Diluvio universal de mierda

Diluvio universal de mierda

Felipe Alcaraz Masats

Andaluces Diario

28/09/2013

La frase del título suele soltarla de vez en cuando Armando López Salinas, de quien se acaba de reeditar, en edición superadora por fin de la censura, su novela La Mina (Akal/FIM). Y creo que resume lo que nos oprime cada día y nos puede convertir de nuevo, si nos descuidamos, en una tierra de conejos.

En España, por ejemplo, eres un delincuente simpático y popular si le pegas bien al esférico, toreas o eres cupletista, aunque metas la mano en esa caja común de los impuestos. Puedes ir a la cárcel por un tuit-convocatoria, pero ningún defraudador bancario o de la alta sociedad o de la aristocracia palaciega atravesará la zona de sombra; todo lo más los retirarán del museo de las figuras de cera. A la juventud se la expulsa del país bajo la orla de su generosidad aventurera, aunque ellos no dejen de gritar: No nos vamos, nos echan. Los desahucios se han convertido en una cuestión de estado y los últimos más parecen el asalto al palacio de la Moneda que otra cosa, dado el inmenso despliegue de policías, cizallas y martillos de derrumbe. Más de 30.000 millones de euros se dan por perdidos en el estómago insaciable de esa banca privada que, en conchabeo con el gobierno, viene a decirle a la chusma que ahorre todo lo que pueda por si en el próximo periodo hay que rescatar de nuevo a la banca. El gobierno dice que hay luz al final del túnel sin decirnos el precio al que ha quedado después de la última subida. Y si hay luz, ¿cómo nos dice que habrá el 26% de paro en 2014? ¿Quién ha hablado de inflexión? ¿O quizás han dicho genuflexión? ¿Cómo es posible aceptar sin llorar de vergüenza que tenga que ser una jueza argentina la que se dedique a perseguir a los torturadores del franquismo?
Y a todo esto la política de gobierno (sobre todo por parte del PP), en esta sociedad del espectáculo, se ha convertido en el ejercicio de la mentira. Para el gobierno la verdad equivale a decir una mentira en la zona de prime time de la TV y que no haya posibilidad de refutación. La mentira bien dicha en hora de máxima audiencia equivale a la verdad. Silencios y mentiras, en una cadencia cada vez más rápida, buscan un efecto de anestesia social, de resignación, de agotamiento de las meninges. Quiero decir que se está intentando una suerte de lobotomía social.
¿Y la respuesta? ¿Se han enterado algunos que se cargan el poder adquisitivo de las pensiones y le abren un enorme boquete a los planes privados en manos de la banca? (Tiene mucha más salud el puente de Toledo que el extinto pacto de Toledo). Es preciso, eso sí, saludar las mareas y movilizaciones contra la invasión de la enseñanza y la sanidad públicas por parte de las tropas del neoliberalismo. La huelga de enseñantes en Baleares quizás señala el camino que hay que seguir en un país infectado de huelgas simplemente simbólicas. Hay respuesta, pero, ¿se han enterado algunos que lo único que explica hasta el momento nuestras derrotas es que somos pocos todavía? ¿Han retenido las diferentes fechas de las futuras movilizaciones que van desde Jaque al Rey hasta el anuncio para la próxima primavera de innumerables marchas que desembocarán en el rompeolas de todas las Españas, supongan que hablo de Madrid? ¿Han terminado de comprender algunos que no quieren acabar con el paro sino con el salario y que si nos descuidamos empezaremos a trabajar por la comida? ¿Han comprendido otros el grito angustiado e iracundo de la marea violeta y feminista cuando acompasan sus voces en aquel pareado de “quitar vuestros rosarios de nuestros ovarios”? ¿Han llegado a profundizar el intento de cohesión penal de Gallardón a través de un código que considera enemigo a todo aquel que se mueva?
En fin. ¿Qué hacemos? ¿Qué podemos y debemos de hacer? ¿Aceptaremos un acuerdo de punto final sobre el vendaval de corrupción? ¿Terminaremos de apiadarnos ante un monarca cumplido que parece estar abdicando a pedazos? ¿Nos plegaremos ante un pacto bipartidista para una nueva transición-restauración? Y una pregunta final, y aquí lo dejo por ahora: ¿La respuesta que estamos dando es proporcional a la contundencia de la agresión que venimos padeciendo? ¿Podremos explicar en los tiempos venideros que sí, que protestamos, que gritamos y pataleamos contra la dictadura que se nos aplicó en nombre de la libertad de mercado?
Un movimiento sin sujeto (sobre la oposición al régimen español y sus límites)

