De lo pintado a lo vivo

De lo pintado a lo vivo

Hoy, en España, la contradicción principal o fundamental se establece entre el Poder y su expresión política, el bipartidismo y la mayoría social.

Julio Anguita González

12/09/2014

Raimondo Montecuccoli (1609 – 1680) genio militar de su época y autor de brillantes tratados sobre la guerra, expresó sus críticas a aquellos generales que ante una situación bélica de características novedosas o poco comunes, solían acudir a los textos de estudios militares de tipo académico para indagar en ellos qué hubieran hecho en semejante situación Alejandro Magno, Pirro, Aníbal o Julio César. Por otra parte y partiendo siempre de que la realidad es concreta, difícilmente repetible y anclada en necesidades inmediatas, Montecuccoli afirmaba que en la guerra hacían falta tres cosas: dinero, dinero y dinero.
A simple vista podría considerarse como contradicción el que un estudioso de las cuestiones bélicas desechara los saberes acumulados sobre ella para cambiarlos por una aparente y frívola improvisación. Nada de eso, lo que Montecuccoli decía era que los saberes, las teorías, los principios, las experiencias acumuladas, deben servir de guía pero, en absoluto convertirse en un catecismo o en manual de recetas. La realidad del momento exige respuestas pertinentes.
Siglos después, el genio revolucionario de Lenin reiteraba que la verdad era concreta y no abstracta o que el árbol de la teoría era gris pero el de la vida era verde. Lenin en abril de 1917 acepta de los alemanes (previo permiso del soviet de Petrogrado), viajar en tren desde Suiza hasta Finlandia para ayudar a la causa de la revolución haciendo campaña contra la guerra, y no abandonando en ningún momento el objetivo fundamental, por mucho que los alemanes quisieran utilizarlo para ganar el conflicto armado a la Rusia zarista. ¿Puede considerarse como traidor a Lenin? ¿Puede ser motejado de populista desideologizado a Lenin porque, dirigiéndose a la población rusa de campesinos y soldados, no hablase de la lucha de clases o de la izquierda y fijase el objetivo de la Revolución, en aquél momento, en aquella coyuntura, en aquella fase, en tres ideas: paz, pan y tierra? ¿Podía considerarse a Lenin un iluminado o visionario cuando asumió que en aquella hora y en determinadas cuestiones, las masas iban por delante del propio partido?
Antonio Gramsci postuló la necesidad de una respuesta popular ante una situación de extrema gravedad planteando la necesidad de una ideología-mito que no debía presentarse como una fría utopía ni como una argumentación doctrinaria, sino como la creación de una fantasía concreta que actúa sobre un pueblo disperso y pulverizado para rescatar y organizar su voluntad colectiva. Nótese como el objetivo central es conseguir la cohesión de una mayoría social sin especificar adscripción ideológica alguna.
Enrico Berlinguer planteaba su propuesta de Compromiso Histórico como un designio de transformación de la sociedad y del Estado por medio de un movimiento unitario y democrático en el cuál sean protagonistas, en condiciones de igualdad, todas las fuerzas populares. Curiosamente, y por aquél entonces el dirigente del Partido Socialista de Italia, Bettino Craxi, planteaba como alternativa la “unidad de la izquierda” para desalojar del poder político a la Democracia Cristiana
Muy recientemente (28 de Agosto del 2014) ha aparecido en Rebelión un artículo de Marta Harnecker: Para construir una sociedad socialista se requiere de una nueva cultura de izquierda, que consta de 59 epígrafes. Por cuestiones de espacio me limito a recomendar su lectura y muy especialmente los puntos 56, 57, 58 y 59.
No creo que ninguno de nuestros lectores considere sospechosos de derechización o traición a los comunistas anteriormente citados. Hay en ellos una curiosa coincidencia que atraviesa sus textos y sus proyectos. Una coincidencia que sigue estando de actualidad y se expresa en tres líneas de análisis y propuesta:
