La estabilidad laboral en la Administración Pública

“Sin embargo, con el tiempo comprendí que la alegría
era un arma superior al odio, las sonrisas más útiles,
más feroces que los gestos de rabia y desaliento”

Almudena Grandes

Laura Rodríguez Mejías (*)

El Ateneo de Granada Republicana UCAR / El Independiente de Granada

08/02/2022

Comienza 2022 con una nueva invitación del presidente de Granada Republicana UCAR para escribir en nuestro Ateneo, el espacio destinado a la asociación en el diario digital El Independiente de Granada. Buen comienzo de año y agradecida como siempre.

En esta ocasión, entre varios temas de máxima actualidad que rondan por mi mente, me inclino a traer a este espacio la estabilidad en el empleo público. Y lo hago bajo la absoluta convicción de la necesidad de esta medida tanto desde el punto de vista profesional, como social y personal.

Son las 5:45 h. de la mañana, suena el despertador, Carmen se levanta, está cansada, pero lleva despierta ya un buen rato. Ducha rápida, arreglo de casa exprés y con el primer café media hora de repaso de los temas de la oposición, hasta las 7 h. en qué despertará a los niños dándole las instrucciones de todos los días al mayor, y asear y vestir al pequeño a toda prisa para poder coger el autobús y dejar a Fernando en el aula matinal y poder llegar puntual al trabajo. Son ya 11 años de interinidad, entre unos contratos y otros en un Ayuntamiento de una capital de provincia, con distintos procesos selectivos a los que se ha presentado y se ha quedado en el último ejercicio. Tiene ya 48 años y vive para sus hijos, preparar las oposiciones, ir a la academia dos tardes por semana, estudiar y de algún modo sobrevivir y no caer enferma.

Yolanda es enfermera, es madre, es compañera de su pareja (que tampoco tiene un trabajo estable). Ha realizado mil cursos de formación y tiene el tope de puntos en todas las convocatorias. Aún no tiene plaza fija. Ha decidido estudiar por las noches, cuando acabe todas las tareas. Está agobiada, aunque siempre piensa que si pierde el empleo se reorganizarán y saldrán adelante de alguna forma. Los niños son lo primero.

Miguel Ángel tiene una antigüedad de 22 años en la Administración. Su puesto de trabajo nunca ha sido convocado. Realiza tareas estructurales y propiamente administrativas. Siempre bajo la sospecha de que lo puedan cesar de la noche a la mañana y perder la capacidad económica que le permite, simplemente vivir y pagar las facturas de su familia.

El pasado 29 de diciembre se publicaba en el Boletín Oficial del Estado (BOE) la Ley 20/2021, de medidas urgentes para la reducción de la temporalidad en el empleo público. Esta ley ve la luz en España tras años de reiteradas sentencias del Tribunal de Justicia de la Unión Europea (TJUE) advirtiendo al Estado español para que cese en los abusos de temporalidad en el empleo público. Quiero reflejar que las medidas adoptadas por el Gobierno, si bien en esta ocasión me refiero al empleo en el ámbito de la Administración Pública, se han tomado en pro de la estabilidad laboral con carácter general, ya que en el mismo sentido se han producido modificaciones en la legislación laboral en el ámbito privado. Si analizamos las noticias más repetidas en los últimos tres meses, podemos concluir que han girado en torno a la erupción del volcán de la isla de La Palma, la evolución de la pandemia mundial y también la búsqueda de la estabilidad laboral tanto en el sector público como en el privado.

Considero que se trata de una Ley justa, máxime en los tiempos que vivimos, y una oportunidad para acabar con situaciones eternas de trabajo precario, así como poner límite a situaciones de entreguismo y de abusos a la clase trabajadora por parte del sistema. Utilizar el término “sistema” viene a ser una forma elegante de denominar abusos a los empleados públicos por parte del poder dominante.

Una, que es funcionaria de carrera y ya va acumulando trienios, tiene la impresión que todo lo relacionado con la función pública en España no está exento de polémica. En líneas generales los empleados públicos han sido una especie de clase conservadora, envidiada por la condición de fijeza en el puesto de trabajo e idealizada por el resto en relación a las retribuciones que efectivamente cobra. Por una parte, se tiende a identificar que todo el personal al servicio de la Administración Pública es funcionario de carrera, y nada más lejos de la realidad.

