por Granada Republicana UCAR | Jul 25, 2013 | impor
– La visita de Estado del rey a Marruecos ha sido utilizada como la prueba de la utilidad de la monarquía para los intereses de la “marca España”
– La idea peculiar de democracia del ministro Margallo la encontramos en su elogio de la similitud entre Marruecos y España, que es similitud entre sus dos monarcas
Javier de Lucas*
23/07/2013
La operación propagandística pergeñada por la Casa del Rey, con la ayuda del ministro Margallo, pone al descubierto alguno de los elementos que prueban la toxicidad que ha desarrollado la monarquía borbónica restaurada por Franco en la persona de Juan Carlos de Borbón, que vive su peculiar
otoño del patriarca desplegando una capacidad de contaminación inusitada.
La “visita de Estado del rey Juan Carlos I a Marruecos”, ha sido utilizada como la prueba de la utilidad de la monarquía para los intereses de la “marca España” y diseñada sobre todo con el evidente propósito de reflotar la muy maltrecha imagen del monarca. Para ello el rey ha contado con la complicidad del monarca marroquí, al que nuestro Jefe de Estado honra con tratamiento familiar de sobrino, para recibir a su vez el privilegio de ser acogido en pleno ramadán e incluso saludado con dátiles y miel. Todo ello es, sin duda, la quintaesencia de un modelo difícilmente cohonestable con una democracia decente.
Es verdad que esta operación publicitaria ha tenido la desgracia de coincidir con un momento álgido del “caso Bárcenas”, que le ha robado la exclusividad de primeras planas y tertulias que habían soñado quienes la diseñaron. Pero vayamos más allá. Veamos el modelo de visita de Estado. ¿Es imaginable un país democrático en el que sus intereses son defendidos mediante los guiños de complicidad entre dos patriarcas que pasan por encima de las molestias derivadas de la sujeción a las leyes y procedimientos para resolver sus asuntos? ¿Es propio, no de un Estado democrático, sino simplemente serio que los verdaderos problemas de las relaciones entre Estados sean resueltos en el clima de secreto de familia que encima nos presentan como una ventaja, un privilegio? ¿Tiene cabida en un Estado en el siglo XXI la imagen de un representante democrático, de un ministro del Gobierno elegido por las urnas, que se vanagloria de su papel de mera comparsa del rey?
La idea peculiar de democracia de ese ministro la encontramos en su elogio de la similitud entre Marruecos y España, que es similitud entre sus dos monarcas: “Marruecos ha elegido la buena vía, que no es muy distinta de la que escogimos en España a partir de 1975: una evolución a la democracia desde la ley, guiados también, y no es casualidad, por una monarquía porque es elemento de estabilidad. Don Juan Carlos fue el motor del cambio en ese proceso y el rey Mohamed VI lo está haciendo en Marruecos”. Aún más el ministro Margallo aseguró que la vía elegida por “Marruecos y Argelia” es la “buena”—, y no la de los “procesos revolucionarios en Túnez, Libia y Egipto, que son objeto de preocupación en todas las cancillerías del mundo”.
Y sí, también debe ser el modelo de democracia al que se aspira, ése que consiste en que ambos reyes animen a los empresarios a aprovecharse de las facilidades para hacer negocios, que es lo mollar, lo importante, aquello para lo que hemos venido, mientras se orillan asuntillos menos vistosos. Por ejemplo, las dificultades que vive la libertad de expresión y prensa, los derechos de las mujeres o la represión del movimiento ciudadano opositor. Por ejemplo, la venta de armamento español a Marruecos (un interés clave para el rey, que siempre se ha reservado el nombramiento del ministro de Defensa, cargo desempeñado hoy por un experto en esos negocios), denunciada por casi todas las ONGs independientes. Y, por supuesto, la vergonzosa deslealtad del Estado español hacia el pueblo saharahui, inaugurada por la primera actuación del entonces jefe de Estado interino por enfermedad de Franco, el príncipe Juan Carlos, que
cedió a la estrategia de su primo Hassan II, deslealtad e incumplimiento de sus deberes internacionales que hoy prolonga de nuevo nuestro ministro de Asuntos Exteriores, quien sostiene que “La posición de España es la que hemos mantenido en Argel y Marruecos: una solución estable, pacífica y justa de acuerdo con los parámetros y la doctrina de la ONU”. Es decir, que sigan reprimiendo al pueblo saharaui y que se sigan conculcando los derechos humanos, que nosotros estamos a lo que hay que estar.
