España, mañana…

España, mañana…

13/04/2016
«La monarquía es un anacronismo y tiene sus días contados. Dos telediarios le quedan». A partir de este fino análisis político, surge el clamor: España, mañana, será republicana. Así que mira tú qué bien, oye. Lo de mañana es un decir, un poner; sólo por la rima… Pero un día, algún día, nos encontraremos con banderas tricolor ondeando en centros oficiales, y en la televisión, además de los Bárcenas, Rato, Púnica, Pujol, Granados, Bankia, Palma Arena, Invercaria, Urdangarin, Palau, ERE, Gürtel, Besteiro, Pokémon y las corrupciones diversas que hayan ido aflorando, hablarán del presidente de la república y no del monarca. Los jugadores de la selección española de fútbol podrán entonces mirar a la cámara que los enfoque cuando suene el himno patrio entonando a pleno pulmón o a grito pelado aquello de
…y acojonando de paso a los jugadores rivales e incluso al equipo arbitral. El público ya no hará más el espantoso ridículo que venía haciendo con lo del chunda, chunda y eso.
Perdido el amor de su pueblo, la familia real se habrá mudado a Londres con la parentela griega; eso sí, sin renunciar a derecho alguno, ya que, como se sabe, se trata de depósitos acumulados por la Historia de cuya custodia habrán de rendir cuentas rigurosas cuando encarte. Las revistas Hola y similares nos mantendrán informados de las andanzas de la patulea de infantas y principitos, y periódicamente se harán de oro dedicando portada y un montón de páginas interiores a la princesa Leticia y a ese deje de entre tristeza y un apunte de amargura que alguien creerá adivinar en su mirada… 
A todo esto, no habrá cambios sustanciales entre la clase política, salvo la emergencia de alguno que otro nombre salido de movimientos ciudadanos o de tertulias televisivas. Felipe González y José María Aznar sonarán para la presidencia y Esperanza Aguirre se postulará por su cuenta.

Y con eso y un bizcocho pues hasta mañana a las ocho.
Pero…, entonces…, ¿Qué hay de lo mío? se preguntará el personal pasados los días de euforia y jarana correspondientes al comprobar que todo sigue igual, igual de mal. Pues de «lo suyo», de «lo nuestro», nada. ¿Qué esperaba? ¿qué iba a cambiar?, ¿por qué iba a cambiar?, ¿cómo iba a cambiar?, y, sobre todo, ¿quién lo iba a cambiar? Imaginemos que, por las razones que fuesen, la Constitución no hubiese mencionado a un monarca para nada. ¿Habría habido entonces papeletas del FMI (Fondo Monetario Internacional) en las últimas elecciones? ¿Las habría habido del Banco Central Europeo o del Banco Mundial? ¿Por qué partido se habrían presentado Patricia Botín o Christine Lagarde, o Joan Rosell? ¿Es que habría existido la opción de rechazar a Ángela Merkel, de mandarla a su casa?
El timo de Europa, ¿habría sido distinto? ¿Sin el rey no habría habido privatizaciones, reformas del mercado laboral, desmontaje del tejido productivo, o cesiones de soberanía a entidades extrañas, a poderes ajenos a la voluntad ciudadana?
Sí, pero la República…
¡Qué república ni qué niños muertos! Habrá que decirlo alguna vez: ¡La república no es lo contrario de la monarquía! En el último manifiesto por la Tercera República, firmado por gente de valía intelectual, aún podía leerse: Ha llegado el momento de que los españoles decidamos en plena libertad el régimen que deseamos para España. Por ello, pedimos la convocatoria de un referéndum, en el que se tenga la posibilidad de elegir libremente entre Monarquía o República. 
Y como nos descuidemos lo mismo nos encontramos en semejante tesitura…  ¡Menuda coartada para que la tropa de mangantes mude de piel! Todo un baño de legitimación… 
¡El antimonarquismo o antifelipismo, el regreso de la bandera tricolor o del Himno de Riego, no pueden ser el norte, la guía, y mucho menos la meta del afán republicano!
No es que la República sea más, mucho más, que todo eso: es que es otra cosa. En la medida en que la terrible situación por la que estamos atravesando supera con creces el ámbito de lo económico y es también, lo vemos a cada instante y en todo lugar, una crisis social, una crisis política y, desde luego, una profunda crisis moral, de valores, en esa medida y para que tenga sentido, la República es, ha de ser, una respuesta a las grandes cuestiones que afectan a la mayoría ciudadana… Una respuesta desde la justicia social, y desde la democracia plena, y desde la ética… Y ahora mismo no hay tal justicia social, la posibilidad de intervención de los ciudadanos en las decisiones trascendentales para su futuro es nula y el país apesta a corrupción, una corrupción en la que están implicados los propios partidos políticos llamados a eliminarla… y también una parte importante de la propia ciudadanía, pléyade de tunantes, que la practica en la medida de sus posibilidades y que vota mangancia, encumbrando a sus verdugos y jodiéndonos a todos la existencia. 
Así que esa república no va a venir sola, ni mañana, ni pasado. Tampoco nadie nos la va a traer. Esa república hay que ir a buscarla… y arrancársela a los que la tienen secuestrada. Como dice un gato a otro en una viñeta de El Roto: Si quieres sardinas, ruge.
* El autor, jurista y escritor, es miembro de la asociación ciudadana Granada Republicana UCAR.

** Fe de erratas: en el segundo párrafo del artículo, donde dice “princesa Leticia”, debe decir “reina Letizia”.

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