Es el momento de la República

Es el momento de la República



La corrupción en España, dice Álvarez-Solís, no es un fenómeno circunstancial, sino la pura esencia de un Estado que solo podría cambiar por la vía del 14 de abril de 1931: «El pueblo súbitamente en la calle. Un pueblo asistido por el fogonazo de una nueva racionalidad y motivado por un futuro inmediato». En su opinión, el regreso del republicanismo supondría «la higienización del ámbito político».

Antonio Álvarez-Solís

02/09/2013

La mayoría de las protestas públicas contra la actual situación política en España culminan con una declaración de renuncia que equivale a la condena de la democracia: los electores no saben a quién votar. Son españoles absolutamente desorientados en el desierto democrático. No creen ya en el Partido Popular, abominan del Partido Socialista y acaban en algunos casos por depositar una esperanza agónica en ese artilugio inservible que es UPyD, una patera política construida con restos del múltiple fracaso ideológico. Del Estado monárquico no queda nada, absolutamente nada. El Estado no es, a estas alturas, más que la herramienta de una gobernación atrabiliaria y desnortada que se tambalea sin programa. El Estado no es más que un truco recaudatorio. Yo, si me sintiera español a estas alturas de mi vida -es decir, si no aspirase más que a una pura existencia censal- me preguntaría seriamente qué hacer para recobrar el pulso público. Ante todo renunciaría al marco institucional existente porque en ese encuadre todo propósito de edificar una convivencia responsable y digna quiebra apenas nace. El Estado español es una inmensa trituradora. O sea, que debemos partir, para la edificación de una existencia política apreciable, de un nuevo escenario. Y ese ineludible escenario es la República.