¿Son esos los modos que sirven para que avance en España la democracia de los ciudadanos? ¿Es esa la utilidad de la monarquía? Quizá en el fondo sí, este monarca que se resiste a dejar su responsabilidad y sus privilegios, nos ha prestado un gran servicio: evidenciar una vez más por qué, más pronto que tarde, hemos de librarnos de ese vestigio atávico y recuperar la libertad que significa una República.
por Granada Republicana UCAR | Jul 13, 2013 | impor
08/07/2013
Durante mucho tiempo, en Europa, la clase obrera representó una enorme masa de población asalariada. Aquella clase obrera, que trabajaba en fábricas y se organizaba en sindicatos y partidos que la representaban como clase, era la identificación del pueblo para los socialistas, los anarquistas y los comunistas. Aquella clase obrera, mayoritariamente masculina, urbana y vestida con mono de trabajo, representaba el sujeto de avance hacia el progreso, era la artífice de la extensión del sufragio y de los derechos sociales y la punta de lanza hacia una sociedad mejor.
Pero como dice
Owen Jones en su imprescindible
Chavs, un trabajador varón con mono azul y carné sindical pudo ser un símbolo apropiado de la clase trabajadora en el pasado, pero hoy su mejor representante sería una reponedora mal pagada y a tiempo parcial. El trabajo ha cambiado y una de sus consecuencias ha sido el progresivo debilitamiento político y social de las clases obligadas a trabajar para vivir. El grueso de esos obligados a trabajar para vivir sin muchas comodidades, en la más absoluta precariedad o incluso en la pobreza, ya no puede identificarse con un sector específico de los asalariados vinculados a la industria. Sin duda estos últimos siguen existiendo y es conmovedor ver a la izquierda más nostálgica llegar al orgasmo, cuando trabajadores sindicados de los astilleros o de la minería defienden con sus familias los puestos de trabajo y a sus comunidades frente a los antidisturbios. Pero ni los mineros, ni los trabajadores de astilleros, por mucho que les admiremos, son hoy los que mejor representan a los que deben trabajar para vivir. Los que hoy están en la base de la estructura económica son irreductibles a una sola unidad simbólica; son teleoperadores, parados, empleadas del hogar, camareros, enfermeros, trabajadores públicos de los que cobran menos del mil euros, profesores interinos, estudiantes que ponen copas en negro para pagarse la matrícula, chavales que reparten pizzas, cincuentones que jamás volverán a encontrar trabajo, migrantes que trabajan en la agricultura, que se prostituyen, que venden dvd´s o que cuidan ancianos, falsos autónomos, pero también quien monta un bar con unos amigos, o una cooperativa, o una pequeña empresa de servicios informáticos, o la señora de la tienda de fruta, o un agricultor. Esos son los de abajo y sólo la miopía de cierta izquierda puede insistir en agruparles a todos bajo la etiqueta de obreros e invitarles a afiliarse a los sindicatos (ojala pudieran). Muchos de ellos ni siquiera pueden ejercer su derecho a la huelga y, sin embargo, ellos son el pueblo, ellos son los que pagan impuestos (no como los ricos) y los que sacan el país adelante.
Desde que salgo en las televisiones grandes percibo dos tipos de público bien diferenciados. Por una parte está la gente de izquierdas de toda la vida, más o menos militantes, pero gente formada políticamente. A algunos les parece bien que discuta con los periodistas de la derecha en los grandes medios, otros consideran que no tiene sentido que me rebaje a participar en ese tipo de formatos; algunos disfrutan escuchando argumentos de izquierdas y otros echan en falta que no proponga en La Sexta, en Cuatro o en Intereconomía la instauración de un sistema socialista (realmente existente), o que no explique lo que es la plusvalía según la teoría del valor-trabajo.
