Pedro Fresco
07/10/2013
Después de la encuesta de Metroscopia del mes de octubre para EL PAÍS, en la que el PP parece recuperar tres o cuatro puntos porcentuales de voto respecto al mes anterior, ha surgido de nuevo una ola de pesimismo entre todos los que son opuestos a las acciones y políticas de ese partido. Escuchando hablar por la calle o simplemente leyendo los comentarios de los periódicos digitales o el propio twitter, puedes observar comentarios del tipo“van a ganar las elecciones otra vez”, “la gente es imbécil”, “este país no tiene remedio”, etc.
Estas reacciones pasionales son muy españolas y creo que expresan bien una realidad poco edificante. El otro día comenté que es entendible que los votantes rezagados del PP quieran creerse sus patrañas, pero que reaccionar así demostraba que los opuestos al PP acababan creyéndose también esas patrañas. Aceptar eso de que “si la economía vuelve a crecer ganarán las elecciones” es precisamente ser víctima de esa propaganda, porque entonces se asume lo que ellos quieren que se asuma, que el crecimiento o las cifras macro económicas son lo único importante y que lo demás no importa. Mucho cuidado en caer en las garras propagandísticas del adversario, no vaya a ser que también pertenezcamos a ese grupo de tontos sobre el que despotricamos.
Técnicamente la encuesta de Metroscopia de octubre da los mismos resultados que la de julio, así que no hay nada tan raro. Metroscopia cambió hace unos meses su estimación de participación de poco más del 50% a más del 60%. Esos más de diez puntos de diferencia hicieron que el PP, que sacaba porcentajes de voto inferiores al 25% con baja participación, automáticamente subiese al 35% sin cambiar nada. Esto no es más que efecto de la cocina de la encuesta que supone, por suponer algo, que casi todos los potenciales abstencionistas a la hora de votar votarían al PP (y alguno al PSOE). Esto, más que una verdad estadística, es una apuesta política con base técnica.
¿Cambió algo de septiembre a octubre? Sí. Lo de Bárcenas se ha diluido un poco (de tanto machaque mediático parece que la gente ya pasa) y, sobre todo, el gobierno volvió de vacaciones con una nueva estrategia propagandística basada en el broteverdismo zapateril, es decir, en los mensajes tipo: “Hemos tocado fondo”, “hemos comenzado la recuperación”, etc.
El votante potencial del PP quiere escuchar buenas noticias y recibe esta propaganda como una autojustificación a su voto y a su tendencia ideológica. Si realmente ha comenzado la recuperación, se dicen, es posible que el año y medio que hemos pasado y todo lo hecho haya valido la pena. Encerrados en sus propios buenos deseos, se acepta la comparación con 1996 y se vuelve a creer en el PP como partido serio que arregla la economía. Todo esto es muy lógico y muy normal psicológicamente, tan solo tiene el pequeño problema que está sostenido sobre una nube y sobre la más pura irrealidad. Y por eso es un arma de doble filo. Al gobierno socialista se le acabó la credibilidad cuando los brotes verdes se marchitaron y, en principio, nada indica que aquí no pueda pasar lo mismo. Personalmente creo que el gobierno está siendo muy patoso y está cometiendo el mismo error que Salgado y Zapatero.
Pero lo que más me interesa del caso es lo que subyace de fondo en la propaganda del PP y lo que los ciudadanos han asumido como verdad absoluta. Desde el poder se está vendiendo que la recuperación económica es el único objetivo real y posible, y se comunica abstractamente que esa recuperación es la línea roja real entre el fracaso del gobierno o su éxito. Hay momentos en que parece que ni siquiera el paro importa, pues lo único importante es el crecimiento económico, los objetivos de déficit y el cambio de tendencia en la generación de desempleo. El discurso llega a puntos tan surrealistas que parece como si el hecho de que el paro se estabilice en torno al 26-27% sea para montar una juerga.
Parte de los ciudadanos asumen que sus propias desgracias personales no importan. Tener a tus hijos en paro, que te hayan bajado el sueldo, que te vayan a congelar la pensión por los siglos de los siglos, que se pague más por los medicamentos o que los derechos laborales estén en vías de extinción parece que no importa o que es un peaje a pagar para conseguir el“crecimiento económico” y “la recuperación”. A veces parece como si de la más extrema individualidad postmodernista hubiésemos pasado a una especie de totalitarismo social donde una cifra en dólares o euros justifica los esfuerzos y desgracias de toda la nación.
Al final no importa que haya individualismo extremo desactivador de protestas sociales o colectivismo pseudo-totalitario justificador de objetivos nacionales arbitrariamente seleccionados, todo se mezcla interesadamente en función de una variable básica: El interés del poder, extendido propagandísticamente como interés de la nación.