1. El valor fundamental de saber en qué fase y en qué momento de la lucha social se está. El valorar la coyuntura, actuando en consecuencia. Lenin la definía como el punto nodal en el que se condensan todas las contradicciones. En consecuencia los planteamientos para la acción y la organización deben atenerse a esa realidad. En ningún momento plantean cuestiones de principios o de “purezas de sangre” ideológicas o políticas. Se atienen a lo expuesto en el Manifiesto Comunista de Marx y Engels cuando afirmaban que los comunistas no eran diferentes a las demás organizaciones obreras pero que se diferenciaban en una sola cuestión: tener presente el objetivo final en todas y cada una de las acciones diarias. Suficiente. 
2. Derivado de todo lo anterior se desprende la necesidad de evaluar, distinguir y actuar entre las contradicciones y los aspectos primarios o secundarios de las mismas. Hoy, en España, la contradicción principal o fundamental se establece entre el Poder y su expresión política, el bipartidismo y la mayoría social. Una mayoría social en la que la izquierda de carné, ideas o sentimientos no es mayoritaria aunque anhela soluciones para sus problemas a la vez que rechaza la corrupción mafiosa y la degradación de los poderes del Estado. Esta contradicción principal tiene un aspecto secundario interesante: la tensión preelectoral entre PP y PSOE que se manifiesta en críticas u oposición a determinadas propuestas como, por ejemplo la elección de alcaldes que plantea el gobierno. Se debe actuar en esta contradicción o algunas otras sin olvidar jamás quienes son los antagonistas en la contradicción principal. 
3. El protagonismo, por encima de cualquier otra consideración, de las masas organizadas. Unas masas que en cada época histórica tienen un componente diferenciado a tenor de los procesos de producción, los niveles culturales o sociales y sobre todo, como consecuencia de la creciente proletarización de sectores, grupos y sujetos menores del proceso productivo. Todo ello proporciona un pie forzado que nunca debe olvidarse: la pluralidad. Este ingente y abigarrado conjunto que constituye la mayoría, está atravesado de manera consciente o inconsciente, por contradicciones secundarias (muchas veces exclusivamente ideológicas) que si no se ubican en su lugar terminan por devenir en rupturas. El remedio contra ello es el Programa (que no es un listado de deseos) y la manera de elaborarlo. Esa era la razón que informaba la extinta elaboración colectiva de IU. Un Programa que, a tenor de su idoneidad para resolver problemas hace que muchos colectivos y personas notoriamente refractarios a la izquierda terminen como el personaje de Molière, hablando en prosa pero sin saberlo.
Con la vista puesta en la coyuntura histórica que nos ha tocado vivir. Con la necesidad más que urgente de una respuesta mayoritaria que cambie el curso de las cosas. Con el momento único que se vive tras el 22 de Marzo y el 25 de Mayo. Con la conciencia de que si esta oportunidad se desaprovecha no se levantará cabeza en décadas. ¿Es tan difícil poner el acento en lo mucho que compartimos unos y otros y, en consecuencia, establecer un nexo programático común que haga posible lo que soñara Antonio Gramsci?
Cualesquiera que, por una parte, pongan el acento en cuestiones de pedigrí ideológico (refugio fácil para la inacción), vivan sempiternamente en la cultura de la sospecha que el franquismo hizo recaer sobre los comunistas o se refugien en la torre de marfil de su inmarcesible momento de gloria, están objetivamente despreciando una oportunidad histórica. Las organizaciones viven para las causas y no las causas para las organizaciones. 
Para mayor abundamiento en lo que quiero decir y proponer, me remito a lo publicado en Mundo Obrero digital del 26 de Agosto bajo el título de “Ahora. Sin pretextos”
Gobernar sin corbata