Los empleados públicos se clasifican en funcionarios de carrera, funcionarios interinos, personal laboral y personal eventual, y con independencia del desarrollo del articulado del Estatuto Básico del Empleado Público, tal y como dispone el artículo 8, todos sirven a los intereses generales. Y si estudiamos la historia de la Función Pública en España, también llegamos a la conclusión que muchas, muchísimas veces, se han hecho excepciones en la ley para que el personal al servicio de la Administración Pública alcance esa fijeza en el puesto de trabajo, con distintos procedimientos, que no conllevan la superación de una oposición libre. Y esto lo escribe alguien que ha superado dos oposiciones libres, y que ha recorrido media España opositando, invirtiendo buena parte de su juventud en estudiar y memorizar casi sin sentido, al mismo tiempo que trabajaba, un temario de 164 temas con las especialidades de cada Comunidad Autónoma y Entidad Local. Y nunca me tocó un proceso beneficioso para el acceso a un puesto de trabajo en la Administración.

Pero aún así, me indigno cuando tras la publicación de esta Ley, veo titulares como “todos los interinos serán funcionarios sin oposición en el mes de junio”, o “la Ley de estabilidad en el empleo público será recurrida al Tribunal Constitucional”… Y me indigno porque tengo la impresión de que no somos capaces de ver esta Ley como una oportunidad, o más bien como la oportunidad, de reconocer de una vez por todas los derechos de los empleados públicos que llevan 3, 5, 8, 10, 20 y 25 años encadenando un contrato tras otro y siempre pendientes de un nombramiento y con la incertidumbre de su vida laboral. Un personal que ha opositado y tiene en su haber numerosos ejercicios aprobados y una formación magnífica y específica para el desempeño de sus puestos de trabajo. Y, por otra parte, la estabilidad en un puesto de trabajo no conlleva la condición de ser funcionario de carrera, y el matiz es importante, porque determinadas funciones están reservadas por ley a este colectivo en aras de mantener unos principios y unas garantías para la ciudadanía.

También como la oportunidad de acabar con el poder de los poderosos sobre la clase trabajadora y el entreguismo, también dentro de las Administraciones Públicas. Esta Ley viene a crear condiciones seguras para todo un colectivo, profesionales formados y preparados (personal administrativo y técnico, maestros, médicos, enfermeras, bomberos…), que en caso de ser cesados, pasarían a engrosar las listas del paro, y que por la edad y el trabajo desarrollado en el ámbito público, quedarían prácticamente excluidos del mundo laboral, pasando a los dos años a suponer un aumento considerable en la lista de subsidios (y más que probablemente, de desahucios), sufrirían enfermedades derivadas de esta situación, con el consiguiente incremento del gasto público, creando únicamente miseria en relación a la movilización de la economía en todas las ciudades y pueblos de España. Esto por no hablar de la destrucción de familias, expectativas de los hijos, etc.

Hace algún tiempo escuché algo así como “no estamos ante una época de cambios, sino ante un cambio de época”, y si bien en aquel momento, esta expresión que parecía un juego de palabras me impactó, también me pareció exagerada. Pero a día de hoy no puedo estar más convencida de que, sin duda, estamos ante un cambio de época, y por si nos faltaba algún elemento, también con pandemia incluida. El mundo está cambiando, o de hecho ya ha cambiado, y a mí, que me coge ya con cierta experiencia en la Administración, siendo honesta, debo reconocer que las certezas y seguridad sobre el mundo en que vivía cuando tenía 20 años, son hoy impensables para los jóvenes de la misma edad. El mundo es otro.

Por esto doy la bienvenida a medidas excepcionales en tiempos excepcionales. Y considero la necesidad de aplicar la Ley 20/2021, de medidas urgentes para la reducción de la temporalidad en el empleo público, en toda la dimensión que contempla el legislador. Sí, por esta vez y con carácter excepcional, así como con carácter general y global, ya que el articulado de la misma y las Disposiciones Adicionales no dejan lugar a duda alguna (aunque se quiera malinterpretar, aunque muchos la consideren injusta porque ellos pasaron una oposición). La Ley incluye todas las categorías, situaciones de interinidad, incluido el personal de sociedades mercantiles, entidades públicas empresariales o fundaciones del sector público. Y adicionalmente, además, incluye todas las plazas vacantes de naturaleza estructural ocupadas de forma temporal por personal (aquí ya no indica qué tipo de personal, es decir, incluye todo tipo de personal, entiéndase laboral, eventual, directivo, etc., con una relación anterior a 1 de enero de 2016).