Pero hay otro público con el que no me había relacionado hasta hace unas pocas semanas. Los que me paran por la calle y, sin concesiones a lo políticamente correcto o al lenguaje no sexista, me dicen “Ole tus cojones” y me dan un abrazo; los que me escriben larguísimos mails contándome las historias de sus hijos que se han quedado sin beca, o de sus padres que están demasiado mayores; el taxista que me trae de La Sexta a casa y me cuenta que en diciembre el taxi le dio sólo 400 euros metiendo 12 horas al día; el tipo que twittea que
Revilla y yo haríamos un buen tándem (como lo oyen); la quiosquera que me reconoce y me dice “no consientas que esos te vuelvan a interrumpir, si les tienes que dar un bofetón se lo das”; el chaval que me para para hacerse una foto conmigo, porque en su casa “van a flipar”, y me cuenta la rabia que sintió cuando escuchó a
Alfonso Rojo decir que una matrícula universitaria cuesta cuatro cañas; el técnico que me pone el micro en un plató y me susurra “cómete a esos cerdos”; el cámara que me guiña el ojo y me levanta el pulgar; el revisor del tranvía de Bilbao (afiliado a la CGT) que me reconoce y se baja del tranvía para acompañarme al bar donde me esperaban; el trabajador de las autopistas que se baja de su garita y me grita “dales caña”… Y así el anecdotario no terminaría nunca.
¿Son ellos la clase obrera llamada a asaltar los cielos? No lo sé pero tengo claro que son los de abajo y que a ellos hay que dirigirse.
por Granada Republicana UCAR | Jul 4, 2013 | impor
Antonio Caro*
26/06/2013
Bajo el torbellino de noticias que atosiga la actualidad política española, comienza a siluetearse un conflicto de amplio calado entre dos modos de entender la democracia: la ‘democracia-ficción’ instaurada con ocasión de la Operación Transición y la ‘nueva democracia’ que está surgiendo entre el fragor de las mareas ciudadanas y la apatía de una ciudadanía que aprecia con creciente hastío cómo la primera se anega entre los escándalos de corrupción y la inacción de los partidos tradicionales.
La primera es una democracia caduca que tiene probablemente los días contados. La segunda es una democracia emergente, cuyos estertores de parto se advierten en los voceríos de las plazas que ocupan los ‘indignados’. Y en la extensión de esta última categoría que presagia la constitución como ‘clase para sí’ de los componentes de esas mareas que hoy confluyen en el gran movimiento ciudadano. El pánico que dicha emergencia provoca entre los integrantes de la primera forma de democracia se mide en su insistencia en que los miembros más significativos de la segunda se integren entre sus filas. Y ello partiendo de su convicción de que tal integración equivaldría a su disolución. Exactamente igual que los partidos “reformistas” o incluso “revolucionarios” del arco parlamentario se han ido integrando en los moldes de aquella democracia-ficción, a veces pese a los buenos deseos de tantos militantes honestos.
Pero esa integración no va a ser sencillamente posible. La sociedad española, a través de todos sus estamentos, está acumulando tantos desengaños frente a la clase política representante de aquella democracia-ficción que cualquier intento en ese sentido está condenado de antemano. Los más ingenuos o los más avispados de esa clase política desprestigiada confían en que, cuando llegue el próximo ‘clima electoral’, las aguas volverán a su cauce. Aunque no hay que descartar de entrada ninguna eventualidad, todo parece indicar que ya ha llegado demasiada sangre al río y que el desprestigio de las instituciones seguirá avanzando, al menos hasta que una mejora económica de algún tipo consiga paliar, y con ello disimular, la crisis sistémica que estamos viviendo.
Provocar el parto
Frente a esa eventualidad, hay que pisar el acelerador, utilizando si es preciso el fórceps, para alumbrar esa nueva forma de entender la democracia que está emergiendo ante nuestros ojos. Que nadie piense que esta va a brotar ensamblada de una vez por todas, como una Venus surgiendo de las olas. Antes al contrario, habrá que provocarla a fuerza de avances y retrocesos. Habrá que ir perfilándola con la contribución de todos, exactamente igual que un pintor va dando forma al cuadro corrección tras corrección, pincelada tras pincelada.
Pero el conflicto entre estos dos modos de entender la democracia es ineludible. En su base está el hecho de que la democracia-ficción se halla al servicio de la ínfima minoría que maneja desde la sombra las finanzas mundiales y que constituye hoy la verdadera clase dominante. Y ésta es la razón de fondo de que el resto, que somos casi todos, estemos propiciando, sin ser conscientes de ello tal vez, otra forma de entender y practicar la democracia.
