¡¡¡QUE NADIE DECIDA POR TI!!! – Campaña de Recogida de Firmas – Referéndum Monarquía/​República

¡¡¡QUE NADIE DECIDA POR TI!!! – Campaña de Recogida de Firmas – Referéndum Monarquía/​República

Estimados compañeros:
La Asamblea Ciudadana Proreferéndum, de la que UCAR forma parte, ha puesto en marcha una campaña de recogida de firmas por Internet para exigir al Gobierno la convocatoria de un referéndum consultivo sobre la forma política del Estado (con la disyuntiva Monarquía o República).
Necesitamos conseguir la mayor cantidad posible de firmas, difundiendo la campaña por todos los rincones de Andalucía y de España.
¡¡¡QUE NADIE DECIDA POR TI!!!
¡¡¡ABAJO EL RÉGIMEN DEL 78!!!
¡¡¡REFERÉNDUM YA!!!
¡¡¡POR UN PROCESO CONSTITUYENTE HACIA LA III REPÚBLICA!!!

Granada, a 13 de octubre de 2014

Junta Directiva de Unidad Cívica Andaluza por la República (UCAR)

Queridas frustraciones: imposible cambiar el modelo de la UE

Queridas frustraciones: imposible cambiar el modelo de la UE

03/10/2014
Hay un aforismo árabe que sentencia de esta manera: la primera vez que me engañaste la culpa fue tuya, en la segunda la culpa es mía. La experiencia política y la de la vida cotidiana nos evidencia que tal afirmación es precisa. 
La frustración de un importante sector de la población francesa y europea con las actuales medidas de política económica y social de François Hollande, incurre plenamente en el ámbito de la realidad que el aforismo señala. Recordemos cómo al principio de su mandato el presidente puso en marcha determinadas políticas económicas que parecían indicar un sesgo hacia la izquierda. Pero duró poco tiempo. 
La elección de Manuel Valls como primer ministro y las medidas que ha tomado éste, se han encargado de traer otra vez ante los sempiternamente engañados la futilidad de sus esperanzas. La reacción más común ante la frustración es volver la cara electoral hacia otros horizontes políticos. Trabajo inútil. El problema que la actuación de Hollande se ha encargado de evidenciar radica en la imposibilidad de cambiar el modelo de política económica y social dentro del marco de la actual UE. 
La existencia de la señora Merkel y su papel de pararrayos de todas las invectivas es cada vez menos convincente como raíz y fundamento de todos los males. La UE de factura alemana y con un euro sucesor del marco no ha sido una desviación maléfica de la lógica de los Tratados europeos desde el Acta Única, sino la aplicación más consecuente de los mismos. Se le pide a Alemania que renuncie a aplicar una lógica que la beneficia y que consecuentemente ha conducido a una UE a tres velocidades. Se le pide que ejerza caridad y filantropía pero manteniendo los principios de la actual y mal llamada construcción europea.
Y así de frustración en frustración, una parte de la opinión pública europea continúa deshojando la margarita en cada evento electoral. No quiere darse cuenta que la solución consiste en cambiar de flor.

¿Por qué hoy para ser reformista de verdad hace falta ser revolucionario?

¿Por qué hoy para ser reformista de verdad hace falta ser revolucionario?

Manolo Monereo*

Cuarto Poder

08/10/2014

Todo tiene que ver con la experiencia última de la socialdemocracia y el específico experimento de Hollande en Francia. El tema es conocido: cuando la derecha gobierna hace políticas neoliberales, y cuando gobierna la izquierda, también. Claro y evidente: las grandes fuerzas políticas están de acuerdo en lo fundamental y divergen solo en lo accesorio. Hay un pluralismo meramente formal y en todas partes mandan aquellos que no se presentan a las elecciones, es decir, los grandes poderes económicos-financieros. Como resumen y síntesis puede valer, creo.