Una oportunidad excepcional para reforzar la maltratada Administración Pública, con personal adecuado y más que suficientemente formado para afrontar las carencias que ya se padecen a todos los niveles, y poder seguir prestando en este cambio de época un servicio público aceptable, para la ciudadanía que lo precisa más que nunca. Una Administración Pública que trabaja, con muchos esfuerzos y con muy pocos medios, pero que ahora al menos ve la posibilidad de consolidar en parte al escaso personal del que dispone.

El Gobierno ha puesto un instrumento magnífico para cumplir con la jurisprudencia del Tribunal de Justicia de la Unión Europea y del Tribunal Supremo. España siempre se ha caracterizado por tener una población mayoritariamente de consenso, trabajadora y solidaria. Buena cuenta de ello, la encontramos en la transición democrática, en los Pactos de la Moncloa de 1977, en el proceso constituyente español, en el fin de ETA, y en la adaptación de la población española en cualquier circunstancia tras las distintas crisis que sufrimos desde el año 2007, últimamente con pandemia incluida.

Una sociedad solo puede avanzar con amplitud de miras, con generosidad, y con consciencia del momento en que vivimos y atendiendo al carácter general y global. Para todos, sin excepción.

La Ley de estabilidad laboral en el empleo público, que de momento está provocando más ruido que alegría en el seno de la Administración, no es más que una medida excepcional en tiempos excepcionales y que debemos aprovechar y aplicar con carácter integral y con seguridad jurídica. Una oportunidad única de reforzar al personal empleado público al servicio de las Administraciones Públicas, que conllevará la prestación de un mejor servicio público y un poder volver a empezar, con la convicción de que lo estamos haciendo bien y de que lo vamos a hacer mejor en todos los sentidos.

Salud y República.

(*) Laura Rodríguez Mejías, técnica de Administración General en el Ayuntamiento de la ciudad de la Alhambra, fue presidenta de la entidad ciudadana Granada Republicana UCAR (2013-2014).

http://www.elindependientedegranada.es/politica/estabilidad-laboral-administracion-publica

Constitución y República – Los Lunes Republicanos – 24 Enero 2022 – Sesión Virtual Google Meet

LOS LUNES REPUBLICANOS
Ciclo de tertulias sobre cuestiones de interés

NOVENA SESIÓN (3ª TELEMÁTICA)

CONSTITUCIÓN Y REPÚBLICA

Invitado:

Javier Pérez Royo, catedrático de Derecho Constitucional en la Universidad de Sevilla y miembro de la Comisión Redactora del Estatuto de Autonomía para Andalucía de 1981

Presentadora: Sylvia Defior Citoler, doctora en Psicología y vocal de la Ejecutiva de Granada Republicana UCAR

Fecha: Lunes 24 de enero de 2022

Hora: 19:00

Lugar: SESIÓN TELEMÁTICA A TRAVÉS DE GOOGLE MEET (entrar en el enlace http://meet.google.com/wte-nogp-rxp)

Organiza: Granada Republicana UCAR

Cartel: José Antonio Ruiz López

Ciencia y bulos 2.0

Juan Pablo Segovia Gutiérrez (*)

El Ateneo de Granada Republicana UCAR / El Independiente de Granada

23/11/2021

Dos décadas atrás, la mayor parte de la información que recibía la sociedad sobre política, ciencia o salud provenía esencialmente de tres fuentes: diarios impresos, radio y televisión. Con la mejora de Internet en cuanto a accesibilidad y velocidad de navegación, se abrió un abanico inmenso de alternativas a la hora de buscar información sobre cualquier tema: diarios digitales, blogs, canales de información a través de plataformas como YouTube, etc. Además, el uso masivo de las redes sociales (RRSS) facilitó que pudiésemos contactar con personas de todas las regiones del país y, en general, de todos los rincones del mundo instantáneamente.