*
Antonio Caro Amela es creativo publicitario y profesor jubilado de Ciencias de la Información en la Universidad Complutense de Madrid.
por Granada Republicana UCAR | Jun 29, 2013 | impor
24/06/2013
Lo del ministro Wert con los abucheos no es aceptable en una sociedad democrática. Deberíamos rechazar estas faltas de respeto y muestras de intolerancia, que se están volviendo cotidianas. No podemos consentir que el ministro siga abucheando a los ciudadanos cada vez que sale a la calle.
El último capítulo fue en el Teatro Real,
el viernes pasado, cuando Wert se asomó al palco y se puso a abuchear a los espectadores: a los estudiantes, a los padres con hijos estudiantes, a los músicos y artistas presentes, y a los ciudadanos en general; todos se llevaron su ración de silbidos e insultos por parte del ministro, que se dedicó a recordar a los presentes los recortes educativos, la reducción de becas o el aumento del IVA a la cultura.
Wert es reincidente, pues lleva todo el curso abucheando a profesores, estudiantes, padres, rectores y trabajadores de la cultura. En cuanto ve una camiseta verde se pone a hacer
cortes de manga. Yo mismo, como padre con hijas en colegio público, he sufrido los gritos insultantes del ministro, que me ha abucheado repetidas veces desde emisoras de radio, entrevistas de televisión, la tribuna del Congreso o la mesa del Consejo de Ministros. Cada vez que me ve, me chilla.
Hace tres semanas aun fue más lejos: el ministro faltó al respeto a
unos estudiantes, los más brillantes de su generación, a los que abucheó en la entrega de diplomas, gritándoles barbaridades: “¡Me río yo de los que queréis investigar! ¡Venga, largaos a Alemania cuanto antes! ¡Y dad las gracias por haber acabado la carrera, que otros no podrán pagar la matrícula!” Completamente desatado, Wert intentó incluso agarrarlos de la mano al pasar, imagino que para retenerlos y berrearles directamente en la oreja.
Wert no es el único que va por ahí abucheando a los ciudadanos. Otros miembros de su Gobierno,
Rajoy incluido, así como
presidentes y consejeros autonómicos, y dirigentes del PP, han protagonizado episodios similares en el último año, abucheando a
médicos, profesores,
afectados por hipotecas abusivas,
estafados de las preferentes, y en general
a cualquiera que pase por las inmediaciones del Congreso, la calle Génova o las sedes regionales. Hagan la prueba, acérquense a algún gobernante, y ya verán cómo se llevan una pitada.
Hasta los miembros de la Familia Real empiezan a cogerle el gusto a ofendernos ruidosamente. Hace unos días el Príncipe y su mujer entraron en el Liceu de Barcelona y, nada más sentarse
en el palco, se pusieron a silbar y a gritar a los incrédulos espectadores: “¡Que sepáis que pensamos seguir viviendo del cuento muchos años! ¡Y no daremos explicaciones por los escándalos de la infanta, Urdangarin, Corinna, la cuenta suiza del rey o los elefantes muertos! ¡Voy a reinar porque soy hijo del rey, chupaos esa! ¡Ajo y agua, republicanos! ¡Y si sois independentistas, dos veces ajo y agua!”
Incluso la reina, tan modosita que parecía, se ha arrancado a abuchear en un par de
ocasiones recientes. Ya que
el rey no sale mucho de palacio, se ocupa ella misma de silbar y gritar a los ciudadanos en su nombre, y de recordar que su marido y ella son los máximos representantes de un sistema en descomposición. “¡Viva la Transición!”, se la oyó chillar en
el Auditorio el sábado.
Parece previsible que los abucheos de gobernantes a los ciudadanos vayan a más en los próximos meses. Imagino que no podrán resistirse, y cada vez que acudan a inaugurar o visitar algo, aprovecharán para abuchear a todo el que se acerque, lo mismo estudiantes que parados o pensionistas. Habrá que armarse de paciencia.