Estos son los hechos, habría que ir más allá e intentar explicarlos. Que Francia estaba en el ojo del huracán de eso que se llama los mercados, lo sabíamos todos; conocíamos con mucha precisión que la Comisión Europea estaba al acecho y que la señora Merkel, como representante del todopoderoso Estado alemán, venía advirtiendo de los incalculables males que para la Unión Europea y el euro tendría una Francia enferma; ni que decir tiene que esta opinión es compartida por la gran patronal francesa, los medios de comunicación y la derecha en sus diversas y complementarias posiciones.

Paul Krugman, entre otros muchos, ha subrayado una y otra vez que no hay razones económicas para tanto escándalo y que “el golpe” de Hollande nada tiene que ver con el futuro de Francia y de sus gentes, sino con algo más sustancial: redimensionar el Estado y recortar los derechos sociales. En todas partes lo mismo: la socialdemocracia hace lo que la derecha no se atreve o no puede hacer. Ahora se trata, ni más ni menos, de liquidar las bases de la República, es decir, los derechos de ciudadanía que han fundamentado una cultura pública y el sentido de pertenencia de una entera comunidad política.
Que los socialistas franceses han traicionado sus promesas electorales, lo dicen las elecciones y lo confirman las encuestas: la popularidad del presidente francés apenas supera el 10% y la derecha podría ganar las próximas elecciones en competencia, dura, con el Frente Nacional. De esto no hay dudas; sin embargo, queda por explicar el porqué de esta autoinmolación, de esta autodestrucción de la socialdemocracia que, es justo subrayarlo, no logra capitalizar la izquierda alternativa francesa.
Como siempre hay muchas razones: la carencia de un proyecto alternativo al neoliberal dominante; la desnaturalización del viejo proyecto socialdemócrata y la ruptura con los sindicatos, en un momento de recomposición y pérdida de referentes políticos de las clases trabajadoras; los cambios en la organizaciones partidarias y la tendencia prevaleciente a una mayor homogeneidad de las fuerzas políticas en las llamadas sociedades de la información.
Se podría continuar y afinar más. Sin embargo, me gustaría centrarme en lo que creo que es fundamental: las consecuencias políticas, económicas y sociales del modelo de poder y de acumulación del capital impuesto por el neoliberalismo en estos últimos veinte años y, específicamente, en esto que se llama la construcción europea, es decir, la Unión Europea del euro.
Si pretendiéramos definir el aspecto más característico del proyecto (contra-) revolucionario neoliberal sería con el término ‘irreversibilidad’. Todo el mecanismo de poder funciona con este propósito claro y rotundo: hacer irreversible el modelo capitalista neoliberal, por eso van desmontando todos y cada uno de los instrumentos de control estatal y de regulación social del mercado. Se trata de garantizar que la oligarquía económica-financiera siga dominando más allá de las elecciones y de los cambios en el gobierno. Desde otro punto de vista: posibilitar la alternancia e impedir o dificultar decisivamente la alternativa al modelo.
La experiencia de nuestros ayuntamientos, comunidades autónomas y Gobierno central es bastante evidente. Se podría exponer así: ¿cómo desprivatizar lo privatizado?; ¿cómo recuperar decenas y decenas de empresa municipales y autonómicas de servicios públicos entregadas a los capitalistas amiguetes?; ¿cómo reconstruir un tejido empresarial público capaz de industrializar el país?; ¿cómo recuperar la soberanía económica en una Unión Europea que nos condena a ser una periferia subdesarrollada y dependiente de los centros económicos dominantes nucleados por el Estado alemán?
