Gustavo García Espejo*
17/10/2013
Decía Foucault que el panóptico de Bentham tenía como principal característica que el sujeto retenido en su interior era plenamente consciente de su exposición constante a la vigilancia del poder y esto hacía que él mismo se auto-coaccionase para evitar el castigo, de tal forma que aunque el poder no se ejerciese deliberadamente, el orden se preservaría de forma automática mediante la efectiva autodisciplina del sujeto.
Ya sé, ya, que hablar del panóptico es un lugar común para algunos y no habría demandado este espacio en La Marea para hacerlo si no hubiera sido por la profunda desazón que me produjo la columna que Antonio Fraguas publicó en este mismo medio hace unos días. La pregunta con la que encabezo este texto “¿a qué tenemos miedo?” es sencilla, pero no es una pregunta inocente en un país en que unos perdieron la misma guerra que otros ganaron.
Las constituciones son la materialización formal del pacto social, que no es más que el resultado de la correlación de fuerzas entre diversos grupos de interés en un momento determinado, que encuentra una ventana de oportunidad para convertirse en la norma suprema de una comunidad política.
Dependiendo del equilibrio en la correlación de fuerzas la Constitución favorecerá más a unos que a otros y la perdurabilidad de la misma dependerá de diversos factores, pero fundamentalmente de los futuros equilibrios en la correlación de fuerzas así como de la estabilidad del sistema político fundado por la Constitución.
De modo que la idea del marco constitucional neutro es una falacia, todas las Constituciones tienen ideología, como bien dice Fraguas en su columna; los Estados Unidos, epicentro del capitalismo global, son una república con más de 225 años y 27 enmiendas en su Constitución. La cuestión es por qué consideramos que una República que defiende y promueve las instituciones del mercado capitalista sí es neutra y por tanto perdurable, mientras que una que pretenda introducir elementos correctores frente al status quo capitalista, está peligrosamente “escorada a la izquierda”.
La tan añorada República, o el proceso constituyente que la haría realidad, no es por tanto una forma de cerrar la política, eso es imposible y el siglo XX, tan rico en experiencias como en tragedias colectivas, nos lo debería haber enseñado. La demanda de una República (con toda la carga ideológica de izquierdas que tiene en este país) es una contraposición al proceso constituyente que por la vía de los hechos está imponiendo la derecha gracias a un equilibrio de poder favorable y sin un contrapoder que sea capaz de obligarla a negociación alguna.
Gran parte de la decadencia de las izquierdas frente a la revolución conservadora es consecuencia de la imposibilidad de contraponer marcos políticos alternativos a los de la derecha, más allá de reivindicar el falso paraíso perdido frente al tren arrollador de la derecha del final de la guerra fría. Es hora de construir esos marcos alternativos, y sí, de tener un proyecto de país capaz de aglutinar a una mayoría social en torno a un objetivo político alternativo al de la derecha.
* El politólogo Gustavo García Espejo es consultor político y de comunicación.
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