por Granada Republicana UCAR | Jun 26, 2013 | impor
Hacer frente al expolio al que nos someten los poderes es cosa de todos, o se nos llevarán por delante
Juan Manuel Aragüés Estragués*
El Periódico de Aragón
21/06/2013
Que algo se mueve en la política española es una evidencia que se viene constatando desde hace años. El bipartidismo, ese turnismo contemporáneo en el que dos organizaciones se alternan en el ejercicio del poder sin que nada sustancial se altere, echando mano de muletas al servicio del mejor postor, parece en crisis terminal. En el ámbito de la izquierda, las experiencias de nuevas alianzas, desde
las realizadas en Aragón hasta las que tuvieron lugar en Galicia, si hablamos de España, o el caso de Syriza en Grecia, muestran el deseo social de construir un movimiento antagonista, contrahegemónico, que ponga fin al actual régimen corrupto y antidemocrático sustentado por las burocracias europeas. Cada vez es mayor el número de ciudadanas, de ciudadanos, que somos conscientes de que solo con nuestra participación activa hay alguna posibilidad de parar los pies a la insaciable voracidad capitalista.
Mientras los medios de comunicación, con honrosas e ínfimas excepciones, siguen jugando al apolillado juego de siempre y dando espacio a actores políticos zombis e insustanciales, agostados en su ritual de declaración hueca y contradeclaración vacía, la realidad real se mueve. Aragón, nuevamente, es punta de lanza de esos movimientos. En los últimos días se han sucedido iniciativas, convocatorias, que buscan construir el futuro dando la palabra a la sociedad y construyendo un amplísimo movimiento ciudadano sobre la base de un programa útil a la mayoría social. Porque, como dice el Frente Cívico, una de las organizaciones protagonistas, somos mayoría.
El
Frente Cívico Somos Mayoría, una organización impulsada por Julio Anguita, activo en Aragón hace ya un tiempo, ha desarrollado toda una serie de actos por Aragón, con la presencia de su número dos nacional,
Víctor Ríos, para potenciar la idea de la necesidad de un proceso político en el que se implique la mayoría social para dar a luz, con un proceso constituyente de por medio, una sociedad al servicio de las personas y no de los intereses del capital. Un proceso constituyente que extrae su necesidad del golpe constitucional asestado de consuno por PP y PSOE, al modificar la Constitución para ponerla al servicio del pago de la deuda y no de los intereses ciudadanos. Víctor Ríos apuntaba también hacia la necesidad de generar un movimiento nacional en defensa de las pensiones, frente a las recomendaciones del informe de los doce sabios, ocho de los cuales están directamente vinculados a aseguradoras que comercializan fondos de pensiones. Más que sabios, se me antoja que son verdaderos
listos que han olfateado el olor de dinero fresco y fácil. Todo un clásico en nuestro país.
En paralelo,
Ateneo y otros colectivos han organizado el pasado fin de semana la
Convención 3D (por la Democracia, los Derechos Sociales y contra el pago de la Deuda), cuyo horizonte vuelve a ser la construcción de un bloque social que haga frente a las agresiones neoliberales desde la participación colectiva y plural. Muy plural, añadiría yo, pues los participantes en la Convención somos conscientes de que el malestar social transciende las tradicionales etiquetas políticas. Por ello, más que autoetiquetarnos, entendemos que de lo que se trata es de definir un perfil programático básico pero nítido que pueda servir como instrumento de interlocución con la sociedad indignada. Un proceso de interlocución al que, a mi modo de ver, es preciso convocar a todos aquellos y aquellas que han mostrado su oposición a las actuales políticas: sindicatos (minoritarios y mayoritarios), mareas, colectivos, partidos políticos de izquierda para, entre muchos y muchas, parir un instrumento útil a la mayoría social.
Vivimos un momento histórico, asistimos a una batalla decisoria. El agonizante neoliberalismo no va a tener escrúpulos en llevarse por delante cuanto haga falta en sus estertores, que pueden prolongarse décadas. Es el momento de la convergencia, de buscar estrategias comunes, de olvidar desencuentros. Dos actitudes debemos desterrar: la de quienes, desde la indignación, esperan que sean otros los que les solucionen el problema; por otro lado, la de quienes, habituados a ser protagonistas de la movilización o de la política, miran con recelo el protagonismo social. Hacer frente al expolio al que nos someten los poderes establecidos es cosa de todos. O sabemos entenderlo o se nos llevarán por delante.
http://www.elperiodicodearagon.com/noticias/opinion/construyendo-futuro_863432.html
* Juan Manuel Aragüés Estragués es profesor de Filosofía en la Universidad de Zaragoza. Fue secretario general del Partido Comunista de Aragón entre 1993 y 1999. En la actualidad, coordina las Mesas de Convergencia de Aragón.
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