03/10/2014
Hay un aforismo árabe que sentencia de esta manera: la primera vez que me engañaste la culpa fue tuya, en la segunda la culpa es mía. La experiencia política y la de la vida cotidiana nos evidencia que tal afirmación es precisa.
La frustración de un importante sector de la población francesa y europea con las actuales medidas de política económica y social de François Hollande, incurre plenamente en el ámbito de la realidad que el aforismo señala. Recordemos cómo al principio de su mandato el presidente puso en marcha determinadas políticas económicas que parecían indicar un sesgo hacia la izquierda. Pero duró poco tiempo.
La elección de Manuel Valls como primer ministro y las medidas que ha tomado éste, se han encargado de traer otra vez ante los sempiternamente engañados la futilidad de sus esperanzas. La reacción más común ante la frustración es volver la cara electoral hacia otros horizontes políticos. Trabajo inútil. El problema que la actuación de Hollande se ha encargado de evidenciar radica en la imposibilidad de cambiar el modelo de política económica y social dentro del marco de la actual UE.
La existencia de la señora Merkel y su papel de pararrayos de todas las invectivas es cada vez menos convincente como raíz y fundamento de todos los males. La UE de factura alemana y con un euro sucesor del marco no ha sido una desviación maléfica de la lógica de los Tratados europeos desde el Acta Única, sino la aplicación más consecuente de los mismos. Se le pide a Alemania que renuncie a aplicar una lógica que la beneficia y que consecuentemente ha conducido a una UE a tres velocidades. Se le pide que ejerza caridad y filantropía pero manteniendo los principios de la actual y mal llamada construcción europea.
Y así de frustración en frustración, una parte de la opinión pública europea continúa deshojando la margarita en cada evento electoral. No quiere darse cuenta que la solución consiste en cambiar de flor.
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