Gobernar sin corbata

Felipe Alcaraz Masats

Andaluces Diario

08/09/2014

Están cayendo todas las solemnidades y carismas del poder. Del poder de siempre y su monopolio por unos pocos. Ese poder que hablaba en latín, se distanciaba con gestos elegantes, apagaba luces a su paso y se encerraba en una cabina, allí al final, para decidir las cosas en solitario. Y sobre todo para decidir un mensaje: el poder no lo puede ejercer todo el mundo; no todo el mundo es capaz. Es un tema complicado que exige una inmensa responsabilidad. Pues bien, de pronto se descorren las cortinas, se encienden las luces y aparecen en torno a una mesa el cura, el banquero y el encorbatado alcalde. Esperan mirando fijamente a una especie de crustáceo negro: es un teléfono. La mano invisible y negra que marca la historia. Si hay resistencia, hay que marcar el número del cuartelillo.

En 1848 la familia De Tocqueville, despavorida, oía desde el salón de su gran apartamento sobre el Sena los disparos de los insurrectos en los suburbios. Llamaron a la criada para que cerrara los balcones y la criada, como sonara, cada vez más cerca, el ruido de la fusilería, emitió una sonrisa. El Señor de Tocqueville la echó de inmediato, del salón, de la casa y del puesto de trabajo. Sabía perfectamente lo que significaba aquella sonrisa. Era la sonrisa del fantasma.
Un fantasma recorre las redacciones, los puentes de mando, las ejecutivas de los partidos del régimen: es el fantasma del poder popular. La gente ha sabido transformar su malestar en deseo de unidad y cambio, en capacidad programática, y se dispone a tomar el poder. Se dispone a ello y, además, sin imitar los gestos, los tonos, las vestimentas del poder de siempre. La gente ha comprendido que puede, que sabe gobernar, que se atreve a ello, y los del régimen, despavoridos, comprenden que aun cerrando las maderas de los apartamentos, no hay fuerza que pueda disuadir a la gente de sus satánicas pretensiones.

Llámalo unidad popular, llámalo frente amplio, bloque social, unidad política, concreción de las convergencias sociales… o, si quieres, llámalo poder popular. Incluso puedes hablar de frente popular. El caso es que no hay pretextos en este momento histórico, no hay desvíos, circunloquios. La salida de la crisis solo tiene dos puertas: o se mantiene el régimen y la marca blanca del neoliberalismo (¿los habéis visto en Italia, todos con camisas blancas?) o se abre paso la salida constituyente, democrática, anticapitalista. ¿Que no hay maduración suficiente? Es posible: no existe en España un demasiado amplio sentido común anticapitalista. Pero o nos lanzamos, y nos lanzamos ahora, o el régimen organiza los próximos 30 años sobre la resignación, la división y el entreguismo. Nada más darse a conocer la posibilidad de una estrategia de “frente popular” no sólo han saltado como flejes los centros neurálgicos, que no han podido evitar editoriales y llamadas al miedo, sino que ha empezado a operar el gran batallón del transformismo mediático.

Gramsci habló del transformismo como una operación a través de la cual el poder, el antiguo dominio, coopta para su hegemonía a antiguos intelectuales revolucionarios, con la misión de integrar, convencer, reducir, resignar a los batallones inquietos a través de una prosa equidistante, sibilina, seductora. Pues bien, todos/as se han puesto en marcha a la vez. Quizás algunos tras tomar un café en la bodeguilla correspondiente. Pero no hace falta recibir consignas excesivamente explícitas. Basta un gesto, una risa a tiempo, la ridiculización de los pobres (sin corbata), el señalamiento de los dogmáticos que no son capaces de perdonar una derrota histórica, la calificación de “comunistas” con un revoleo displicente de la mano propio del señor De Tocqueville.
Y ojo, no se trata de decir ahora que no han entendido nada. Sí lo han entendido. Han entendido perfectamente de qué van las cosas. Simplemente el miedo ha empezado a cambiar de bando y no es preciso agenciarse una corbata para ostentar no se sabe qué respetabilidad a la hora de conquistar el poder y gobernar a través de una revolución democrática. Ellos lo han entendido, y la gente ha entendido que lo han entendido. Eso es todo. Ahora la historia sigue su curso, ese (glorioso) sujeto histórico que en un momento dado puede derrocar gobiernos, y hasta monarcas recién recauchutados.
Notas de verano sobre la crisis de régimen

Notas de verano sobre la crisis de régimen

Alberto Garzón Espinosa*

Pijus Economicus

12/08/2014

Estoy estos días tratando de desconectar del vaivén de noticias cotidianas con el objetivo de reponer y acumular fuerzas para el próximo curso político. No hace falta decir que se prevé ciertamente caliente. Sin embargo, en un despiste me he permitido escribir algunas notas dispersas sobre el momento sociopolítico por el que atraviesa nuestro país. Y creo que pueden ser una contribución útil al debate que estamos teniendo desde hace meses. Espero así sea.