En España la única tradición política que huele a pueblo, a masa ciudadana, a colectivo soberano es la tradición republicana. Que no digan, los que se dedican a la falsificación histórica, que la República ha constituido una turbulenta experiencia. Cierto que las dos Repúblicas padecieron muchas tensiones, pero esas tensiones surgieron cuando el republicanismo removió, para eliminarlo y clarificar las aguas, el fondo cenagoso sobre el que malvivían los españoles. Las Repúblicas, con mención muy especial de la segunda, pretendieron dotar de un mecanismo intelectual a los españoles; convertirles una maquinaria razonable. Despertarlos de un sueño abismal. Y la fiera monárquica, como describe el mito del lago Ness, reapareció entonces furiosa en la superficie.
O República o carnaval custodiado por la policía. Toca elegir y hay que hacerlo, además, con urgencia.
República, además, que nos ponga en pie frente a una Europa con un duro Gobierno alemán o francés, como pretende ahora la Sra. Merkel, a quien la Unión Europea ya no le facilita, como venía siendo habitual, el campo preciso para sus ambiciones, en este caso la segunda fase de su colonización del viejo continente. Hemos llegado a un momento en que la Unión -mal corcusido el actual sistema financiero- le viene estrecha a la Sra. Merkel y, en cambio, resulta asfixiante para muchos de nosotros, pues carga de obligaciones ruinosas a la periferia e incomoda el movimiento libre que pretenden los alemanes desde el centro del Sistema. Como escribe Hans Küng de la Iglesia católica, con frase aplicable a lo que tratamos, «el centro mira sobre todo a la continuidad; la periferia (reclama) la vida y el progreso. El centro impone sobre todo (su) orden riguroso; la periferia pretende el movimiento y la variedad, la discusión y el desarrollo vital. El centro proclama sobre todo principios generales y de seguridad; la periferia pide la adaptación de los principios a la situación concreta e invita al riesgo».
Alemania, que es el centro, entra en una nueva fase de la colonización de Europa, fase más directa que es entorpecida por la institucionalidad bruselense -con su burocracia ya arraigada y sus clanes políticos, que no quieren enterarse de las exigencias de una parte importante de los europeos- aunque el entramado de Bruselas sea cada vez más inoperante de cara a la pretendida unidad de Europa. Alemania reclama de nuevo una libertad política que le permita maniobras cada vez más sustanciosas como metrópoli que es.
¿Y qué puede hacer un pueblo como el español ante un horizonte como el que hemos apuntado? Evidentemente el Estado monárquico de España es un hábito que solo puede vestir el viejo monje español. Un monje mendicante que divaga afectos entre el bandido serrano y la pareja de la Guardia Civil caminera. En esa España la corrupción no es un fenómeno circunstancial sino que resulta ser la España misma. Lo de siempre.
Todo este tinglado es el que hay que arrumbar tajantemente, pero ¿quién puede desmontarlo y con que fuerza ha de proceder? No creo que haya otro camino que el del 14 de abril de 1931: el pueblo súbitamente en la calle. Un pueblo asistido por el fogonazo de una nueva racionalidad y motivado por un futuro inmediato. Un pueblo que, además, no se pierda en disquisiciones precoces sobre su acción revolucionaria, que ha de constituir, en cualquier caso, la médula a perfeccionar en el posterior discurso republicano.
Y en esa fase hay dos naciones llamadas principalmente a jugar un papel motor en la política peninsular: Euskal Herria y Catalunya, que no solo han de buscar su propio camino sino manejar el timón por el rompecabezas ibérico a fin de no dejar rastrojo a su espalda. Euskal Herria y Catalunya necesitan la soberanía para fabricar una sociedad con dimensiones y sentido propios, mas han de señalizar también el camino a una amplia masa de trabajadores de otras tierras peninsulares que no puede seguir en flotación desordenada ante la puerta de los nuevos entes soberanos. Euskal Herría y Catalunya podrían ser el catalizador de un sur geográfico que pusiera orden en el diálogo periférico con el centro europeo, estimulado por viejas pretensiones que le regresan a una conocida fórmula económica y social que ya no puede funcionar. Evidentemente la ambición que todo esto encierra no es posible sin la aceptación del republicanismo histórico -socialmente avanzado y humanamente sugerente- que brotó de una intención modernizadora que aún espera realización. Soñemos, alma, soñemos, porque engañosamente despiertos tampoco hacemos nada.
Hay que reconocer que esta hora universal no es una hora de paz frente a la violencia postrera del fascismo vestido de neoliberalismo. Por eso se debe tener la visera bajada y la visión, periférica. Es la hora del republicanismo que sepa decir cien veces «no».
La reclamada Europa de los pueblos se ha tornado imposible ante unos Estados que vuelven a pedir jacobinamente carta de soberanía. Ello obliga a considerar con mucha atención esa pretensión soberana de unas naciones que, tras tantos años de forzada sumisión a un estatalismo castrador, pueden inaugurar una época de formas políticas más populares que marquen otras rutas sociales. Euskadi y Catalunya habían iniciado la tarea de la nueva edificación social cuando el republicanismo que las dotaba de un canal para la creación de vida nueva fue asolado por la rebelión franquista. Sobrevino luego la segunda guerra mundial y toda posibilidad de ampliar la democracia fue arrumbada por una doctrina que clausuró la libertad de creación ideológica, a la que cargó, directa o indirectamente, con la responsabilidad de un terrorismo confusamente múltiple, muchas veces movido desde el centro mismo de un Imperio que prestó la asistencia mortal para destruir el republicanismo que quiso abrir en España vía a una verdadera democracia, con un vital derecho a la autodeterminación.
El regreso de la República a España supondría la higienización del ámbito político con la resurrección de una política de masas que permitiría un democrático debate entre España, Euskadi y Catalunya; un debate que trascendería a una Europa que se está pudriendo día a día.
http://gara.naiz.info/paperezkoa/20130902/420343/es/Es-momento-Republica

Antonio Álvarez-Solís (Madrid, 1929) fue redactor-jefe del diario La Vanguardia, fundador del semanario Por Favor y primer director de la revista Interviú. En la actualidad colabora con el periódico abertzale Gara.

Otoño constituyente

Otoño constituyente

Felipe Alcaraz Masats

Andaluces Diario

14/09/2013

El pacto de la llamada Transición de 1978 está agotado. No sólo agotado, sino que está desembocando en una situación realmente atropellada y compleja. Cataluña, ciertos fenómenos de gran corrupción (Bárcenas, EREs y Urdangarín, por ejemplo), dimisiones inesperadas en Andalucía, aumento galopante de las bolsas estadísticas de abstención y desafección política, ajuste neoliberal que afecta ya a la misma sanidad pública… Fenómenos diversos, aparentemente distintos, pero que tienen la conexión indiscutible de la simultaneidad histórica. El ministro de Exteriores, el inefable Margallo, lo ha intentado reducir todo con un gran esfuerzo de síntesis (en el que realmente se carga la democracia): en la Constitución sólo hay dos artículos, el resto es literatura.