Un movimiento sin sujeto (sobre la oposición al régimen español y sus límites)

John Brown*

Viento Sur

21/09/2013

El problema, de las Mareas y del 15M en sus distintas expresiones es la enorme dificultad que experimentan a la hora de reproducirse como movimientos. Y es que un movimiento social al igual que los organismos vivos se encuentra en un metabolismo precario con su medio: su reproducción, los intercambios internos y externos que lo posibilitan y lo hacen durar es un problema fundamental. Los movimientos sociales son productos del encuentro entre distintos factores y sujetos. Buen ejemplo de encuentro aleatorio es el que se dio en un final de manifestación en la Puerta del Sol que se transformó en acampada. Pero una acampada es una acampada, no está hecha para durar y el 15M solo pervivió transformándose en asambleas populares y deviniendo en algunos sectores, en concreto los servicios públicos, ese espacio de encuentro entre los distintos miembros de la comunidad de la enseñanza o de la sanidad conocido como las Mareas. Sin embargo, para que un movimiento social dure es necesario que se establezcan dinámicas que lo reproduzcan, necesitan la solidaridad del entorno y una capacidad interna de imaginarse a sí mismo como una comunidad en movimiento. No bastan los muy felices encuentros de la multitud en la Puerta del Sol o de los profes, los estudiantes y los padres de alumnos en la Marea Verde o de médicos, enfermeros, pacientes etc. en la Blanca, ni siquiera la eficacia y la inteligencia de la PAH. Hace falta algo más, algo que dé entidad, aunque sea aparente, al mero encuentro y que haga que las singularidades que se han encontrado funcionen “como una sola mente” (como, según Spinoza, funcionaba la multitud en un Estado).

