Público
19/09/2012
Ha
muerto Santiago Carrillo Solares
, el de las tres vidas: la lucha
antifascista desde los ideales comunistas, el proceso normalizador de la
Transición y su adscripción a posiciones modernizadoras que, por ejemplo, lo
acercaron mucho a las propuestas de ZP al principio de sus dos mandatos.
Lo conocí a mediados de los setenta en el piso de la Fundación de
Investigaciones Marxistas en la calle Alameda. Preparábamos la fase final de la
legalización y, algo después, las primeras elecciones generales. Su voz había
vibrado hablando del ruido de sables en la reunión de Capitán Haya, donde
confirmamos que no estábamos por procesos separatistas y aceptábamos la bandera
como parte de un texto constitucional; después alguien añadió, pero fuera de la
reunión, una aceptación de la corona que no se discutió.
Tenía prisa. Prisa por ocupar el espacio moderado de los socialistas y sus
cuarenta años de vacaciones, como repetía Tamames. Prisa por adquirir no
exactamente notoriedad, sino una respetabilidad que lograra superar su imagen,
la imagen que de él había labrado el franquismo. Prisa que lo llevó a adaptar el
partido a través de métodos de urgencia a una desactivación que convenía a la
paz social requerida por la llamada Transición.
Recuerdo uno de sus argumentos, a raíz de sus declaraciones en una de las
universidades más reaccionarias de los Estados Unidos: si quitamos el leninismo,
en las próximas elecciones subiremos al 25%. Aquí hay que enganchar la creación
del Eurocomunismo.
Y recuerdo su mantra cuando las cosas empezaron a torcerse a principios de
los ochenta (nunca superó que no pasáramos del 10%): a mí no me jodáis, venía a
decir, que si yo quisiera, fuera del partido, sería una personalidad de
relumbrón.
Pero de todas formas, en su vida primera, Carrillo fue un dirigente con
valor, que se atrevió a todo, incluso a sustituir a Dolores antes de tiempo. No
debemos, en ningún caso, ocultar lo positivo: fue un luchador antifascista
notable e incansable hasta el final de esta etapa.
Precisamente se va Carrillo en el momento en que la conciencia de que no fue
una Transición tan modélica empieza a extenderse y cristalizar. Por una parte se
habla de la necesidad de una segunda Transición; por otra, se habla de que es
inevitable un periodo constituyente, dado el desgaste político, la voladura de
la Constitución y la erosión multiplicadora que ha supuesto la crisis. Pero
Carrillo se ha ido antes, en plena etapa de condensación de esta crisis política
e ideológica.
Pero hay algo que sí ha impactado fuertemente en el ámbito de sus ideas: la
crisis de la socialdemocracia. Todos los militantes que a partir de 1984 se
fueron con él, acabaron en el PSOE. Él (que, por cierto, nunca fue expulsado del
PCE a pesar de lo que se dice), los acompañó hasta la puerta, incluida parte de
su familia, y se quedó fuera. Y lo mismo que en una etapa anterior se “enamoró”
(era muy enamoradizo) de Suárez, tuvo el mismo flechazo político de Zapatero; y
ahí se refugió. Era la idea de una nueva formación, más allá de la
socialdemocracia, fresca y mediática, europeísta, que pudiera superar algo que
él no dejó nunca de repetir: la política ya no es la lucha clase contra clase.
Una formación que conectara con la construcción civilizada de la Europa de los
ciudadanos frente a la Europa de los mercaderes. Y este derrumbe de la
modernidad, después de la caída del Muro de Berlín, sí le ha pillado de cabo a
rabo. Esta orgía de los mercados sí ha llegado a conocerlo Santiago con plena
intensidad. Quizás por eso, buscando siempre agarrarse a las ramas del futuro,
apoyó la necesidad de crear ciertas formaciones superadoras a la vez de IU y del
PCE. Aunque hay que reseñar otra de las características de Santiago: desde el
principio sabía que la realidad no podría derrotarlo jamás. ¿Qué hacía entonces?
Cuando la realidad, como si fuera una chaqueta, no le cabía en la maleta de su
pensamiento, recortaba la chaqueta hasta que cabía. Y lo sabía. Sabía que lo
estaba haciendo. Pero también sabía que era un truco necesario para cualquier
superviviente, y más para él, que era un superviviente profesional.
Participamos juntos en su primera (desde los años 70) y segunda vida (casi
entera). En la tercera hubo que partir peras, máxime cuando mantenía la idea que
tras él ya no podía existir el PCE. Además, en cierto grado, aunque seguía su
entrañable relación con los viejos camaradas, había cambiado la épica de la
resistencia (“Con los zapatos puestos tengo que morir”, Alberti) por un supuesto
discurso de inteligencia modernizadora. Nadie supo nunca esconder mejor las
derrotas que él. La segunda parte del libro que estoy escribiendo empieza con la
muerte de Santiago; se llama: “La disciplina de la derrota”.
Que la tierra te sea leve, Santiago.
http://www.publico.es/espana/442534/en-la-muerte-de-carrillo

* El autor fue secretario general del Partido Comunista de Andalucía (1981-2002) y presidente ejecutivo del Partido Comunista de España (2005-2009).

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