Al mismo tiempo empiezan a convocarse movilizaciones y huelgas que, de forma progresiva, parten de análisis cada vez más coincidentes y de fechas cada vez más cercanas: huelga general de la enseñanza, jaque al Rey, que se vaya la Mafia, dimisión del Gobierno, elecciones anticipadas… Grupos sociales y políticos, asambleas de poder popular, organizaciones ciudadanas y de clase han empezado a tejer desde la base encuentros y alianzas, dificultosas pero esperanzadoras. Y acarrean algo específico: no son frentes políticos, sopas de siglas como muchas otras veces.
Pues bien, si buscamos las palabras que pueden, retomando lo que hay, darle una proyección política y movilizadora a la coyuntura, nos encontramos con el sintagma “alternativa constituyente”, o “proceso constituyente”, si se quiere. Me refiero a una alternativa a ese bipartidismo que, como formulación organizativa propia del pacto del 78, ha devenido forma política especial, pasando por Maastricht, para que al final manden y gobiernen los que no se presentan a las elecciones, empezando por el sistema financiero, o los que tienen su estatus y domicilio al margen de la soberanía popular. En definitiva, es preciso iniciar el proceso de un nuevo pacto de convivencia que esta vez no se base en un pacto por arriba y, por tanto, no deje al margen al auténtico soberano.
Desde el bipartidismo, incluso desde los sectores más anclados, se acepta ya la necesidad de una reforma constitucional. Incluso algunos lo explican diciendo que vivimos una situación prerrevolucionaria (ojalá). El caso es que las nuevas reformas de los estatutos de autonomía no han servido como nuevo pacto, sobre todo el de Cataluña, abortado por el Tribunal Constitucional tras aprobarse el texto en el Congreso y por referéndum popular. El pacto instado por la casa real está estancado, mientras se solventan (electoralmente: en liza electoral) los casos de corrupción. Precisamente, en el debate de investidura, la nueva presidenta de Andalucía hacía una extraña referencia, interpelando personalmente a Rajoy, sobre la necesidad de un pacto de regeneración. El caso es que los dos grandes partidos juegan con dos cartas: el pacto de estado que puede terminar en gran coalición después de las próximas generales, y la posibilidad de que uno de ellos, por razones de alternancia, pueda ocupar con comodidad parlamentaria su turno de gobierno. El pacto de Andalucía (PSOE-IU) puede ser, a la vez, obstáculo y embrión de alguna de estas cartas. IU debe jugar la carta de intentar evitar el pacto bipartidista. Pero a la vez el PSOE puede jugar a que IU pastoree hacia sus urnas los votos desencantados, una vez Griñán ha dejado paso a “un tiempo nuevo”.
Pero vayamos al fondo: el choque entre el poder constituido y el poder constituyente no puede saldarse de nuevo con una reforma continuista, astillada todo lo más, que recomponga gatopardescamente la realidad: que todo cambie para que todo siga igual. Y las cosas no son fáciles, dado que el poder constituido, disfrazándose de constituyente, ha empezado ya su propia reforma de la Constitución, neoliberalizándola: artículo 135, por ejemplo. Y tampoco son fáciles mirando hacia el otro lado: el poder constituyente no termina de encontrar su propia espacio, entre otras cosas porque se trata de aguantar, acumulando fuerzas frente a la troika y el bipartidismo, como hace Syriza en Grecia que, por cierto, cada vez está más cerca del gobierno. Y en el proceso de acumulación los cantos de sirena son constantes y cada vez más fuertes.
Ésta es la coyuntura, ésta y no otra podría ser la encrucijada: ¿Por qué camino hay que tirar?, pregunta Alicia en el país de las maravillas. El otro personaje le contesta: depende de a dónde quieras llegar.
Aparta de mí esta casta