Para ello no bastan los análisis teóricos sesudos: la reproducción de un grupo social se hace a base de ideología, se basa en una imagen compartida de la propia comunidad como sujeto, en signos y significantes compartidos. La camiseta verde de la marea del mismo color suscitó –y suscita aún– miedo y odio entre las autoridades porque representaba un signo común de una multitud que debía permanecer dispersa y solo dejarse unificar bajo los significantes del mando estatal, del soberano. Sin embargo, este signo, con todo su acierto, plantea un problema: se limita a la comunidad de la enseñanza y no permite imaginar/significar una comunidad más amplia. Por ello mismo puede –injustamente, pero aquí no se trata de justicia– tomarse como el signo de una reivindicación corporativa, lo que, desde luego, no es, pues el esfuerzo por extender la reivindicación de una enseñanza pública y de calidad al conjunto de la sociedad a través de los distintos sectores directamente interesados, fue y sigue siendo muy apreciable. Falta, con todo, universalidad, falta un signo que dispute la universalidad, la representación del todo de la sociedad a un Estado que, en España, más claramente que en otros países, es un Estado de clase, el Estado de una parte de la sociedad. El signo capaz de aglutinar ha sido, en algunos países latinoamericanos marcados en su cultura política por la imagen del Libertador, un dirigente capaz de aglutinar un bloque social nacional-popular en torno a él, asumiendo como propios los signos de la nación: bandera, himno, historia, etc. Chávez, Correa o Evo Morales han podido así hacer suya esta necesaria universalidad en nombre de los sectores sociales mayoritarios y desfavorecidos, porque los significantes que constituyen la universalidad (la bandera, la historia, las instituciones políticas) estaban disponibles. No es este el caso del Estado español donde los significantes y los símbolos nacionales son los de un bando y de una parte del país y no son reconocidos como propios por una parte muy importante de la población. A nadie se le ocurre sacar una bandera rojigualda en una manifestación, sencillamente porque sigue siendo un símbolo del enemigo o un símbolo extranjero para muchos. Quienes por despiste o derechismo sacaron banderas rojigualdas en movilizaciones del 15M –los hubo– pronto comprendieron que estos símbolos no estaban en su lugar al ver las caras de extrañeza o incluso de hostilidad de los circunstantes.
Este problema de símbolos, sin embargo, está resuelto en algunas partes del Estado español. Si se compara la movilización que está teniendo lugar en el sector educativo de Baleares con las movilizaciones peninsulares advertiremos una diferencia gigantesca. En Baleares, la camiseta verde se combina con la senyera y con la defensa de la lengua catalana como lengua propia. Esto hace que la reivindicación de la enseñanza pública tenga una posibilidad de convertirse en parte de una reivindicación universal, de un proyecto de país. El éxito de las convocatorias y la perspectiva de que tome cuerpo una huelga general indefinida depende estrictamente de su capacidad de trascender el marco estricto de la enseñanza. Lo mismo, pero al revés puede decirse de la enorme movilización popular que conoce hoy Cataluña en torno al derecho a decidir: bajo los símbolos nacionales, los de la universalidad (la senyera o las distintas senyeras) se alojan multitud de reivindicaciones en gran medida contradictorias, pero se desarrolla también una poderosa fuerza de ruptura con el régimen. El independentismo catalán, cuyo éxito desborda a todas luces las expectativas de la burguesía catalana, es un síntoma de las crisis que atraviesan el régimen español. En Cataluña se está generando un sujeto político marcado por una fortísima aleatoriedad, un sujeto peligroso que puede llegar a desatar lo “atado y bien atado”. Si en Baleares, en torno a una cuestión particular se ha aglutinado un bloque nacional-popular que recoge otras muchas reivindicaciones –algunas de las cuales pueden incluso ser relativamente contradictorias– bajo la defensa de la lengua y de la identidad cultural y en Cataluña se produce también ese tipo de comunicación entre lo universal –imaginario– y lo particular, es que se está constituyendo un sujeto político, posible portador de hegemonía.
Un sujeto no es nunca un origen, sino un efecto. Como dice Spinoza, “la naturaleza no crea naciones”: son las instituciones y las costumbres quienes los crean. Ya se trate de un sujeto colectivo como el pueblo o la nación o de un sujeto individual, el sujeto se constituye siempre imaginariamente como resultado de tramas lingüísticas y simbólicas. Una marca perfectamente arbitraria como la circuncisión de los judíos o el velo de las musulmanas puede ser decisivo a este respecto. Afirma el psicoanalista Jacques Lacan que “el sujeto es aquello que un significante representa ante otro significante”, lo que sostiene la diferencia entre los significantes. Una bandera o una lengua o una historia cobran valor de significante en su oposición a otros y no por virtud propia. Que un sujeto sea representado por un significante “ante otro significante”, quiere decir que el sujeto carece de un significante propio y pasa metonímicamente de uno a otro. La senyera, la lengua catalana, etc. pueden ser significantes válidos para representar a la multitud como pueblo en Cataluña o Baleares, pero no en Afganistán, Burundi o España. Todo significante en este sentido es vacío, pues no guarda ninguna relación esencial de significación con ningún significado concreto.
Algunas zonas del Estado español pueden así representar a sus multitudes como una universalidad a través de los significantes que las representan y las constituyen como pueblo o nación, mientras que en otras, es mucho más problemática esta constitución imaginaria de los sujetos colectivos y, por lo tanto, más difícil convertir una suma de reivindicaciones parciales en una demanda hegemónica. La pregunta es, en otros términos, qué se puede hacer en las zonas donde la identidad cultural se ve hegemonizada casi exclusivamente por los aparatos de Estado, esto es en las zonas castellanohablantes del país. En estas zonas, la lucha por la hegemonía, por la constitución del sujeto potencialmente hegemónico exige previamente un enfrentamiento abierto con el régimen y sus símbolos, una guerra simbólica en la que los movimientos sociales deben poder vencer, pues de ello depende la posibilidad de un sujeto político capaz de situarse fuera del imaginario del poder. El problema es que el resultado de una victoria en esa guerra es la condición misma que permite ganarla: sin constituirse en sujeto colectivo hay pocas posibilidades de que una multitud logre liberarse de las redes simbólicas del poder. El sujeto colectivo debe, en cierto modo –como por cierto, todo sujeto– concebirse a sí mismo como siempre ya existente, autorizarse a sí mismo, para llegar simplemente a existir. La mejor referencia simbólica para los movimientos sociales que tienen que enfrentarse al régimen español se encuentra, sin duda, en la historia de los movimientos populares y democráticos, en un pasado republicano cuya percepción debe desprenderse de todo victimismo y de toda nostalgia. La historia que necesita el nuevo sujeto es una historia para el porvenir. Esto no lo han entendido en absoluto algunos de los más prometedores movimientos socio-políticos de los últimos años. Uno de los puntos débiles del 15M fue que, si bien afirmaban sus integrantes enfrentarse al régimen, tenían una absurda aversión a los símbolos republicanos –como símbolos que dividen– y más de una vez expulsaron a personas que llevaban una bandera tricolor como si esta fuera un símbolo de partido y no una propuesta de universalidad democrática en absoluto reñida con el protagonismo de la multitud. Esta actitud, lejos de ser anecdótica, privó al 15M, a pesar de su voluntad de “no dividir”, de su universalidad. Lo que el 15M no llegó a comprender es que lo universal, en tanto que imaginario, no es nunca el todo, sino una parte; que, por consiguiente, toda universalidad se basa en una previa división. Si en la Revolución francesa, el pueblo revolucionario eligió como antepasados a los Galos frente a los Francos que dieron nombre al país, es porque no se puede producir universalidad a partir del todo como tal. El Tercer Estado que aspiraba a ser el todo de un pueblo, debía representarse a sí mismo como una parte de la nación, la plebe que reivindicaba su origen galorromano, enfrentada a la nobleza que se jactaba de su mítico origen franco. Si se está contra un régimen de espeluznante pasado y de triste presente como el español, es preciso asumir plenamente los símbolos de esa oposición. Sin ello, el poder sigue manteniendo como propio el espacio imaginario de la universalidad, sigue gozando del derecho exclusivo a hablar en nombre de la nación y del interés general. Por este motivo, es necesario disputar efectivamente ese espacio, para poder hegemonizarlo con viejos nuevos signos y con las exigencias de una nueva constitución material y formal, republicana y de los comunes. Ciudadanos: ¡un esfuerzo más si queréis ser republicanos!
El rey abdica por partes