Se podría continuar. Lo que se quiere decir es simple: el poder que se tiene aquí y ahora cuando se accede al gobierno es un mucho menor que antes. Los gobiernos de la derecha y de la socialdemocracia conscientemente se fueron atando las manos y dejando al poder económico el control de los gobiernos elegidos democráticamente. La maquina expropiatoria ha sido la Unión Europea. Todo el diseño de fondo de lo que impropiamente se llama Europa tiene un doble objetivo: dejar fuera de la dirección y del control popular (de la democracia) a la economía, privatizar el Estado y convertirlo en una Pyme.
Era el viejo sueño de Hayek: impedir la “politización” de la economía y frenar la “demagogia populista de los políticos”, es decir, que los elegidos por el pueblo no tuvieran en cuenta los deseos y aspiraciones de la ciudadanía a favor del pleno empleo, los derechos laborales y sindicales, el disfrute de los derechos sociales… La mejor vía: que la dirección de la economía esté en manos de un Banco Central sin control democrático alguno, dedicado a velar por el valor del dinero y alejado del mundanal ruido de las personas de carne y hueso.
La otra cara de la moneda era también evidente: impedir la construcción de un “Estado Europeo” que, de una u otra forma, reuniera los atributos y funciones de los Estados nacionales. Por eso es una gloriosa tontería hablar de que este tipo de entramado institucional tiene algo que ver con un futuro federal, una especie de Estados Unidos de Europa, para nada: es esta forma de dominio político la que se buscaba, es decir, Estados minimizados, amputados de su soberanía económica y con democracias devaluadas y oligárquicas donde las grandes fuerzas de la derecha y de la izquierda se turnan para el mayor y único beneficio de los grandes grupos de poder económico-financieros.
Los dos últimos tratados ratificados por la mayoría de los Estados (Tratado de Estabilidad, Coordinación y Gobernanza de la Unión Económica y Monetaria; Tratado Constitutivo del Mecanismo Europeo de Estabilidad) van mucho más allá del Tratado de Lisboa, imponiendo durísimas condiciones a los gobiernos y con mecanismos de sanciones casi automáticas para aquellos que no cumplan con las directrices de las instituciones de la Unión, es decir, de la troika.
En un marco así construido, no se pueden hacer políticas socialdemócratas en sus varias acepciones y solo cabe romper con las reglas de juego dominantes. No nos engañemos, con las constricciones político-económicas vigentes en la UE no se pueden hacer políticas que nos hagan salir de la crisis desde los intereses de la mayorías sociales; el pleno empleo con derechos se convierte en quimérico y el Estado social, su defensa y desarrollo, en mera declaración de intenciones de fuerzas de oposición que traicionarán, con mayor o menor desparpajo, una vez que estén en el gobierno.
La experiencia latinoamericana enseña mucho. Salir del modelo de poder y de acumulación neoliberal exige un proceso constituyente, es decir, una nueva legalidad, una nueva Constitución al servicio de una nueva legitimidad plebeya y republicana. Esta sigue siendo la línea de demarcación: restauración o ruptura democrática. Un Gobierno Podemos-Izquierda Unida, por ejemplo, si quiere hacer de verdad políticas sociales y democráticas avanzadas, tiene que iniciar un proceso constituyente que defina una nueva relación con Europa (que es mucho más que la UE), subordine la economía a la satisfacción de las necesidades humanas básicas, ponga los fundamentos de un verdadero Estado federal (desde el reconocimiento del derecho a la autodeterminación), garantice constitucionalmente los derechos sociales y se comprometa activamente con la lucha a favor de la igualdad sustancial entre hombres y mujeres, asegurando la paz con el planeta y con las demás naciones.
Se puede y se debe criticar a la socialdemocracia, pero hay que hacerlo desde el convencimiento de que, en nuestras especificas condiciones, reformas no reformistas, como se decían en otros tiempos, exigen conquistar el gobierno para desde él transformar las instituciones y asegurar un cambio real en la relación de fuerzas. Una estrategia nacional-popular tiene aquí su origen y fundamento.