Aparta de mí esta casta

Luis Arias Argüelles-Meres*   

09/09/2013

“Cuando se hundieron las formas puras / bajo el cri cri de las margaritas / comprendí que me habían asesinado. / Recorrieron los cafés y los cementerios y las iglesias, / abrieron los toneles y los armarios, / destrozaron tres esqueletos para arrancar sus dientes de oro. / Ya no me encontraron. / ¿No me encontraron? / No. No me encontraron. / Pero se supo que la sexta luna huyó torrente arriba, / y que el mar recordó ¡de pronto! / los nombres de todos sus ahogados”. (Lorca)
Sepultada dejaron la memoria que acreditaba la pasión que vino despertando en el mundo un país al que seguimos llamando España. Pasión que vino desatando la tierra nuestra a la que Lord Byron consideró romántica por exageración. Ello por no hablar de quienes hicieron de España parada y fonda de parte importante de su vida y obra ante el estallido de la guerra civil. Y, sin embargo, a día de hoy, aquí no se dirime romanticismo alguno; antes bien, lo que bulle es una indignación creciente ante el parasitismo y saqueo que continúa sufriendo nuestra vida pública. «Aparta de mí esta casta», tocaría decir: la que decide que sobran docentes y profesionales de la sanidad, al tiempo que los unos y los otros se las siguen apañando para dotar de puestos bien remunerados a las más excelsas mediocridades, cuyos méritos sólo pasan por la posesión del carnet de un partido, así como por un largo capítulo de adulaciones rastreras destinadas a quienes les pagan dadivosamente los servicios prestados desangrando las depauperadas arcas públicas.
«Aparta de mi esta casta», impulsora de todas las reconversiones que en España han sido desde la transición a esta parte, salvedad hecha, claro está, de la reconversión de la mal llamada clase política cuya red clientelar no para de crecer.
«Aparta de mí esta casta», que ha venido legislando en pro de blindar su privilegios y en contra de la vitalidad de una sociedad civil que se sabe cada vez peor representada y que manifiesta, con malestar creciente, su desapego hacia los profesionales de la política, que se dicen garantes de la democracia, protectores de nuestros derechos, lo que no les impide actuar como seres privilegiados que no están dispuestos a asumir ni la más pequeña parte de los sacrificios que imponen a la ciudadanía, lo que no les impide recortar derechos adquiridos.
«Aparta de mí esta casta», que es la máxima responsable de que, a día de hoy, la juventud no tenga las expectativas de futuro necesarias para una sociedad que necesita proyectos viables. Es el caso que cada vez es mayor el número de universitarios que tienen que abandonar el país en busca de salidas laborales, al tiempo que no les faltan canonjías a quienes han sido perrunamente leales a la mediocridad política de turno, y para eso no se exige capacidad ni cualificación. La meritocracia está pisoteada. Y es que, parafraseando a Larra, cabría decir que a día de hoy apostar por el saber y la investigación en España es llorar, clamar por la excelencia es llorar, clamar por la decencia en la vida pública resulta baldío.
¿Qué cabe esperar de una sociedad que racanea en investigación y en enseñanza? ¿Con qué argumentos se puede sostener que lo que toca es renunciar al futuro? ¿Con qué autoridad moral se puede pedir a la ciudadanía que renuncie en no pequeña parte a su bienestar, si ello no es a cambio de un futuro mejor, sino de mantener a toda costa una serie de privilegios de todo punto inaceptables e insostenibles?
«Aparta de mí esta casta», éste sería el lamento más extendido en clave poética y política, en clave ciudadana.
Mientras tanto, el ruido y la furia entre los políticos es un espectáculo que no para de perder interés y adeptos. Parece una astracanada del casticismo más chabacano y gazmoño.
Así, no hay quien encuentre ni decencia ni excelencia.

http://comunidades.lne.es/blogs/luis_arias_arguellesmeres/aparta_de_m_esta_casta-10834.html

Luis Arias Argüelles-Meres es profesor de Lengua y Literatura en el Instituto “César Rodríguez” de Grado (Asturias). En 2003 la Asociación Manuel Azaña le concedió el “Premio a la Lealtad  Republicana”.  

