Felipe Alcaraz Masats
Andaluces Diario
14/09/2013
El pacto de la llamada Transición de 1978 está agotado. No sólo agotado, sino que está desembocando en una situación realmente atropellada y compleja. Cataluña, ciertos fenómenos de gran corrupción (Bárcenas, EREs y Urdangarín, por ejemplo), dimisiones inesperadas en Andalucía, aumento galopante de las bolsas estadísticas de abstención y desafección política, ajuste neoliberal que afecta ya a la misma sanidad pública… Fenómenos diversos, aparentemente distintos, pero que tienen la conexión indiscutible de la simultaneidad histórica. El ministro de Exteriores, el inefable Margallo, lo ha intentado reducir todo con un gran esfuerzo de síntesis (en el que realmente se carga la democracia): en la Constitución sólo hay dos artículos, el resto es literatura.
Al mismo tiempo empiezan a convocarse movilizaciones y huelgas que, de forma progresiva, parten de análisis cada vez más coincidentes y de fechas cada vez más cercanas:
huelga general de la enseñanza,
jaque al Rey,
que se vaya la Mafia,
dimisión del Gobierno, elecciones anticipadas… Grupos sociales y políticos, asambleas de poder popular, organizaciones ciudadanas y de clase han empezado a tejer desde la base encuentros y alianzas, dificultosas pero esperanzadoras. Y acarrean algo específico: no son frentes políticos, sopas de siglas como muchas otras veces.
Pues bien, si buscamos las palabras que pueden, retomando lo que hay, darle una proyección política y movilizadora a la coyuntura, nos encontramos con el sintagma “alternativa constituyente”, o “proceso constituyente”, si se quiere. Me refiero a una alternativa a ese bipartidismo que, como formulación organizativa propia del pacto del 78, ha devenido forma política especial, pasando por Maastricht, para que al final manden y gobiernen los que no se presentan a las elecciones, empezando por el sistema financiero, o los que tienen su estatus y domicilio al margen de la soberanía popular. En definitiva, es preciso iniciar el proceso de un nuevo pacto de convivencia que esta vez no se base en un pacto por arriba y, por tanto, no deje al margen al auténtico soberano.
Desde el bipartidismo, incluso desde los sectores más anclados, se acepta ya la necesidad de una reforma constitucional. Incluso algunos lo explican diciendo que vivimos una situación prerrevolucionaria (ojalá). El caso es que las nuevas reformas de los estatutos de autonomía no han servido como nuevo pacto, sobre todo el de Cataluña, abortado por el Tribunal Constitucional tras aprobarse el texto en el Congreso y por referéndum popular. El
pacto instado por la casa real está estancado, mientras se solventan (electoralmente: en liza electoral) los casos de corrupción. Precisamente, en el debate de investidura, la nueva presidenta de Andalucía hacía una
extraña referencia, interpelando personalmente a Rajoy, sobre la necesidad de un pacto de regeneración. El caso es que los dos grandes partidos juegan con dos cartas: el pacto de estado que puede terminar en gran coalición después de las próximas generales, y la posibilidad de que uno de ellos, por razones de alternancia, pueda ocupar con comodidad parlamentaria su turno de gobierno. El pacto de Andalucía (PSOE-IU) puede ser, a la vez, obstáculo y embrión de alguna de estas cartas. IU debe jugar la carta de intentar evitar el pacto bipartidista. Pero a la vez el PSOE puede jugar a que IU pastoree hacia sus urnas los votos desencantados, una vez Griñán ha dejado paso a “un tiempo nuevo”.
Pero vayamos al fondo: el choque entre el poder constituido y el poder constituyente no puede saldarse de nuevo con una reforma continuista, astillada todo lo más, que recomponga gatopardescamente la realidad: que todo cambie para que todo siga igual. Y las cosas no son fáciles, dado que el poder constituido, disfrazándose de constituyente, ha empezado ya su propia reforma de la Constitución, neoliberalizándola:
artículo 135, por ejemplo. Y tampoco son fáciles mirando hacia el otro lado: el poder constituyente no termina de encontrar su propia espacio, entre otras cosas porque se trata de aguantar, acumulando fuerzas frente a la troika y el bipartidismo, como hace Syriza en Grecia que, por cierto, cada vez está más cerca del gobierno. Y en el proceso de acumulación los cantos de sirena son constantes y cada vez más fuertes.
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