Iñigo Sáenz de Ugarte*
05/01/2014
Ni la propaganda ni los buenos oficios de los cirujanos pueden obrar milagros. Cuando los responsables de la Casa Real sólo pueden ofrecer como argumento de recuperación el hecho de que el rey podrá reanudar a lo largo de 2014 su “agenda internacional” de viajes es que no hay mucho más margen para actuar dentro de nuestras fronteras. El prestigio de la monarquía continúa cayendo. Lo peor para los monárquicos es que la única alternativa pasaría por un hecho tan dramático y por tanto improbable como la abdicación. Podemos esperar por tanto muchos años de decadencia.
El último sondeo conocido, publicado el domingo por El Mundo, añade un titular más a esa pendiente. Casi el 70% de los encuestados no cree que Juan Carlos I pueda recuperar el prestigio perdido. La opinión pública ya ha dado su veredicto y cerrado el último capítulo de su reinado. A partir de ahí, sólo se puede ir hacia abajo. Por definición, un monarca tiene limitada la capacidad de intervenir en los asuntos de interés público. Eso le beneficia (su imagen no se vio especialmente dañada en épocas anteriores de crisis de la política) y al mismo tiempo le perjudica (en caso de necesidad, tiene pocos instrumentos a su alcance). En la situación actual, es difícil saber qué puede hacer el rey para corregir estos números. Los discursos son una herramienta tan habitual como de escasa efectividad.
En la encuesta, sólo el 41% hace un balance bueno o muy bueno de su reinado. Eso deja un 56% con una opinión regular, mala o muy mala. No es muy aventurado suponer que los primeros miran más al pasado que al presente. Los segundos piensan más en el presente y en el futuro. El deterioro producido en los dos últimos años ha sido espectacular. Entonces el porcentaje de los que le concedían un balance positivo era el 76,4%, según otro sondeo del mismo periódico. Es una hemorragia que no puede deberse sólo al caso Urdangarin. De ahí que pensar que vaya a detenerse cuando se dilucide la investigación penal del yerno del rey sólo sea un ejercicio de imaginación poco creíble.
A la pregunta que el CIS no se atreve a hacer (sobre el apoyo a la monarquía “como forma de Estado”), en este sondeo un 49,9% se posiciona a favor, frente a un 43,3%, “seis famélicos puntos” en expresión de El Mundo. El periódico debe de contar con datos sobre la opinión de los más jóvenes (sobre la abdicación dice que está a favor el 78% de las personas de entre 18 y 29 años), pero prefiere ocultarlos de forma pudorosa. Algunos podrían indigestarse con el roscón de ¿Reyes?
Incluso se podría decir que ese 49,9% es una nota demasiado optimista como para creérsela. En diciembre de 2011, El País publicó un sondeo que daba un porcentaje casi idéntico. Antes de Botsuana. Antes de todas las informaciones que implican a la infanta Cristina en los negocios sucios de su marido. Seamos misericordiosos y pensemos que es difícil comparar encuestas hechas por empresas diferentes con distintas metodologías. Seamos misericordiosos y algo ingenuos.
La Casa Real apuesta todos los números al fin de la instrucción judicial del caso Urdangarin. Eso explica las declaraciones del jefe de la Casa Real, Rafael Spottorno, que ha reclamado en público al juez Castro que concluya el sumario fin, porque es un “martirio”. Es probable que la Zarzuela ya no esté preocupada por la suerte de Urdangarin e incluso que le convenga un castigo en forma de pena de prisión. Pero estos comentarios son una forma evidente de presión, más grave que la defensa hecha hasta ahora de la hija del rey y del secretario de las infantas.
La mayor parte de la clase política y de los medios de comunicación reaccionará de la forma acostumbrada ante este sondeo (la agencia Efe ni se ha atrevido a enviar a sus clientes un resumen de la encuesta de El Mundo como hace con todos los sondeos que se publican en la prensa nacional). Mirarán para otro lado o se lanzarán como fieles cortesanos contra el juez Castro (ya lo han hecho antes) sin saber que no servirá de nada. Esa defensa numantina de la institución no ha dado resultado. Hay que recordar que periódicos como El País llegaron a decir que era “estrambótica la suposición de que el rey no tiene derecho a unos días de asueto y ocio, cualquiera que sea la dureza de la crisis económica”, en relación al viaje a Botsuana, o que un directivo de ABC dijo indignado que en ningún caso el rey debía disculparse por tal error, justo antes de que el propio monarca lo pusiera en evidencia. Sus argumentos para atacar a Castro han sido igualmente estériles.
En estos dos años en que el prestigio de la institución ha ido cayendo sin remisión, el rey no ha conseguido librarse de los efectos de la crisis política y económica del país. Sus discursos han acompañado los mensajes del Gobierno, a veces de forma inevitable y otras con declaraciones que no le hacen ningún bien. Si el jefe de Estado cree que puede convalidar con sus palabras decisiones que no gozan del apoyo de la opinión publica, no es extraño que esta última le pase factura. Además, el discurso oficial ha continuado impertérrito: el rey puede forjar consensos, promover grandes acuerdos y hasta “mediar” (que así tituló ABC en el titular más nefasto que se pueda imaginar para los intereses de la monarquía).
Todo eso cuestiona su legitimidad porque su implicación en el juego político, por más que se presente en tonos ditirámbicos, resulta en una merma de su neutralidad, sin la cual sencillamente no puede ser rey. Y es increíble que algunos de sus cortesanos no sean conscientes de esto último.
El discurso de Nochebuena del monarca fue bastante decepcionante al abundar en las generalidades que se esperan en este tipo de mensajes. Sólo una frase destacó del resto: “Para mí, la crisis empezará a resolverse cuando los parados tengan oportunidad de trabajar”. Fue una de las pocas frases que parecían estar escritas pensando en los intereses de los ciudadanos, no de los políticos. Es decir, poner el listón alto en el debate sobre la recuperación económica y no olvidarse de las víctimas de la crisis. Que parezca que te preocupas más por la suerte de los parados que por el impacto de la crisis en las instituciones.
Sin embargo, no se pueden quitar las manchas a un leopardo. En el discurso, el rey insistió en defender las virtudes del sistema político nacido de la Constitución porque hay gente que lo olvida “cuando se proclama una supuesta decadencia de nuestra sociedad y de nuestras instituciones”.
Supuesta decadencia. La Casa Real continúa en el estado de negación de la realidad.
http://www.eldiario.es/zonacritica/decadencia-rey-prestigio_6_214938507.html
* El periodista Iñigo Sáenz de Ugarte, autor del blog Guerra Eterna, es subdirector de eldiario.es.
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