Una de mis más nítidas convicciones es que las batallas políticas no se disputan únicamente en el terreno electoral sino que se extienden también al ámbito ideológico-cultural. De ahí que nuestra tarea como pensadores sea intentar contribuir humildemente al fortalecimiento intelectual de nuestra causa política. Esta es una tarea, como tantas veces hemos declarado, inexcusable. Y, sin embargo, largamente minusvalorada.
1. Desde dónde pensar el momento sociopolítico

En aras de la honestidad intelectual, siempre conviene señalar con claridad cuál es el enfoque o método que utilizamos cuando hacemos un análisis político. La pregunta es, ¿a qué prestamos más atención? ¿a los cambios ideológicos? ¿a las formaciones políticas? ¿a las transformaciones económicas?
La tradición política marxista nunca ha tenido dudas al respecto. El materialismo histórico ha sido el instrumento que daba la respuesta: lo importante es la estructura económica (las relaciones de producción) y no tanto la superestructura jurídica y política (las instituciones, las ideas, las opiniones, las creencias…) ya que esta última sería mero reflejo de los cambios en la estructura. Así pues, desde el marxismo de Marx y Engels lo fundamental es observar los cambios que se dan en el seno del modo de producción, esto es, en la economía.
Sin embargo, en las últimas décadas, y coincidiendo con la reinterpretación de la política como un mercado donde se compran y venden productos en forma de votos, ha habido una proliferación de análisis políticos basados en las encuestas. Las encuestas, en este contexto, operan como la bolsa que muestra los precios relativos del voto a cada partido. Y esos análisis no sólo pecan de superficiales sino que además deforman el fondo político al utilizar esos indicadores como inputs (el punto de partida) cuando realmente son outputs (el resultado).
Y es que el análisis electoral es en realidad un análisis de la superestructura, es decir, de las instituciones en las que cristaliza, en un determinando momento histórico, la correlación de fuerzas entre clases sociales. Y cuando cambia la estructura económica, las bases materiales sobre las que se sostiene la sociedad, entonces esa estructura institucional puede entrar en crisis y reestructurarse. En ese punto obstinarse en hacer análisis completos desde esas estructuras institucionales en crisis es un ejercicio vano y estéril. Pues lo que cambia y lo que condiciona a esas instituciones es la estructura económica.
Cierto que este determinismo económico puede y debe ser matizado, y así tratamos de hacerlo algunos, para señalar que la relación entre estructura y superestructura no es tan simple ni directa. Por eso recogemos las aportaciones del marxismo occidental, y en particular de Gramsci, para insistir en la relación dialéctica que existe entre ambos espacios. La estructura económica condiciona la superestructura jurídica y política pero las ideas y las ideologías, como parte de esa superestructura, pueden modificar a su vez la estructura económica. Este es nuestro método.
2. El momento sociopolítico