El rey abdica por partes

David Torres*

Punto de Fisión

23/09/2013

Como el rey va abdicando por partes ahora le toca a la cadera. Primero abdicó de Hugo Chávez, luego de cazar elefantes y después de Corinna, no estoy seguro, hay tanta abdicación que es difícil recordar el orden. En los últimos tres años don Juan Carlos ha abdicado también de un pulmón, una rodilla, un talón de Aquiles, una cadera, otra cadera, una hernia discal y una estenosis de canal. Una prótesis más y al final el mensaje de navidad lo va a acabar dando Darth Vader.
Es normal que las listas de espera de los quirófanos estén colapsadas teniendo en cuenta que el rey ha desequilibrado él solo el presupuesto de la Seguridad Social por varias décadas. Hay que pagar el diez por ciento de los tratamientos caros para poder pagarle a nuestro monarca el cien por cien. Debe de ser que los borbones sobreviven por encima de nuestras posibilidades.
No obstante, la profesión médica no es la única que se forra a costa de los desvelos de la salud real: el viernes había más de un centenar de periodistas apostados en la Zarzuela, preocupados por si la cadera tocada era la derecha o la izquierda. Al final se confirmó que era la izquierda, como nos temíamos. El rey lleva toda la vida apoyado sobre sus dos caderas, la derecha y la otra, pero, con su diplomacia habitual, nunca ha desvelado su preferencia por ninguna de las dos. A esto, en términos técnicos, se le denomina tener cintura, y en términos monárquicos, campechanía.
A pesar de su cintura campechana, últimamente el rey está dando trabajo a un montón de cirujanos que, sin sus achaques, no sabrían qué hacer con el bisturí. Otro tanto ocurre con la inmensa mayoría de los periodistas patrios con la posible excepción de Peñafiel. Eso sin contar chóferes, camilleros, enfermeras, portavoces, farmaceúticos y políticos. España entera vive pendiente de la última lesión de don Juan Carlos, como si el país fuese un equipo de fútbol torpedeado por la baja de su delantero estrella. Lo malo es que al rey no podemos traspasarlo igual que a Kaká y fichar a cambio un príncipe africano, que suelen salir bastante más baratos que cualquier dinastía francesa. Y eso que el país, igual que el Real Madrid sin Kaká, va tirando mal que bien con el jefe de estado en dique seco.
No, España es un país donde no se tira nada y no vamos a empezar ahora con un borbón. Aquí hay mucho desagradecido que habla mal del rey cuando, si no fuese por los partes médicos de la Zarzuela, muchos periodistas tendríamos que salir a la calle y empezar a escribir sobre la realidad en lugar de sobre la realeza, con lo desagradable que es eso. Imagínense, ponerse a hablar de los pobres que rebuscan en las basuras, de los enfermos que se van a quedar sin tratamiento, de los morosos que deciden escurrir el bulto suicidándose en lugar de seguir pagando la letra del banco, como es su obligación. Don Juan Carlos, en cambio, sigue al pie del cañón, prolongando el ejemplo de su antecesor en el cargo, aquel general bajito del que, vistas las últimas muestras de cariño y apoyo recibidas, habría que pedir otra autopsia, a ver si en vez de muerto va a estar de baja por hibernación. 
http://blogs.publico.es/davidtorres/2013/09/23/el-rey-abdica-por-partes/