* El autor es politólogo y miembro del Consejo Político Federal de IU. Su último libro publicado, junto con Enric Llopis, es Por Europa y contra el sistema euro (El Viejo Topo, 2014).

España, ahora sí, ha dejado de ser católica

España, ahora sí, ha dejado de ser católica

Hugo Martínez Abarca*

25/09/2014

El entierro de la contrarreforma de la ley del aborto es una victoria clara del movimiento feminista. No sólo del que ha combatido la reaccionaria propuesta de Gallardón en los últimos años, sino del movimiento feminista que durante décadas viene combatiendo el dominio machista, las leyes restrictivas y la cultura del vivan las caenas hegemónica en España durante siglos y que ponía doble cadena sobre las mujeres. Pero además supone una grave derrota de la jerarquía católica que ya sí puede ir asumiendo definitivamente que ha perdido el control moral y cultural sobre la sociedad española.

El aborto no es cualquier cosa para nuestra Iglesia Católica. Según sus consignas es un infanticidio, el asesinato de más de cien mil bebés al año. Un horror comparable con el nazismo y mucho peor que cualquier otro gran crimen que la humanidad haya perpetrado. Y sin embargo… un gobierno clerical ha tenido que renunciar a prohibir tal horror porque en la gran mayoría de la sociedad española los apocalipsis anunciados con sotana causan una mezcla de irritación, hastío y risa.
No es la primera derrota. Que este mismo gobierno no se haya atrevido a reinstaurar la discriminación a los homosexuales en el matrimonio civil (¿os acordáis de que la situación actual iba a destruir la familia?) ya probaba que el estruendo de los torquemadas se oía tanto sólo porque tienen buenos altavoces.
Más allá de los fracasos del gobierno clerical, todas las estadísticas nos hablan de una acelerada huida de la sociedad española del control vaticano. Es muy significativo que dentro de la gente que se casa (que ya es un sesgo pues muchísimos no católicos vivimos en pareja sin habernos casado de ninguna forma) ya hay más que se casan por lo civil que por la Iglesia Católica. Como lo es que entre los menores de 35 años apenas supere el 50% los que se declaran católicos y de ellos no llegue a un 5% (esto es, 2.5% del total) los que dicen que suelen cumplir la obligación de ir a misa los domingos.
La Iglesia Católica ha dejado de controlarnos. No debería ser ningún drama para ellos: nadie les va a obligar a incumplir su moral, sus costumbres y sus principios, simplemente cada vez les va a resultar más complicado decirnos qué tenemos que hacer los demás y mucho más mantener los pecados en el código penal.
Tienen aún mucho poder. Controlan buena parte de la educación; tienen recursos económicos ingentes gracias a que los gobiernos les permiten incumplir su promesa de hace 35 años de autofinanciarse y a que se les regala ingresos por entradas a buena parte de nuestro patrimonio cultural (que, eso sí, restauramos entre todos, como tiene que ser). Gozan de presencia exclusiva en espacios públicos (capellanes militares, capillas católicas en recintos públicos, estos días descubriremos si aún hay biblias y crucifijos en la toma de posesión de ministros…), se prohíbe que los ateos y los laicos expresemos nuestras ideas cuando vienen papas o los católicos deciden que son fechas sagradas… Pero esto ya sólo obedece a que nuestros gobiernos han estado entregados (unos más y con más entusiasmo; otros, el de Zapatero, menos aunque también) y les han prestado una posición de dominio que no sólo no se merecen sino que ha sido nociva, ha generado atraso, falta de libertades, triunfo de la superstición frente a la razón y siempre discriminación a las mujeres, a los homosexuales, lesbianas, a los diferentes…
España sigue concediendo un poder ilegítimo a la jerarquía católica, pero no porque los españoles sigan siendo sumisos y obedientes a sus soflamas sino porque nuestros gobiernos son dóciles a los poderes ilegítimos vengan de donde vengan; y este poder viene de ese pasado nacional-católico que no se quiso conjurar. España ha dejado de ser católica. Ahora falta que el Estado español se entere.

El autor, licenciado en Filosofía y en Ciencias Políticas, es bloguero y miembro de la dirección federal de Izquierda Unida.

http://www.martinezabarca.net/2014/09/25/espana-ahora-si-ha-dejado-de-ser-catolica/

El extraño caso del doctor República y míster Monarquía

El extraño caso del doctor República y míster Monarquía

Javier Gallego*

17/09/2014
La decisión sobre el modelo de Estado en España está en manos de los indecisos, valga la paradoja. Entre la derecha monárquica y la izquierda republicana, hay un mundo habitado por ninis, ni republicanos ni monárquicos, y por republicanos no practicantes y hasta republicanos que practican la monarquía. Mientras éstos no apuesten decididamente por la república, no veremos la tercera.