La tesis que hemos mantenido es que estamos en una crisis económica que ha devenido en crisis institucional (crisis en la sociedad política) y crisis ideológica (crisis en la sociedad civil) precisamente como resultado de su profundidad y gravedad. Estamos ante lo que Gramsci llamaba una crisis orgánica, esto es, una crisis que manifiesta las contradicciones del modo de producción (la economía) y que al no poder ser resuelta por el bloque social y político dominante (las élites político-económicas) también se traduce en crisis del propio bloque dominante. Nosotros venimos años etiquetando a este conjunto de fenómenos como crisis de régimen. La consecuencia política es que se abre una ventana de oportunidad para disputar el poder político al bloque dominante.
La crisis ideológica es una crisis de hegemonía, lo que significa que el bloque dominante ha perdido su capacidad de lograr consenso y sólo le queda su capacidad de ejercer coerción. Esto lo vemos claramente en el incremento de la represión física, administrativa e incluso penal contra todo aquel que ose impugnar el régimen del 78. Ya no convencen, pero siguen imponiéndose. Son ejemplos claros la Ley de Seguridad Ciudadana, la Reforma del Código Penal o los centenares de sindicalistas que enfrentan juicios penales por participar en huelgas y movilizaciones.
Una crisis ideológica significa también que un sector creciente de la población se ha desvinculado de su tradicional ideología o concepción del mundo, es decir, que ha dejado de creer en lo que había creído hasta entonces. Y eso abarca a todos los ámbitos del pensamiento personal y político. En términos políticos la gente deja de creer en el relato oficial, esto es, en la concepción del mundo que se ha impulsado desde arriba (una determinada visión del Congreso, de la Monarquía, de la economía…). Pero la crisis consiste precisamente en el hecho de que lo viejo está muriendo y lo nuevo no puede nacer, como decía Gramsci. Así pues, la gente deja de creer en algo pero temporalmente se encuentra huérfana de una concepción del mundo nueva y clara. En definitiva, la pregunta se ha convertido en la siguiente: ¿en qué creer ahora que sabemos que lo anterior no era cierto?
Entretanto pueden darse muchas opciones:
A) En un comienzo el bloque dominante es capaz de continuar su dominio simplemente por medios coercitivos. Se trata de un ataque a los síntomas y no a las causas, pero sin mayor efecto que trasladar el problema al futuro.
B) En el medio plazo el bloque dominante puede ciertamente reconstruir su hegemonía, a través de maniobras reformistas que aprovechan la incapacidad de las fuerzas de la oposición para presentar soluciones positivas y constructivas. El ejercicio del transformismo o la revolución pasiva, términos también de Gramsci, son instrumentales a ese objetivo. Se trataría de intentos de aprovechar una demanda social para poner en marcha políticas que consoliden precisamente lo contrario. Las reformas electorales del PP (la ya puesta en marcha en Castilla-La Mancha y la venidera para las elecciones municipales) son ejemplos de esto, pues se trata de un intento de subirse a la ola de la retórica “antipolítica” para poner en marcha medidas que acaben con el principio democrático de la proporcionalidad.
C) También puede suceder que las clases dominadas, beneficiándose de la naturaleza estructural de la crisis y de la ventana de oportunidad, amplíen su conjunto de alianzas y su espacio de consenso, invirtiendo la relación de hegemonía en su favor y transformándose en clases dirigentes del cambio. Obsérvese que se habla de alianzas desde las clases dominadas, y no desde los partidos políticos. Es decir, alianzas que parten desde la estructura y no alianzas que parten desde la superestructura.
3. La cultura política naciente