David Torres es novelista, columnista y guionista televisivo.

** Ilustración de D.S.Arranz.

El sudor de ‘Billy el Niño’

El sudor de ‘Billy el Niño’

19/09/2013

Una escena muchas veces vista en películas: una víctima de tortura entra en una tienda, y de pronto oye a su espalda la voz de otro cliente. No puede ser. Es él. Su torturador. Reconoce su voz, después de tanto tiempo. La víctima no sabe si escapar o denunciarlo, está paralizada, le cae sudor frío por la espalda.

¿Cuántas veces se ha producido esa misma escena en España? ¿Cuántas víctimas de tortura se han reencontrado años después con su torturador, y lo han reconocido? Me cuenta el cineasta Andrés Linares cómo hace doce años se encontró, en la piscina donde solía nadar, al policía que le interrogó cuando en 1973 fue detenido y pasó por el temido edificio de la Puerta del Sol. Ahí estaba el represor, dándose un baño en la piscina, disfrutando su jubilación.
Como la historia de Linares conozco unas cuantas más, de víctimas que se cruzaron con sus torturadores. En alguna ocasión, para más escarnio, seguían siendo policías. Al reencontrarse, las víctimas sentían más vergüenza que miedo, más humillación que rabia. Y la impotencia de saber que su impunidad estaba blindada.
Esa es también parte de la historia de esta España que hoy hace aguas. Ha tenido que venir la justicia argentina a recordarnos que los torturadores se siguen paseando entre nosotros. Y si solo fuese un paseo: muchos siguieron en activo, fueron ascendidos, condecorados. El problema no era ya solo que en las calles hubiese torturadores sueltos. Lo peor es que los había también por los pasillos de las comisarías de una policía que se decía democrática.
‘Billy el Niño’, por ejemplo. Su nombre no dice nada a los más jóvenes, pero para muchos de nuestros mayores es un personaje legendario, uno de los nombres más siniestros de la historia reciente. Siendo muy joven (de ahí el apodo), se ganó fama como uno de los torturadores más eficaces (lean el auto de la juez argentina, donde se detallan sus métodos). Después, durante la Transición, se le relacionó con la ultraderecha, y su nombre apareció en el juicio por la matanza de abogados laboralistas de Atocha, al que fue llamado a declarar, y en otras acciones de la guerra sucia de aquellos años, aunque salió limpio de todo. Homenajeado y condecorado por los suyos (la medalla al Mérito Policial se la puso Martín Villa, que ahora puede seguir sus pasos en el proceso argentino), acabó por pasarse a la seguridad privada, donde años después se le relacionó con Javier de la Rosa, otro protagonista de la historia subterránea de este país.
He rebuscado en la hemeroteca las noticias sobre el juicio por la matanza de Atocha, cuando tuvo que declarar. En todas se insiste en la obsesión de ‘Billy el Niño’ por no ser fotografiado. De hecho, la única foto que circula estos días es de muy joven. Así garantizó su anonimato durante tantos años. Hasta hoy, cuando el auto de la juez Servini le habrá sobresaltado.
Recupero, de un ejemplar de La Vanguardia de 1979, las palabras de los abogados que estuvieron presentes en su declaración en el caso de la matanza de Atocha. Entre ellos, Nicolás Sartorius, que aseguraba que ‘Billy el Niño’ “ha declarado con un nerviosismo tremendo, sudaba mucho. Tanto que el traje azul que vestía estaba sudado hasta la cintura.”
Al leerlo, pensaba en otros sudores: los de quienes pasaron por sus manos, y los de quienes se cruzaron en su camino años después y quizás reconocieron su voz y recuperaron el miedo y el dolor de entonces.

