16/11/2013
“Pero no ha llegado la paz, Luisito: ha llegado
la victoria”. Esa es la respuesta que le da don Luis a su hijo en la
escena final de Las bicicletas son para el verano de Fernando Fernán Gómez. Se trata de una escena memorable no sólo porque pertenezca a una de las
mejores obras de nuestro teatro contemporáneo. El presente político español
suele devolverle también la realidad. Nuestra historia nos condena a vivir
instalados en la anomalía.
Leo con estupor que María Dolores de Cospedal anuncia en una convención de los jóvenes del PP que el gobierno quiere impedir a los tribunales internacionales la posibilidad de corregir decisiones tomadas en España. Sus palabras son gravísimas y suponen un disparo en el corazón de la
democracia española. Nos devuelven a lo peor de la mentalidad intransigente del
tradicionalismo patrio. Negar la legitimidad del derecho internacional
(por ejemplo, de un Tribunal de Derechos Humanos) es una postura que nos coloca
una vez más en la anomalía democrática. ¿Hemos salido alguna vez de
ella?
La sentencia sobre la “doctrina Parot”, aunque responde a una
impecable sensatez jurídica, ha levantado revuelo en el orgullo nacional.
Supongo que no alcanzará tanto eco, ni la mitad de la mitad, otra intervención
extranjera que sin embargo me parece de mucho más calado histórico y social. Me
refiero al informe del Grupo de Trabajo de las Naciones Unidas sobre las Desapariciones Forzadas o Involuntarias. Los resultados son muy duros por lo que
se refiere a España y no ya porque denuncie el desamparo en el que han vivido
las víctimas del franquismo. Después de Camboya, somos el segundo país
del mundo con más desaparecidos. Lo que me parece de verdad grave es
que se denuncie el uso de la Ley de Amnistía de 1977 como una medida de punto
final típica de las dictaduras para impedir la investigación de crímenes contra
la humanidad. Ese es el uso que ha hecho de ella el triste, feo y desacreditado
Tribunal Supremo.
En definitiva: la tan cacareada Transición
Española no pertenece a la Paz. Fue el capítulo último de la
Victoria.
La manipulación de la historia de España ha sido decisiva a la
hora de legitimar la perpetuación de la oligarquía económica del franquismo como
bloque de poder en la democracia. Las élites económicas nunca vivieron la
Transición como una oportunidad para la verdadera transformación democrática y
social del país. Buscaron una estrategia que les permitiera a la vez mantener
sus privilegios y conectar con el capitalismo europeo. Se manipuló la
historia para ocultar las responsabilidades de la guerra y de una
alargada y cruel posguerra en la que se estableció la anomalía
española.
Considero de lectura obligada el libro de Julián Casanova
titulado España partida en dos. Breve historia de la Guerra Civil española (Crítica, 2013). El prólogo y el epílogo son tan importantes como
el estudio del enfrentamiento bélico. En el prólogo se explica que España era un
país europeo normal en el primer tercio del siglo XX. Los enfrentamientos y las
tensiones propias de la época no fueron más violentas que en otros lugares y
desde luego no justifican la interpretación de un inevitable golpe de Estado en
1936. Con la derrota de la república, llegó la Victoria, o lo que Julián
Casanova llama la “paz incivil”. Entre 1939 y 1946, se ejecutaron al
menos 50.000 personas y la cuenta no paró hasta 1975. Al contrario de
lo que ocurrió con los caídos por Dios y por España, estos muertos fueron
condenados al olvido, junto a tantos demócratas que acabaron en las tumbas, las
fosas, el exilio y la cárcel a causa del golpe de Estado de 1936. No ocurrió lo
mismo en Italia, Alemania, Austria o Francia. “En la larga y cruel dictadura de
Franco –concluye Casanova-, reside, en definitiva, la gran excepcionalidad de la
historia de España del siglo XX”.
Esa anomalía llegó a la Transición con
las consignas del olvido, la equidistancia y la manipulada reconciliación. Nadia
quería venganzas en 1975. Pero hubieran sido muy aconsejables la verdad, la
justicia y la reparación de las víctimas para no condenarnos a una
democracia sin raíces, sin valores y sin pudor público. 
María Dolores de Cospedal expresa ahora el deseo de una España al margen de los
tribunales internacionales y los derechos humanos. Es algo que llena de
angustiado asombro. Seguimos soportando la ignorancia bárbara de unos
políticos que no se avergüenzan de sentirse herederos del franquismo
porque piensan, o les interesa pensar, que la palabra crimen tiene que ver con
la República y no con unos militares que, apoyados por la Iglesia y los
terratenientes, se levantaron en armas contra la democracia constitucional que
estaba intentando modernizar el país. Y así nos va.
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