Los beneficios de estas nuevas vías de intercambio de información son claros e innegables. Por ejemplo, han servido para exponer situaciones de injusticia, de violencia, situaciones que requieren de atención y que por los medios convencionales quizás nunca se hubiesen conocido. También han servido para agilizar y organizar protestas sociales o fomentar actos solidarios. Sin embargo, hay otra cara de la moneda: los bulos y la manipulación de la información.

Últimamente, la difusión de bulos e información manipulada a través de las RRSS ha crecido exponencialmente, tanto que cada día se pueden encontrar decenas de ejemplos. Este hecho ha promovido la creación de agencias mediáticas, en principio imparciales, que se dedican a desmentir los bulos de forma eficaz. Pero la realidad, muchas veces, refleja un resultado distinto: los bulos, aun siendo desmentidos, acaban por calar en parte de la sociedad. Y esto último es bastante preocupante y peligroso.

En un contexto como el actual, con el virus todavía presente y con una situación socioeconómica muy dura, los bulos y la desinformación han estado a la orden del día desde casi el inicio de esta crisis. Cuando estalló la pandemia en marzo de 2020, todo era incertidumbre y miedo y lo cierto es que la sociedad en nuestro país, en general, respondió con responsabilidad. Con el paso del tiempo, debido al miedo y a la incertidumbre, la desesperación empezó a dar lugar a elucubraciones de todo tipo. Y así pasó y sigue pasando en todo el mundo a día de hoy.

Detrás de todo esto hay, a mi parecer, varios motivos. Uno de ellos es el ya mencionado miedo o incertidumbre a lo desconocido. Un segundo motivo importante es la difusión de bulos, que acaban llegando a casi cualquier teléfono móvil mediante miles de reenvíos a través de la mensajería instantánea. Por último y, para mí, el más preocupante, es la desconfianza palpable en la ciencia. Esta desconfianza, por supuesto, se ha visto agravada por la situación emocional actual y por la difusión masiva de bulos sobre remedios alternativos para el virus, microchips en las vacunas o hasta la negación de la existencia de la pandemia, entre otras. Pero una raíz fundamental del problema, de la desconfianza en la ciencia, tiene un origen ideológico en el caso de España.

Durante las primeras décadas del siglo XX, en nuestro país empezaba a florecer el apoyo a la ciencia de una manera muy importante, tanto a nivel nacional como internacional. De hecho, a esa época se la conoce como la Edad de Plata de las letras y las ciencias españolas. Durante la Segunda República, la pretensión de los diferentes gobernantes fue justamente la de impulsar las diferentes disciplinas científicas y darles apertura internacional mediante colaboraciones e intercambios entre instituciones de diferentes países. Esto hubiera supuesto, además, avances importantes a nivel económico y social, pudiendo haberse establecido las bases de una sociedad moderna y progresista, sostenida en parte por el pensamiento científico. Sin embargo, todo quedó paralizado por el inicio de la Guerra Civil en 1936.

Durante el franquismo se produjeron avances científicos muy importantes, pero el peso del pensamiento nacional-católico, que se incrustó en la población y que se perpetúa hasta hoy en cierta medida, eclipsó grandemente la conexión entre el mundo científico y el resto de la sociedad. Además, la situación socioeconómica, con un porcentaje muy grande de la población pasando necesidades y con el único objetivo de sobrevivir a diario, complicaba aún más el crecimiento de esa conexión. Lamentablemente, esto supuso un retroceso de décadas.

La llegada de la democracia trajo consigo aperturismo e internacionalización científica. Se presentaban nuevas oportunidades. A pesar de ello, las inversiones públicas se mantuvieron siempre bastante por debajo de otros países del entorno. Y esto llega hasta nuestros días. Aun así, nuestro país es, actualmente, referente en varias modalidades, entre ellas la biomedicina. Sin embargo, algo se dejó de lado otra vez: la búsqueda de la conexión ciencia-sociedad.