Hasta aquí la clave reside en la siguiente circunstancia: una nueva concepción del mundo, aunque naciendo y en estado embrionario, está disputándole la legitimidad a la vieja concepción del mundo. En términos políticos hablaríamos de Culturas Políticas, es decir, de paradigmas culturales a través de los cuales leemos e interpretamos la realidad política. Y en España y desde hace décadas el paradigma indiscutible ha sido la Cultura de la Transición o Cultura del 78. Esta Cultura de la Transición, que desde 1978 hegemoniza toda interpretación política está caracterizada, entre otros, por los siguientes aspectos. En primer lugar, por el recurso permanente al consenso como instrumento resolutivo de conflictos. En segundo lugar, por la orientación bipartidista y partidocrática de su sistema político. Y en tercer lugar, por la filosofía política elitista y reacia a la participación ciudadana en asuntos públicos. La Constitución del 78 es el documento donde cristaliza mejor esa Cultura de la Transición. No hablamos tanto del contenido -resultado de una correlación de fuerzas favorable a los reformistas del régimen franquista pero con elementos muy progresistas derivados de la presión del movimiento obrero- como de la cultura política que impregna el documento mismo.
Esta Cultura de la Transición es parte de la sociedad civil y como tal es transversal a todas las instituciones políticas existentes, lo que incluye también a sindicatos y partidos políticos de distinta orientación ideológica. Entre ellos, naturalmente, también los de izquierdas. Y aquí el carrillismo y el eurocomunismo (y las tesis berlinguerianas del compromiso histórico) tienen mucho que ver.
Sin embargo, la Cultura de la Transición ha ido rivalizando con otra Nueva Cultura Política que, con poco éxito hasta hace unos años, le ha ido disputando el espacio. Una Nueva Cultura Política que se abría paso a través de una interpretación abierta y flexible de la Constitución, con una filosofía política de participación ciudadana y de ruptura con las formas tradicionales de organización política que aparecen reflejadas en la propia Constitución. La irrupción de los nuevos movimientos sociales y la creación de organizaciones políticas organizadas de forma distinta a la de un tradicional partido político, han sido elementos clave en esta gestación. La propia fundación de Izquierda Unida, que renunció explícitamente a ser un partido político al uso, representó rasgos de esta nueva cultura política.
Desde entonces los movimientos sociales, tanto por su contenido (feministas, ecologistas, municipalistas, etc.) como por su forma (fundamentalmente con organizaciones horizontales) han ido desbordando al régimen del 78. Sin embargo, sin lograr arrebatarle la legitimidad y la hegemonía. No obstante, proliferaron acciones políticas y propuestas clave (como los procesos de presupuestos participativos llevados a cabo en centenares de municipios gobernados por IU o las primarias de IU de 1996) que lograron sembrar esa nueva cultura política que hoy va creciendo rápidamente. Hoy es de sentido común (en sentido gramsciano) muchas cosas que en 1978 parecían demandas propias de la marginalidad política.
Respecto a esto el hito más claro y reciente ha sido el del 15-M, que puso de manifiesto no sólo la frustración de la gente con un orden político y económico que les arrebata derechos y esperanzas, sino que también puso de relieve que la nueva cultura política empezaba a cristalizar de forma más nítida. Y, en consecuencia, mermaba con más fuerza la hegemonía de la Cultura de la Transición. Si a todo ello le sumamos el componente generacional, obviamente crucial para entender los cambios políticos de los últimos años, tenemos todos los ingredientes para comprender lo que está pasando.
No hay adanismo en esta nueva cultura política. Y quien crea que ha descubierto el nuevo mundo, se equivoca. Al fin y al cabo esta cultura política está constituida de las viejas demandas participativas del movimiento republicano, socialista y libertario. De hecho, aunque la derecha intentó hacer creer que el 15-M tenía como objetivo tomar el Palacio de Invierno, la cultura política -¡y las demandas!- que había detrás tenían más que ver con La Comuna de 1871. Hoy todo ello va emergiendo, mutando y cristalizando en determinados fenómenos políticos, a veces electorales y otras veces no-electorales. Y en estos momentos de crisis se genera un escenario de confusión en el que muchos analistas y dirigentes políticos educados en la Cultura de la Transición se muestran incapaces de comprender lo que está sucediendo.
Pero la oportunidad es clara. Hoy es más fácil que ayer no sólo disputar la hegemonía respecto a la Cultura Política sino también disputar el poder político para transformar la sociedad. Si colectivamente somos inteligentes estaremos en condiciones de poner encima de la mesa no sólo un programa político al uso sino un nuevo proyecto civilizatorio, es decir, una nueva concepción del mundo.
http://www.agarzon.net/notas-de-verano-sobre-la-crisis-de-regimen/

* El autor, economista y diputado, es secretario ejecutivo de Proceso Constituyente y Convergencia de Izquierda Unida. Su último libro es “La Tercera República” (Ediciones Península, 2014).

Convocatoria – Señalización como Lugar de Memoria de la Antigua Prisión Provincial de Granada – Homenaje a los Presos Políticos Antifascistas – Miércoles 30 de Julio de 2014 – Ocho de la Tarde

Convocatoria – Señalización como Lugar de Memoria de la Antigua Prisión Provincial de Granada – Homenaje a los Presos Políticos Antifascistas – Miércoles 30 de Julio de 2014 – Ocho de la Tarde

* Ficha de la antigua cárcel en el Mapa de la Memoria Histórica de Granada, el proyecto memorialista promovido por UCAR: http://www.mapamemoriagranada.es/lugares/primer-franquismo/34-prision-provincial-de-granada.

