El proyecto del PP y de los secuaces de Joan Rosell es convertir España en un país del Tercer Mundo
Juan Manuel Aragüés Estragués*
El Periódico de Aragón
02/11/2013
Estas últimas semanas, el Gobierno está centrando todos sus esfuerzos en hacernos creer que la economía española inicia la senda de la recuperación. Armados de ciertos datos macroeconómicos que nada tienen que ver con la economía del común de los mortales, nos hablan de luces al final del túnel y de la economía española como ejemplo mundial. En ocasiones lo hacen con tal desmesura y entusiasmo que cabría preguntarse sobre la legalidad de lo que desayunan personajes como Montoro.
Su teoría económica parte de la idea de que para que a una sociedad le vaya bien es preciso que a sus élites económicas les vaya muy bien, de tal modo que las personas de a pie podamos repartirnos las migajas de su festín. Teoría que, además de consagrar una injustificable fractura social, no tiene por qué ser real. La avaricia y codicia de la clase dirigente, acreditada en los últimos tiempos de manera contundente, la pone en cuestión.
Que la crisis acabará algún día, es evidente. Aceptemos, por colocarnos en su perspectiva, que hubiéramos tocado fondo y estuviéramos iniciando una tímida recuperación macroeconómica. Aunque así fuera, el problema, nuestro problema de ciudadanos del común, no es salir de la crisis, sino cómo salir de la crisis. Y las condiciones que ha creado este gobierno de salida de la crisis, en alianza con la patronal y con la troika, son terribles para la ciudadanía española.
Desde la perspectiva de las relaciones laborales, el PP y la patronal han diseñado lo que se puede denominar la deslocalización de la deslocalización. En los 80 y 90 muchas empresas españolas se deslocalizaron, se trasladaron a países empobrecidos para utilizar mano de obra barata, para abaratar sus costes de producción. Eso fue destruyendo el tejido industrial español. Con la reforma laboral del PP y la patronal, lo que se busca es equiparar las condiciones laborales de los trabajadores españoles con las de países empobrecidos, para así poder competir por el empleo y volver a recuperar tejido industrial. El proyecto del PP y de los secuaces de
Joan Rosell es convertir España en un país del Tercer Mundo, en los que una élite económica se eleva por encima de una masa precarizada y explotada. Globalización a la baja, podríamos denominarla.
Si esta cuestión ya es de por sí tremendamente grave, se pretende hacerlo al tiempo que se destruyen los servicios sociales básicos, enseñanza, pensiones y sanidad, que se pretende pasen en buena parte a manos privadas. Dichos servicios dejarán de ser servicios para convertirse en negocios. Y como ya ocurre en Estados Unidos, el acceso a una sanidad de calidad estará vetado para una buena parte de la sociedad, cuyos seguros médicos no garantizarán más que prestaciones muy básicas, dado que los salarios de supervivencia que se avecinan no permitirán otra cosa.
Para la élite social a la que sirve el PP, la jugada es redonda: costes laborales reducidos, una clase trabajadora atemorizada, y reparto del negocio de la sanidad, la educación y las pensiones. La crisis ya está mostrando cómo los ricos se hacen más ricos, mientras capas más amplias de la población son precarizadas y expulsadas del sistema. Para el 95% restante de la población, las políticas del PP suponen un verdadero desastre.
Por ello, la cuestión no es salir de la crisis, sino cómo salir de ella. La salida neoliberal que propugna el PP implica subvertir radicalmente nuestro modelo de país, abandonar por completo las más insignificantes huellas de Estado del Bienestar y aterrizar en una jungla económica y social que nos retrotrae a las peores escenas del siglo XIX. El sueño de Montoro y Rosell es que en las camisas y pantalones en los que ahora leemos made in Taiwan se lea, en pocos años, made in Spain. Esa es su marca España.
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