El pensamiento retrógrado, como dije antes, sigue incrustado socialmente y es comprobable simplemente visitando las RRSS, analizando los mensajes que se difunden masivamente y reflexionando sobre los intereses que hay detrás. Además, en esas mismas redes de difusión es precisamente donde comienzan muchos bulos y desde donde se difunde cierta información manipulada. Actualmente, parte de esos mensajes masivos está relacionada con temas de salud, como mencioné antes, sobre las vacunas, sobre remedios alternativos o sobre la negación de la propia pandemia. Y ante el desbordamiento para frenar este virus de la desinformación, queda una única vía: empezar desde ya, por la base de la educación reglada, con el fomento del pensamiento crítico y de la búsqueda de la conexión perdida entre el mundo científico y el resto de la sociedad. Quizás no salvemos nuestro presente, pero sí el futuro.

(*) Juan Pablo Segovia Gutiérrez es doctor en Física Aplicada, investigador científico en Alemania y miembro del colectivo ciudadano Granada Republicana UCAR.

http://www.elindependientedegranada.es/politica/ciencia-bulos-20

La memoria y el futuro

Antonio Molina Guerrero (*)

El Ateneo de Granada Republicana UCAR / El Independiente de Granada

28/10/2021

La memoria es el pilar de la identidad. Somos quienes somos, en parte, porque recordamos los hechos importantes que nos influyeron, nos determinaron, nos empujaron unas veces y nos arrastraron otras hasta llegar a donde estamos, a elegir lo que elegimos y a defender esa elección ante nosotros mismos y ante los demás.

Si creemos lo que escribe Schopenhauer sobre la causalidad, entonces, de volver a estar en las mismas situaciones, volveríamos a elegir las mismas opciones, a cometer los mismos errores y aciertos, a volver a ser nosotros mismos con nuestros defectos y algunas virtudes; porque lo que nos influyó o determinó en su momento, volvería a hacerlo en la misma medida si nada más cambia, con las mismas consecuencias. Y así volveríamos a llegar a ser quienes somos ahora, a partir de lo que fuimos antes y buscando ser mejores en un futuro. Nuestra memoria es también el hilo conductor de nuestro tránsito, de nuestro esfuerzo por progresar y perdurar, de nuestra esperanza por construir entre todos algo mejor.

Lo hemos visto muchas veces ya: hay pocas situaciones que sean tan tristes, dolorosas y desoladoras como que tus seres queridos pierdan la memoria, desvaneciendo su identidad, dejando poco a poco de ser como eran, disolviéndose como un reloj de arena que se vacía hasta convertirse en un frasco trasparente, tangible, apreciado, querido, pero donde ya no queda casi nada de lo que fue… Esa esencia que procuraremos guardar en nuestra memoria porque la suya claudicó. Porque la memoria es el puntal de nuestra identidad, el soporte que relaciona nuestro pasado con nuestro futuro. Porque en cierta manera, nuestra memoria es nuestro espíritu y somos nosotros mismos.

En España tenemos un problema serio con la memoria y se debe, en buena parte, a que tenemos un problema serio con la historia. Se debe a que es difícil reivindicar a los héroes y los inocentes asesinados en la tapia de un cementerio sin que sus verdugos se avergüencen, si les queda algo de humanidad, o muestren al mundo que no la tienen. En cualquier caso, su situación en ambas opciones es desagradable y expuesta ante la opinión pública. Así que es algo que tratarán de evitar por todos los medios.

Sigamos con el futuro y la manera de conquistarlo:

Maslow estableció una pirámide de necesidades y objetivos vitales a satisfacer que es muy interesante, y que pone en su base los elementos necesarios de pura supervivencia. Si la simple supervivencia física no está garantizada, todos los recursos accesibles se dedicarán a lograrlo, y sólo después de hacerlo nos plantearemos subir por la escala de las motivaciones hasta la cúspide. Desde arriba se puede renunciar a algunas de las necesidades más básicas por un ideal, pero después de haberlas conquistado. Antes es mucho más complicado.

La mayoría de la población tiene como objetivo fundamental sobrevivir, transmitir algo que consiga a alguien a quien ame y que le dejen en paz. Bastante dura es ya una parte de la existencia sin necesidad de más problemas. Así que los más interesados en que todo siga igual fomentarán por tierra, mar y aire un mensaje de caos, riesgo, incertidumbre, dolor, sacrificio y sufrimiento. De “vale más el mal menor” aunque este sea inimputable, evada impuestos y cobre comisiones con ambas manos; aunque se trate de un ejemplar parasitario de una familia de vividores protegida por un círculo cortesano de comisionistas. Lo vemos continuamente y no necesitamos más pistas.

