trabajo de investigación que pone los pelos de punta).
- ¿Ha estado la Jefatura del Estado a la altura de la gravedad de esta situación? Claramente NO. Llama mucho la atención su mutismo en comparación a la contundencia manifestada cuando se intervino Catalunya, vía aplicación del artículo 155 de nuestra Carta Magna. Es más, resultó vergonzosa la aparición de Felipe VI, en su intento de lavado de cara institucional tras enterarnos de las nuevas y turbias operaciones monetarias de su padre, el monarca emérito Juan Carlos. Es en estos complicados momentos cuando el Jefe del Estado más tendría que respaldar la acción del Gobierno. Pero tengo bien claro hacia quienes muestra su simpatía y más clara todavía su actitud distante con el Gobierno de coalición (formado in extremis, hay que reconocer, tras una repetición electoral prescindible). Cuando más coordinación institucional y territorial se precisa, ni está ni se le espera…
El futuro: ¿Qué futuro?
Es notoria la debilidad de nuestro país para afrontar situaciones de crisis. Si la del 2008 fue una sangría para el mismo y sus familias, esta abre unas perspectivas mucho más negras. A todos los problemas estructurales existentes, hay que añadir un nivel de crispación política que hará imposible tomar cualquier decisión que suponga modificaciones significativas en la estructura política del Estado. Causa sonrojo el escenario político comparado con el de nuestro país vecino Portugal, al que tristemente España ha mirado siempre por encima del hombro y al que deberíamos tener más en consideración. Sirva de ejemplo como un país pudo sacudirse una dictadura y convertirse en una República, que con el paso del tiempo ha dado muestras de su madurez política. Necesitaríamos atender ese faro, pero no va a ser una senda nada fácil. Ahora más que nunca queda de manifiesto que la República es sinónimo de la democracia más real posible, que nuestro modelo (la transición modélica) fracasó o se quedó a medias, terminando por caducar. También habrá que encontrar un nuevo encaje territorial para que todas las Españas existentes quepan, pacífica y prósperamente, en un modelo de convivencia que perdure durante varias generaciones.
(*) Antonio Pérez Villena, funcionario del Ayuntamiento de Granada, forma parte del colectivo ciudadano Granada Republicana UCAR.
https://www.elindependientedegranada.es/politica/dilemas-pandemia
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