** Dibujo de Mena.

Una cadena que no se detenga en Alcanar

Una cadena que no se detenga en Alcanar

 
10/09/2013
 
Mañana, 11 de septiembre, miles de catalanes darán un paso más en su alejamiento del resto de España. Y no un pasito, sino una zancada: la demostración de fuerza que será la cadena humana de cientos de miles de personas a lo largo de 400 kilómetros aumentará la confianza de los ya convencidos, y sumará nuevos miembros a la causa independentista. Mientras, por aquí seguiremos mirando el proceso catalán como si no fuera con nosotros.
 
Al margen de lo que haga la derecha política y mediática mañana y pasado (tanto si se dedican a fotografiar tramos con menos gente para hablar de “fracaso” en su línea habitual, como si cargan las tintas en el discurso españolista), todos deberíamos sentirnos concernidos por lo que va a pasar mañana.
 
Si el año pasado la Diada ya demostró que hay una mayoría partidaria del derecho a decidir, en el último año esa mayoría se ha ampliado, como demuestran todas las encuestas. Y ha crecido también el número de quienes suben el siguiente escalón, y aspiran a la independencia. Desde entonces, desde el pasado 11 de septiembre, ¿qué hemos hecho nosotros por evitar ese alejamiento? ¿Qué puentes hemos tendido, qué diálogo hemos iniciado, qué terrenos comunes hemos explorado?
 
Yo soy el primero que hago autocrítica. Hace un año escribía una llamada a los catalanes para que no nos dejasen solos, y tras las elecciones catalanas veía una prórroga, otra oportunidad para construir juntos. Pero ha pasado un año, y soy el primero que reconozco mi desinterés, como si no fuese conmigo. Y claro que va conmigo.
 
La independencia catalana no va conmigo porque tema por la ruptura de esta España, pues no milito en el nacionalismo español, y temo más otras quiebras antes que la territorial. Va conmigo porque el alejamiento de los catalanes aleja también la posibilidad de cambiar España, esta España, de construir otro modelo político, económico, social, territorial. Y sin los catalanes, será todavía más difícil.
 
Admiro el proceso que culmina en la llamada Vía Catalana. Para que mañana cientos de miles se cojan de las manos entre El Pertús (al norte) y Alcanar (al sur), ha sido necesario un trabajo de construcción desde abajo, por toda Cataluña, de diálogo y puesta en común en común de gentes muy diferentes. Un proyecto que por donde pasó ha despertado ilusión y movilización. Y que se ha hecho sin por ello dejar de manifestarse contra los recortes y contra la estafa que llaman crisis. ¿No dicen que necesitamos un proyecto que nos ilusione como país? Pues una parte de los catalanes lo ha encontrado, y no eran unos Juegos Olímpicos.
 
Le podemos poner todas las pegas que queramos, decir que nos gustaría más peso de lo social y económico frente a lo nacional; pero lo cierto es que ellos tienen un proyecto, y que además muchos participantes no solo aspiran a tener un Estado propio, sino a que este sea diferente, mejor, sin los actuales poderes económicos, sin los recortadores antisociales como Artur Mas. Y junto a la Vía Catalana avanza también el Procés Constituent, cada vez más amplio (y que mañana reforzará la cadena rodeando La Caixa). No sabemos si lo conseguirán, si al final el Estado propio será más de lo mismo pero con otras fronteras, o ni eso. Pero lo están intentando.
 
¿Y a este lado de la cadena humana? ¿Qué proyecto tenemos? ¿Qué modelo de país estamos persiguiendo, qué intentamos construir? ¿No necesitamos también independizarnos, de quienes hoy nos tienen sometidos? ¿Tenemos algo que ofrecer a quienes piensan que con esta España no hay futuro, para que no se vayan, o para que si quieren irse, al menos establezcamos otra forma de relación, la que quieran, la que queramos?
 
Por eso mañana miraré la cadena humana con melancolía. Porque me habría gustado una cadena que no se detuviese en Alcanar, sino que siguiera por toda España. Incluso por toda la península. Y puestos a soñar, por toda Europa. Pero no. Estamos muy lejos. Lejos de esos catalanes que se van un poco más cada día. Y lejos de nuestro propio proyecto de país, de nuestro proceso constituyente, que por ahora ni está ni se le espera.
 
 
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