El sueño de la república produce monstruos. Estos días de encendido debate sobre la Corona, hemos asistido a un curioso fenómeno de desdoblamiento de la personalidad al que podríamos llamar, con el permiso de Stevenson, El extraño caso del doctor República y Monarquía, individuos que se declaran republicanos pero actúan como monárquicos. A diferencia de los vampiros y los hombres-lobo, los republicanos-monárquicos no cambian de aspecto, solo de forma de pensar. Pueden ser monárquicos y republicanos y todo lo contrario. Ni Santa Teresa, oiga.
El espécimen más incoherente dentro de esta fauna es el socialista-republicano-monárquico, capaz de defender que su republicanismo “es compatible con la monarquía”, en palabras de Rubalcaba, o que los socialistas tienen “alma republicana en un cuerpo constitucional”, como dijo Soraya Rodríguez. Asombroso cómo el cuerpo puede independizarse de la mente y vender su alma a la monarquía por mantener un puñado de poder. En realidad, ambos estaban citando a Marx –Groucho, no Carlos– en aquella frase en la que ridiculizaba el travestismo ético: “estos son mis principios pero si no le gustan, tengo otros”. A esto ha quedado reducido el marxismo de la cúpula socialista, a una comedia.
Quienes la secundan no tienen otro interés que salvaguardar el protagonismo del PSOE y sus oligarquías afines en la representación bipartidista. También en la prostitución abunda esta doble moral en la que el personaje respetable se transforma en belle de jour. Pero en casa, en las bases socialistas, han empezado a ver esta esquizofrenia con desaprobación. De hecho, la sucesión en Ferraz puede ir muy unida a la sucesión de la Corona. Por intentar salvar a la monarquía pueden acabar perdiéndose. Si se desligan de ella, aún pueden tener parte en la regeneración del país.
Más allá de este cálculo interesado, hay otros indecisos que tienen razones coyunturales para aparcar el debate. Así, hay republicanos que opinan que hay asuntos más urgentes que resolver, republicanos que piensan que la república puede romper España, republicanos que prefieren la mala monarquía conocida a la buena república por conocer, republicanos que se fían aún menos de un presidente electo que de un monarca hereditario y hasta republicanos que afirman (les juro que lo he leído) que ya vivimos en una república aunque coronada. Y nosotros sin saberlo.

En este territorio pragmático y conservador, se mueven muchos votantes de centro-derecha que apuestan por una segunda Transición continuista más que por una ruptura a manos de los representantes de la nueva política o de la izquierda republicana tradicional. Se mezcla en ellos el miedo a lo desconocido, el rechazo hacia nostalgias de la II República que despiertan fantasmas guerracivilistas y un cierto paternalismo que niega a los jóvenes el derecho que reclaman, según las encuestas, de participar en la creación de un nuevo modelo.
Pero incluso los más timoratos coinciden en que necesitamos una regeneración estructural. Por eso pienso que el debate más urgente no es tanto monarquía contra república sino proceso constituyente frente al continuismo reformista que defienden los más indecisos. No me parece lógico encargar la reforma del edificio a los mismos arquitectos que levantaron la obra que ahora se desmorona. Ya estamos viendo que lo que quieren hacer es un cambio de cromos para que todo siga más o menos igual.

El proceso constituyente no es, como los más cautos piensan, un problema que habrá que abordar cuando salgamos de la crisis, sino la oportunidad de afrontarla y salir de ella con los deberes hechos. Es también la oportunidad para que monárquicos y republicanos expliquen qué monarquía o república es más adecuada para el país. Tiene sus riesgos, pero la madurez democrática no se alcanza eludiendo la democracia sino ejerciéndola.
Decía Jekyll en el cuento de Stevenson: “Las dos naturalezas que contenía mi conciencia podía decirse que eran a la vez mías porque yo era radicalmente las dos”. En las municipales empezaremos a ver si quienes tienen la conciencia dividida se decantan por el doctor República o se dejan arrastrar por míster Monarquía. Dependerá de cómo encare el nuevo monarca los escándalos de su familia, de que el republicanismo modernice su discurso para llegar más allá de la izquierda y de quién gane la lucha entre la vieja y la nueva política.

[Artículo publicado en el número especial de verano de la revista La Marea]

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