26/11/2019
El pasado 24 de octubre, el féretro del dictador Francisco Franco salió de la basílica del Valle de los Caídos con destino al cementerio de Mingorrubio. Se acababa así con una afrenta moral por la que este país ha soportado el enaltecimiento de la figura del Caudillo en un espacio público durante más de cuarenta años. Se puede decir, al menos de cara a la galería, que España ha dado un pasito más en el camino hacia la reconciliación. Eso sí, bajo los vítores de la familia Franco y los cánticos del Cara al sol por parte de algunos de los congregados a las puertas del cementerio, donde ahora descansan los restos mortales del que fue uno de los valedores del golpe de estado contra la Segunda República y el principal responsable de casi cuarenta años de una dictadura que llevó a España a un claro retraso en el desarrollo político y social.
Aún recuerdo la primera vez que me interesé por la figura del dictador. Fue cuando descubrí su rostro en una peseta que encontré en un cajón de casa. Yo tendría unos seis o siete años y estaba deseoso por desarrollar mis conocimientos recién adquiridos en el colegio, así que me puse a leer la inscripción de aquella moneda: «FRANCISCO FRANCO CAUDILLO DE ESPAÑA POR LA GRACIA DE DIOS», todo seguido, en mayúscula y bien clarito. Sentí curiosidad por aquel hombre, pero no entendía por qué a Dios le había hecho gracia que fuera caudillo de España. Pregunté a los mayores y me dijeron que el tal Francisco había sido un tirano y que había fallecido en 1975 para descanso de los españoles y gracias a Dios. Yo ya estaba hecho un lío, pero mi curiosidad iba en aumento, así que estuve indagando sobre nuestra Guerra Civil y los libros de historia me confirmaron que no había tenido tanta gracia la cosa, a pesar de que el Creador hubiese prestado toda la suya para la causa nacional.
Pero dejemos al dictador donde está y volvamos al presente. La irrupción en el panorama político de nuestro país de un partido de extrema derecha como Vox es digno de estudio; vamos, que es para hacérnoslo mirar. Más de 3´6 millones de personas han votado a la formación envueltos en nuestra bandera, que ahora parece ser suya y nada más que suya, convencidos de que lo hacen por el bien y la unidad de España. España siempre. Ya me jodería presumir de ser un buen español cuando literalmente han votado para reducir derechos y libertades a la ciudadanía, pero es lo que hay.
A todo esto, parece que podría haber un acuerdo de gobierno entre los llamados partidos de izquierdas, con el apoyo de independentistas y demás partidos minoritarios. De confirmarse, sería la primera vez que esto ocurre en España desde la Guerra Civil, para sobresalto del Ibex 35 y la derecha, que vomita su enfado (y de qué manera) en las redes sociales.
Por otro lado, parece que se avecina una bronca como la de las Navidades pasadas del ciudadano Felipe, que resulta estar dispuesto a seguir sacando pecho, a pesar de que ha heredado el trono (salpicado de corrupción) de la monarquía peor valorada de Europa, en plena crisis de la Constitución del 78.
Y bajo todo este panorama, aplastada por la ignorancia y el conformismo de la mayoría, aunque sólida y renovada, quizás más viva que nunca, aún persiste la idea de que es posible fundar una república federal y laica para nuestro país. La misma que le fue arrebatada al pueblo, la que se construye día a día con trabajo y esfuerzo. Una república que defienda y haga efectiva la separación entre la sociedad civil y religiosa, que permita al pueblo la soberanía para decidir su propio destino. Una república de personas que acepten la plurinacionalidad sin complejos, que se sientan demócratas, que defiendan la igualdad entre mujeres y hombres, la sanidad y la educación pública. Una república que garantice tribunales independientes, derechos sociales y laborales y que además trabaje por el desarrollo sostenible y la re-industrialización de nuestro país. En definitiva, una república levantada nuevamente sobre sus maltratados pilares de «Libertad, Igualdad y Fraternidad».
Pensar y defender que todo esto es posible no es echar la vista atrás, al contrario; la República de 1931 ya se adelantaba en medio siglo a muchas de las europeas de la época. Así que, parafraseando a la artista Bebe, España necesita (entre otras cosas) precisamente eso, «mirar pa’lante, que pa atrás ya dolió bastante».
(*) Eduardo Valero Resina, escritor, músico y técnico de mantenimiento, es miembro de la asociación
Granada Republicana UCAR.
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