Hace ya casi un siglo el filósofo y político marxista Antonio Gramsci habló de la “hegemonía cultural”. La hegemonía cultural era, para Gramsci, esa cultura hegemónica que las clases dominantes han impuesto a la sociedad para defender así sus propios intereses. Los puntos de vista sociales y políticos y las creencias sociales generales son aquellas que interesan a las clases dominantes para mantener su status y situación. Las“clases subordinadas” han sido educadas en esos valores como mecanismo de pervivencia del actual estado de las cosas.
Gramsci hablaba de la hegemonía cultural para explicar y combatir esa fantasía marxista que decía que el capitalismo estaba condenado a desaparecer a manos de una revolución política proletaria. Para los marxistas tradicionales los proletarios, al ser más, acabarían apoyando la revolución porque era lo que objetivamente les convenía, pero Gramsci opuso la hegemonía cultural a esa idea explicando como el proletariado estaba educado en unos valores y concepciones que eran los que le interesaban a la burguesía y que, en base a esas concepciones, asumían el estado burgués y sus intereses como algo“propio” o incluso útil para ellos.
Gramsci hablaba de ideas como “la nación”, o “el crecimiento económico” o la inevitabilidad de ciertas realidades (que hubiese burgueses y proletarios, el sistema capitalista) como parte de esa hegemonía cultural de la burguesía. Esas ideas eran las que había que combatir en primer término antes de cualquier cambio revolucionario.
Yo creo que hay muchas cosas del marxismo que están obsoletas pero las ideas gramscianas de “hegemonía cultural” son plenamente vigentes hoy aunque en una forma ligeramente distinta. Esta idea que he expresado del crecimiento económico por encima de todo es un claro ejemplo de hegemonía cultural y de cómo quienes tienen el poder y dominan el sistema imponen sus ideas. A la gente se le vende que el crecimiento económico beneficia a todos y que es un objetivo “común” de la sociedad, y esto se asume de forma generalizada incluso en contra de los propios intereses. De hecho, en busca de ese crecimiento se justifica cosas como bajar los salarios o las pensiones pero, de forma a veces inverosímil, mucha gente asume este sacrificio por algo abstracto y que no tiene por qué beneficiarles.
Otro ejemplo claro de hegemonía cultural es eso de “hemos vivido por encima de nuestras posibilidades”. Este concepto, creado para extender las responsabilidades de una minoría de dirigentes económicos y políticos sobre toda la sociedad, ha sido benévolamente aceptada por los ciudadanos que han incluso interiorizado que el querer tener una casa o un coche en propiedad era pecado de avaricia. Quien había concedido un millón de créditos riesgosos quedaba así a la misma altura que aquel pobre señor que se compró un piso con un salario mileurista, pareciendo que ambos tenían una responsabilidad de igual grado. Es más, a veces no contentos con esta dispersión equitativa de responsabilidades había quien estrangulaba el argumento diciendo que los señores que hicieron quebrar el sistema financiero no eran responsables de nada porque habían actuado bajo la lógica del sistema capitalista (ganar más y más y más) mientras que los endeudados ciudadanos sí lo eran por consumo irresponsable.
La hegemonía cultural está presente en todos los ámbitos y de forma mucho más sutil. En España, por ejemplo, usamos las cifras de paro como estadística importantísima y casi sagrada. Si ahora mismo todos los trabajadores convirtiesen sus puestos de trabajo a jornada completa en puestos a media jornada, cediendo esa otra media jornada a parados, no sólo es que acabaríamos con el paro en un instante sino que tendríamos que traer a millones de inmigrantes para trabajar. Tendríamos un paro del 0% pero ¿iría el país mejor? Pues no, iría peor, porque entonces casi todos los trabajos estarían por debajo de los ingresos mínimos necesarios y se extendería la pobreza de forma generalizada. ¿Con un 0% de paro iríamos peor? Por supuesto, pero seguro que habría quienes saldrían a brindar delante de las masas por haber acabado con el paro. Esta sacralización de las cifras del paro es hegemonía cultural también.
Nuestro sistema político en España también está sostenido por la hegemonía cultural, en este caso política. El bipartidismo PP-PSOE es“bueno”, “inevitable” y conveniente. Estos partidos y estos bipartidismos con dos partidos que se tocan por el centro se han sacralizado y se han vendido como garantía de estabilidad ante el riesgo de una alternativa radical, populista y destructora.
A los españoles se nos ha enseñado a ser del PP o del PSOE (en algunas comunidades también a ser nacionalistas o no nacionalistas), la hegemonía cultural política nos ha querido insertar en el sistema para convertirlo, así, en inmutable. “El voto útil”, “la casa común” de la izquierda o la derecha, etc. No son más que mecanismos para mantenernos dentro de un redil controlado que beneficia a las élites políticas salidas de la transición. La dualidad aceptable y controlable es parte de la hegemonía cultural de esta época.