Y en este punto crítico, es donde los defensores de un statu quo de estamentos nobiliarios van a esforzarse por asociar de forma intensa al movimiento memorialista con el movimiento democrático que impulsa la Tercera República. Es imposible construir una República sin un amplio movimiento popular que la respalde. Y es imposible construir un movimiento popular amplio que se base sólo en ejemplos derrotados.

Debemos apoyar con todas nuestras fuerzas los trabajos de las organizaciones memorialistas por lo que hacen para honrar a todos los que defendieron la justicia y la democracia en el siglo pasado. Se merecen toda nuestra admiración y reconocimiento. Pero debemos recordar que ese apoyo es independiente del trabajo por promover y fomentar a muchos más defensores de la justicia y de la solidaridad este siglo. A largo plazo, nadie querría estar en el lado perdedor por mucha razón que tenga. No se puede construir un movimiento masivo únicamente sobre figuras admirables de mártires que tenían razón y fueron derrotados. No hay un solo movimiento social en la historia que lo haya conseguido. O buscamos modelos de éxito y orgullo que presentar, o el desgaste de la realidad actual será suficiente para laminar las iniciativas democráticas.

El movimiento republicano debe basarse en un ideal de futuro, de lo que se quiere conseguir. Debe promover un ideal de Estado cuyas instituciones (y su funcionamiento) den lugar a sentir orgullo de pertenencia por muchas razones diferentes (sólo unas pocas no serían suficientes para vencer la inercia de la costumbre, o la presión de un poder ya establecido).

Debemos plantear una República que sea una potencia de investigación y desarrollo de tecnología de vanguardia. Que sea una potencia científica, y por ello, una potencia tecnológica: el conocimiento es el único bien que puede crecer exponencialmente con independencia de los límites en los recursos. Que sea un referente sanitario y un referente educativo, como ya lo fue otra República anterior con un desarrollo extraordinario de la educación pública. Y que fomente el bienestar de muchos por encima de los privilegios de unos cuantos, ya que cuanto mejores sean las condiciones básicas de vida para todos, más interés tendremos en pensar más, en buscar más objetivos que perseguir y realizar.

En espacios de opinión como este Ateneo de Granada Republicana UCAR, los compañeros del movimiento republicano han propuesto sistemas y planteamientos que mejorarían notablemente la vida de la mayoría de la población. Debemos estudiarlos e integrarlos para promoverlos con sus ventajas. Y debemos pensar en mecanismos que protejan esas condiciones para que un grupito de corruptos que quiera desmontarlas por una comisión suiza no pueda lograrlo.

Los más interesados en que todo siga como hasta ahora (porque a ellos les ha ido bastante bien) nos dirán que esos caminos ya se intentaron y fracasaron. Y entonces les preguntaremos por todas las veces que ellos mismos intentaron caminar y cayeron, o tropezaron, o les empujaron… Y si eso impidió que volvieran a ponerse en pie otra vez. Si utilizaron su memoria del fracaso y del objetivo para reflexionar, cambiar algo y volver a intentarlo hasta lograrlo. Y sabemos que sí, que lo volveremos a intentar siempre porque nunca olvidaremos nuestros valores, nuestros objetivos y nuestros errores.

La memoria es el pilar de la identidad. Constituye lo que somos y guía a nuestra voluntad hacia lo que queremos ser. Es un largo camino a recorrer desde la situación actual, pero cada nuevo intento será mejor que el anterior y expandirá nuestro horizonte democrático. Se añadirá a la memoria que conformamos entre todos y servirá de nuevo punto de apoyo para sucesivos impulsos democráticos. Y en cada uno de ellos mejoraremos. Merecerá la pena.

(*) Antonio Molina Guerrero es psicólogo, técnico en prevención de riesgos laborales y vocal de la Ejecutiva de la asociación Granada Republicana UCAR.

http://www.elindependientedegranada.es/politica/memoria-futuro

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