No espero que el gobierno español detenga y extradite a los cuatro torturadores. El hecho de que uno de los siguientes en la lista sea el suegro del ministro responsable de autorizar la extradición, tampoco da muchas esperanzas. Pero eso no quiere decir que no tenga consecuencias.
De entrada, arroja luz sobre una verdad que ha estado oculta durante mucho tiempo, que los jóvenes hoy indignados tal vez ignoran: que en España se ha torturado durante muchos años. Recupero al mismo Sartorius, que en uno de sus libros (El final de la dictadura), cuenta: “no faltaban comisarios de la Brigada de Información Social que, en pleno 1976, a una vara con punta de hierro con la que golpeaban a los detenidos la llamaban los derechos humanos”.
La actuación de la juez argentina servirá para que nuestros jóvenes indignados sepan que los policías torturadores fueron amnistiados, pero también ascendidos, condecorados, mantenidos en activo en unos cuerpos policiales que, ya en democracia, siguen acumulando denuncias por abusos, malos tratos y torturas (que igualmente suelen quedar impunes). Que sepan que esa impunidad es también parte del derrumbe actual. Y que sepan que esos torturadores siguen viviendo entre nosotros.
Quizás sirva también para que la próxima vez que un torturador y su víctima se crucen, sea el torturador el que tenga miedo. Tal vez ‘Billy el Niño’ vuelva a sudar su traje, pensando que cualquier día una de sus víctimas se lo encuentre, y en vez de encogerse decida llamar a la policía para que lo detengan.
****
(una recomendación final: la escena del primer párrafo no solo aparece en películas. También en una de las mejores novelas que he leído en mucho tiempo: Twist, de Harkaitz Cano, donde hay torturadores impunes y víctimas humilladas de nuestro pasado reciente. Léanla, por favor)
http://www.eldiario.es/zonacritica/franquismo_argentina_torturadores_billy_el_nino_6_177142307.html

* Fotografía del torturador franquista José Antonio González Pacheco, alias ‘Billy el Niño’, tomada en 1981.