Teniendo marcado a sangre y fuego ser del PP o ser del PSOE, ¿tan extraño resulta que la gente quiera votar al PP? La hegemonía cultural económica y la política juegan en la misma dirección y lleva al fortalecimiento del statu quo y la tradición electoral. Si el sistema de partidos español se desmorona es porque ha quedado más que demostrado que el sistema está obsoleto, sus partidos caducados y que necesitamos algo nuevo. Pero, en contra de eso, hay una poderosa fuerza conservadora que lleva a la sociedad a no cambiar, a creerse los mensajes repetidísimos e inverosímiles, a buscar la comodidad en la que hemos sido educados. Es la hegemonía cultural.
Al final tengo la sensación de que nos estamos equivocando en casi todo. Si todavía tenemos una sociedad que aprovecha la mínima ocasión para volver a votar a los de siempre es que tenemos un problema. Si la sociedad sigue asumiendo que lo importante es el crecimiento económico, el déficit público o el parámetro que interese al gobierno de turno o al sistema es que vamos mal. Si la sociedad sigue creyendo que no hay alternativa, que lo único que se puede hacer es atraer a los inversores y beneficiar a las empresas, montar casinos y saraos como política de bienestar, etc. Es que no hemos avanzado casi nada en los últimos 5 años.
Hablamos de frentes de izquierda, de frentes anti-troika o de ideas parecidas pero ¿tenemos objetivamente la base social para que eso vaya a algún sitio? Aquí parece que la cuestión sea sumar partiditos y siglas y que la gente, al verlo, se sumará entusiasmada, pero se equivocan. Esto es parte de ese positivismo marxista infantil con sus teorías de “predeterminación” de la revolución, es un grandísimo error que parece mentira que se esté cometiendo.
Lo primero y lo fundamental es, usando la terminología de la película Matrix, “liberar mentes”. Hay que acabar con esta hegemonía cultural e intentar proponer una nueva, distinta y alternativa. Hay que denunciar y desenmascarar cada una de las mentiras que nos cuentan y paralelamente estructurar bien una alternativa económico-política, ambas cosas se deben hacer a la vez y se debe ser especialmente insistente en este punto. De nada valen mil manifestaciones y huelgas defensivas si no hay un proyecto alternativo al que acogernos.
Pero los primeros que hemos asumido la hegemonía cultural, sin quererlo, hemos sido nosotros. Los líderes de la “izquierda alternativa” se empeñan en usar el lenguaje y los métodos tradicionales que marca el sistema para hacerse aceptables a los ojos de la mayoría, ojos que miran a través de esa hegemonía. Es el camino fácil y corto pero es el equivocado porque creo que es incompatible con el otro. A veces creo que confundimos rupturismo con dogmatismo alternativo cayendo en el segundo sin militar realmente en el primero.
Yo propongo comenzar de nuevo, por frustrante que parezca. Volvamos al principio, al desarrollo teórico, a poner en duda y a rechazar esta hegemonía cultural en todo aquello que no nos parezca bien. Creo que no debemos entrar en los terrenos de debate que nos marcan, que son tramposos y están fabricados con la predeterminación de lo que solo tiene una solución. Salgamos de los debates de falsa dualidad, es decir, no perdamos el tiempo en querer posicionarnos en todo e ir siempre a lo “menos malo”. La mayoría de veces es mejor mostrar la trampa del debate y cómo, dentro del sistema y de las opciones que se nos dan, no hay solución.
Y para ganar la hegemonía cultural es bastante importante no sectarizarse. Vuelvo al otro día y a lo que dije de las nuevas clases sociales que surgen de esta crisis. Cualquier sector en precarización es aliado potencial de nuestro proyecto y mal haremos en separarnos de ellos por clichés antiguos. Hay que ser inclusivos. Tengamos claro contra lo que luchamos (el imperio neoliberal) y los aliados aparecerán fácilmente delante de nuestros ojos. Otra cosa es que sepamos atraerlos y sepamos ver bien qué es lo accesorio y qué es lo fundamental para poder llegar a acuerdos y sumas positivas.
¡Ah! Hay veces que la gente más activista critica a los bloggers que nos dedicamos a escribir pero que, a la hora de la verdad, no nos movilizamos como deberíamos. Bien, pues creo que con este escrito se puede rebatir esta crítica. Luchar contra la hegemonía cultural es un paso primero y necesario para cualquier cambio profundo. Gramsci también decía que aunque todos los hombres eran potencialmente intelectuales no todos actuaban como intelectuales en una sociedad. Creo que escribir en un blog hoy día puede ser actuar como intelectual aunque también puede ser lo contrario, es decir, repetir propaganda acríticamente. Dependerá del contenido.
Si este blog vale para que 200 o 300 personas sean capaces de cuestionar las patrañas que diariamente nos cuenta el poder político y económico yo me doy por satisfecho.
* Pedro Fresco es tuitero y administrador del blog La república heterodoxa.
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