** Cartel diseñado por Pablo Jones Medina, basado en dos fotografías originales de Gustavo José Bravo Vargas, disponibles en el álbum digital de la asociación: https://picasaweb.google.com/ucargr/RecordandoALosHermanosQueroHeroesDeLaGuerrillaUrbanaAntifascistaDeGranada.

Poder popular

Poder popular

Felipe Alcaraz Masats

Andaluces Diario

20/07/2014

Aviso: la gente, esa que salía unitariamente a la calle, y llenaba Madrid, va a saber organizarse en plataformas y asambleas de poder popular. Aviso etimológico: la democracia es el gobierno de la gente.

No es fácilmente olvidable el mantra que repitió la derecha y todos sus terminales “intelectuales”: la democracia es representativa y si el 15M quiere hacer política, que se presente a las elecciones. Y ahora, cuando esa derecha, o su apéndice bipartidista, leen las encuestas y el proceso que se está gestando, que ya ha dado su primer aviso en las elecciones europeas, atacan desaforadamente satanizando a siniestra y ultrasiniestra.
Muchos dirigentes, en función de la teoría del sujeto histórico (es decir, de las condiciones subjetivas), deberán limpiarse las telarañas de un pasado representativo que ha desecado la democracia del 78 hasta convertirla en un juego de sombras chinescas en manos de la UE y del sistema financiero, ese poder real y fáctico que incluso ha logrado el golpe de mano antidemocrático del nuevo artículo 135 de la Constitución. Es decir, la Constitución del 78 ya no existe, se la han cargado, y todo se ha movido y seguirá moviéndose en el seno del proceso constituyente que vivimos. Por cierto, una aclaración a los que dicen que hay que conseguir abrir un proceso constituyente. Supongo que se referirán al proceso legal-formal, a la hora de discutir los extremos del nuevo acuerdo de convivencia, porque el proceso constituyente político, social, ya se ha abierto hace tiempo, y sigue hirviendo ante las narices de muchos dirigentes que no saben salirse de la foto fija anterior a la irrupción del 15M.
¿Quién sabe cómo será la coyuntura política dentro de unos meses, al ritmo que van la radicales novedades que se están produciendo? Esta democracia, presumo, no la van a conocer ni los padres constitucionales que la parieron. Esa gente que llenó calles y plazas y se arremolinó en el rompeolas de todas las Españas, esa gente que gritó que parecía democracia pero no lo era, que no se sentían representados, que la realidad era otra cosa, que era posible un cambio… y que repitió el estribillo atronador del “Sí-se-puede”, da la impresión, tras la inmensa manifestación del 22M, que tienen capacidad para empoderarse en el marco de un entendimiento plural y en torno a programas concretos, y que pueden atreverse a ganar la democracia en su sentido más etimológico.

Hace poco un dirigente decía que cuando le hablaba a su vecino de “proceso constituyente” este no se enteraba de nada. ¿Y cuando le hablaba de austericidio, de prima de riesgo, de hombres de negro, de correlación de fuerzas…, se enteraba? Quizás tampoco, por lo que se deduce que deberemos hacer un esfuerzo pedagógico para incluso explicar el concepto de “plusvalía”, por muy abstruso que parezca. Por mi parte, yo le dije a mi vecino: “Cuanta mayor unidad exista en la mayoría social, mejor”. Y el vecino me contestó: “¿Por qué te crees tú que yo voy a todas las manifestaciones?” Los dos habíamos partido de la base de que era necesario cambiar las cosas de raíz. Pues bien, aquí está, como aquel aristócrata que hablaba prosa sin saberlo: esto es exactamente el proceso constituyente.
Por eso, sin ánimo de aconsejar y mucho menos de presionar, simplemente aviso: existe la gente y se está organizando. Y nosotros, que hemos representado a la gente, deberemos ahora aprender a ser gente. Cosas de la política.


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