Catalunya, las Españas y el semáforo en rojo

Catalunya, las Españas y el semáforo en rojo

José Manuel Rambla*

17/09/2013
El mayor enemigo de España no es la Pérfida Albión. Ni el libertinaje francés, ni la traicionera Morería. Su mayor enemigo tampoco se halla en la melancolía lusitana ni, por descontado, en los montañosos valles andorranos. No. El mayor enemigo de España, es bien sabido, se encuentra entre sus fervientes defensores. No es nada nuevo. De hecho, este es un país sumido desde siempre en una crisis de identidad, en perpetua aspiración a llegar a ser. Más aún, es el único país del mundo que, sin llegar a serlo en plenitud, ha sido capaz de construirse un negativo de sí mismo, un otro lado del espejo sobre el que proyectar todos los fantasmas que supuestamente le amenazan: la antiEspaña.
Cuando el periodista Jay Allen preguntó a Franco si estaba dispuesto a fusilar a la mitad de los españoles para salvar a España, el general -que afrontaba sus primeros días de guerra- se limitó a subrayar con una sonrisa su voluntad de conseguirlo “cueste lo que cueste”. Esa maliciosa sinceridad del carnicero resultaría incomprensible sin esa tranquilidad espiritual que generaba la creencia en la antiEspaña, ese ente maléfico sin otra misión que cuestionar las supuestas esencias de la patria. El Caudillo por la gracia de algún mal dios, logró con su crueldad perfilar los contornos más acabados del concepto. Cuarenta años de nacionalcatolicismo se encargarían después de consolidar buena parte del imaginario español sobre la base de aquella exclusión selectiva de las gentes que habitaron las tierras españolas: rojos, separatistas, gitanos, judeomasónicos, liberales, afrancesados, moriscos, sefardíes, musulmanes…
Es así como este país no ha construido su memoria sobre clamores colectivos, sino a partir de mayorías silenciadas o, en el mejor de los casos, silenciosas. Y así parece que sus defensores se empeñan en seguir actuando hoy a la vista de las reacciones frente a la llamada cuestión catalana y el referéndum secesionista. Un órdago político para esta eterna España desvertebrada, al que la caverna le gustaría responder con una nueva mayoría silenciada (constitucionalmente, por supuesto), un toque a rebato que, en cualquier caso y al menos por el momento, Mariano Rajoy parece poco dispuesto a escuchar. Frente a esa postura, el presidente parece más inclinado en confiar en su loada y resignada mayoría silenciosa, la que lleva años aplicándose en ejercitar el difícil arte de comulgar con ruedas de molino, la misma que, como el peatón obediente de Javier Cercas, sabe que su deber es detenerse sin cuestionar las ordenes ante la rojiza y luminosa advertencia de los semáforos.
Por su parte, la burguesía catalana comenzó a desinteresarse por España desde que una lejana guerra en ultramar les dejó sin los mercados antillanos y filipinos para sus tejidos. Luego Jordi Pujol aprendería a lidiar las sombras del caso Banca Catalana enfundándose la barretina reivindicativa, una habilidad heredada hoy por Artur Mas en su complicado funambulismo para sortear el desgaste de la crisis. La torpeza españolista se lo pondría fácil con su mirar con desprecio una realidad cultural diferente, que no pretende comprender y no siempre está dispuesta a tolerar desde que en 1640, en 1714 o en 1939, Barcelona se convirtiera en “la más europea de nuestras villas pasada a cuchillo”, como evocara Luis Martín-Santos en su relato de aquel otro Tiempo de silencio. Como mucho, estuvo dispuesta a admitir un modelo autonómico concebido como un café para todos que el tiempo confirmó como un relaxing cup of café con leche aguado y descafeinado para las aspiraciones de no pocos vascos y catalanes.
Con todo, el gran terremoto que se esconde dentro de las movilizaciones independentistas no afecta a los equilibrios tectónicos territoriales. Al fin y al cabo, pocas cosas resultan tan mundanas y mudables en este mundo como las fronteras. En realidad, su verdadero desafío está en plantearnos la posibilidad de construir colectivamente un paisaje diferente. Y, sin embargo, paradójicamente ese es al mismo tiempo el único reto capaz de salvar a España: inventar otra nueva pero, eso sí, sin antiEspañas que la justifiquen. Afrontar por primera vez la construcción de una identidad propia basada en la pluralidad de las viejas Españas, integradora social y culturalmente, sin fosas en las cunetas ni otros fantasmas acechantes en los rincones de la memoria.
Sin esa esas nuevas Españas este país terminará tarde o temprano por perder el interés hasta de los españoles, más allá de la pasión pasajera de algún partido de fútbol. Por desgracia en este mundo en retirada que nos ha dejado en herencia Lehman Brothers, tomar las riendas de nuestras vidas colectivas no resulta tarea fácil. Ellos nos prefieren sumisos, callados, temerosos de que algún desliz o una mala palabra obligue a la autoridad competente a transformar en silenciada nuestra atávica vocación de mayoría silenciosa. Siempre obedientes y parados ante ese semáforo perpetuamente en rojo que nos han instalado en el camino de nuestro propio mañana.
José Manuel Rambla Moya, periodista y gestor cultural, es columnista de Nueva Tribuna y Yucatán Hoy y colaborador de El Viejo Topo, Rebelión y Otramérica, entre otros medios de comunicación.

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